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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO /

Bajo sus andas

Le decía mi abuela a mi madre en Jamilena, un pueblecito de Jaén, y antes de que yo naciera: ¨Niña, vamos a Jaén a ver a Jesús que todavía está en andas, antes de que lo metan en su capilla¨, cuando Nuestro Padre Jesús estaba, todavía, en la iglesia conventual de la Merced. Y cogían un coche todos los años, después de Semana Santa para venir a Jaén a ver a Jesús de los Descalzos, porque mi abuela tenía promesa de venir a verlo. Quizá los once años que vivió en Jaén, marcaron su devoción en Él.

Historia que, seguramente, marcó, al igual que mi exigua carrera cofrade, mi vida, y anticipó que muchos años después pudiera besar esas andas y poner rumbo a su belleza que ya no me ha abandonado y que venero con locura.

Pero otro giro del destino, y en esa misma plaza Mercedaria, por donde Jesús vuelve a pasar todos los años, no queriendo recordar que esa fue su casa y la de todo Jaén, un grupo de jóvenes y no tan jóvenes, a mediados de los años noventa, entonces unos desconocidos, bajo el dorado del paso del Cristo del Bambú, iniciamos, de forma entrecortada y titubeante, una amistad que nos ha traído hasta aquí.

Ahora, el paso no es dorado, pero el Cristo anda firme, con poderío. No como éste que os habla a modo de prólogo, en un momento de mi vida en el que he pasado a ejercer de apátrida cofrade.

De aquel mítico primer turno, con denominación de origen propio, guardo tantos recuerdos que no quiero ni recordar. Por entonces, ya estaba Martín Paredes, un casi desconocido por todos, incluso por él mismo.

Y con paso corto, he llegado a estas páginas, siempre por su insistencia, lo cual, en cierto modo, agradezco, ya que me rescata cada día de mi mal gestionada soledad.

Martín ya era un poeta sin saberlo, y alguien que, siempre, ofrece su amistad, que se acuerda del ausente, que tiene misericordia del mendigo, y que abraza a quien lo necesita; tiene que ser a la fuerza un gran poeta. Y esto lo digo sin su permiso.

Leyendo este poemario, uno ve a Martín en estado puro.

Y nos descubre, con luz tenue, una ciudad que ya no existe, que se autodestruye, y que, prácticamente, no se reconoce ya en ninguna supuesta seña de identidad.

Este poemario, quizá no apto para cofrades, nos devuelve a esas estampas de nuestra infancia en la que nos sentimos libres y fuertes. Todo lo demás no existe o es impostado.

Hay en este poemario un sentimiento popular y espontáneo del que hoy las cofradías parecen querer huir. La Semana Santa o es popular o no es.

No, Martín, nosotros nunca lo llevamos con los sones de la marcha de Cuadrado, y parecemos jaeneros furtivos, casi de contrabando (como diría Molina Damiani, al que siempre trato de plagiar un poco) escuchando la inmortal marcha religiosa ¨El Abuelo¨ dedicada a Nuestro Padre Jesús.

Un día, me dijiste que era un privilegiado por haber llevado, sobre mis hombros, al Cristo de las Misericordias y a Nuestro Padre Jesús.

Sí, ahora, mi corazón es una montaña rusa, y, siempre, tendremos el sol cárdeno del Lunes Santo en Jaén para volver a encontrarnos. Y, también, seremos gente suya por calle Almenas viendo cómo se acerca a paso corto su desmayada melancolía.

Voy acabando ya, dándote las gracias, una vez más, por rescatarme de mí mismo y traerme a estas páginas. No hay ni tiempo ni sitio para más.

Este es tu libro, siempre seremos fieles a su apagada mirada y al dorado de su cruz.

Quisiera, por último, recordar a Rafael Calatayud, a Paco Carrillo, y a toda esa gente del Cristo que se sienten un poco proscritos llevando la cruz nazarena.

