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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Alberto siempre se acuerda del primer coche que compró. Era un Simca 1200. Con este auto recorrió las principales ferias de España. Él, un apasionado de la música, estuvo en muchos conciertos que dieron los músicos más principales de la movida. Los años 80 trajeron a este país nuevos aires. Hubo un boom en todas las artes, no solo en la música. Se acuerda de la poesía de la “Otra Sentimentalidad», cuyo principal exponente fue Luis García Montero. Muy influido por la poética de Antonio Machado y su álter ego Juan de Mairena. Se trató de una época de libertad y de compromiso político y social. Pero sobre todo de perdón y de convivencia. En la que, quitando algunas desavenencias, fue una época dorada de España.

Alberto, ahora, tiene más de 60 años. Y atraviesa un momento incierto. Su estado de ánimo no es el acorde con su gran situación financiera. A pesar de disfrutar de una buena jubilación, y ser un escritor brillante y reconocido, no cree en aquellos que nos representan.

El fin de semana anterior, ha estado en un cortijo de la Sierra de Segura. Justo en la frontera en donde Jaén y Albacete se hacen hermanas. Y las montañas son el sosiego que pueden curar almas. Aquí, con unos amigos, ha debatido sobre el estado actual del ánimo de la sociedad. Uno de sus amigos, muy acertadamente, ha concluido que la educación que damos a nuestros hijos es una educación espacial y no temporal. El amigo de Alberto, se llama Pedro, piensa que el propósito de la educación tiene que ser largo y duradero, con el objeto de cuidar al prójimo que esté en una situación de vulnerabilidad respecto a los demás.

En los dos días que ha estado, ha caminado por la sierra y se ha impregnado de la belleza de su ecosistema. Le ha llamado especialmente la atención el estado de las acequias, que hicieron nuestros mayores. Estas se encuentran en desuso. No hemos sabido cuidar y mejorar una obra que con tanto ingenio hicieron los antiguos.

Alberto está triste, piensa que hemos fracasado como sociedad, que el ser humano es la criatura menos humana del planeta. En pleno siglo XXI, hay muchos ancianos que no pueden acceder a una residencia por el alto coste de las mismas. Las residencias están gestionadas por auténticos buitres financieros, donde lo importante es obtener beneficios, y da igual, si esto supone un menoscabo de la salud de los usuarios.

Aquí, en la ciudad en la que vive Alberto, la mayoría de las residencias son auténticos almacenes humanos donde la humillación a los mayores es constante.

Y mientras, en este país, nos enfrentamos por cuestiones territoriales. Pero los que pueblan este territorio, los que con su trabajo han contribuido al desarrollo del estado son sistemáticamente robados por estos directivos, hasta que el Señor se los lleve.

Pronto sonarán los tambores de guerra, pero por otras cuestiones que, tristemente, sin ser más importantes que lo anterior, nos importan más.

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