Recordar, también, a mi madre. Con ella aprendí a ver lo que hay encima del canasto y a amar a Jesús de los Descalzos.

Y, a Ángela a la que siempre que puedo le recuerdo que el día de mañana no olvide la luz morada de su rostro.

Y. juntos de nuevo, bajo sus andas, por la carrera que lleva su nombre, seremos de nuevo promitentes perpetuos, y diremos: ¡Viva la joya de Santa Clara y el orgullo de Jaén!

A mi madre, Jaén, octubre de 2018

Gregorio Cano

DIARIO DE UN HUÉRFANO

Hoy, Jesús, me he acercado a ti, como un huérfano en mitad de la nada. Sólo con el recuerdo de una luz que no se desprende de mi memoria.

En tu mirada, he visto el sepulcro vacío de mi infancia, con la certeza más absoluta, pensando en lo que nunca conocí.

Jesús, en la herida de tu costado que sangra, he hallado el dolor de una madre que pronto te perdió, sin más explicación que una orden celestial.

Igual que Tú, he venido a la vida para caminar en solitario, por los páramos de un mundo. Para aprender del sufrimiento, y alcanzar el amor en su plenitud absoluta.

¿No es cierto, Jesús, que tu reino será conquistado por los desheredados de la tierra y la gota de tu última sangre regará el clavel de la vida?

A ti, sin más demora, entrego mi vida y mis actos.

A ti, adoro en tu cruz, y en las entrañas de una tierra que es la tuya la clavo.

Y cuando la tiniebla se retira del madero quiero bajarte.

Y en la roca te acomodo.

Y al tercer día, resucitas entre los olivos.

Y, con alegría, cojo tu cruz, pues su peso, alivia mi alma, la consuela.

Y espero, con paciencia, que tu llamada me recoja.

A José Luis.

MADRUGADA

No sé qué edad tendría, pero era muy pequeño, un infante.

La Semana Santa de Jaén, con sus trompetas, tambores y capirotes, atrapaba todos mis sentidos.

Una imagen de Jesús, de todas las que iban a procesionar en primavera, conquistó mi corazón. La de un Nazareno portado en un trono.

La madrugada era de viento y frío. Las estrellas se habían ocultado para dar paso a un cielo vestido de negro. Sólo las filas de penitentes con sus velas daban luz en el silencio de la noche.

Recuerdo que dormí en casa de mis abuelos. Estaba muy nervioso, pues, era la primera madrugada de Viernes Santo que iba a encontrarme cara a cara con Jesús de los Descalzos. Dieron las cinco de la mañana cuando mi abuelo y yo salimos de casa. Sin darnos cuenta, subimos por Bernabé Soriano, hacia el Cantón de Jesús.

Ríos de nazarenos, con sus túnicas y capirotes, desembocaban en la plaza de Santa María, con la misión casi imposible de estar cerca del trono de Nuestro Padre Jesús.

Todas estas imágenes y sensaciones quedaron guardadas en mi memoria.

No entramos a la plaza, Bordeamos la catedral por la calle Almenas, hasta llegar a Carrera de Jesús, dirigiéndonos al cantón, a esperar al Nazareno.

El misterio me sobrecogió. A pesar de ser una noche de duelo, la alegría y la devoción, también, hicieron acto de presencia.

La muchedumbre, con calma, esperaba la llegada, en su trono de oro, de Jesús de los Descalzos.

Y apareció, entre nubes de incienso, custodiado por los soldados romanos.

Vi a Jesús llorar. Vi a Rosario López orar. Vi al pueblo de Jaén, suplicándole, con vivas, su redención.

La aurora empezaba a despertarse. El sol iluminaba al Nazareno. El único capaz de unir al pueblo jaenés.

Amaneció, Jesús fue al encuentro de su madre María.

Escrito en el año 2016

Martín Lorenzo Paredes Aparicio

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Fotografía de JOSÉ MELERO

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