BUENOS DÍAS. Por ANTONIO GARRIDO / «No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo” (Voltaire). Esta frase ha sido atribuida al escritor, historiador, filósofo y abogado francés, uno de los principales representantes de la Ilustración, aunque parece que la verdadera autoría es de su biógrafa, la británica Evelyn Beatrice Hall. Sea como fuere, Voltaire, que murió tal día como hoy en 1778, está considerado un incansable luchador contra la intolerancia y la superstición y siempre defendió la convivencia pacífica entre personas de distintas creencias y religiones, y enfatizó sobre el poder de la razón humana, de la ciencia y el respeto hacia la humanidad. Sus escritos siempre se caracterizaron por la llaneza del lenguaje, huyendo de cualquier tipo de grandilocuencia. Maestro de la ironía, la utilizó siempre para defenderse de sus enemigos, y son conocidas sus discrepancias con Montesquieu y el desprecio que tenía al referirse a Rousseau. Recordemos alguna de sus frases más conocidas: “Todos estamos llenos de debilidades y errores; perdonémonos recíprocamente nuestras tonterías, es ésta la primera ley de la Naturaleza” o estas otras: “Si hubiera habido censura de prensa en Roma no tendríamos hoy ni a Horacio ni a Juvenal, ni los escritos filosóficos de Cicerón”, y “¡Dios mío, líbrame de mis amigos! De los enemigos ya me encargo yo” y la última: “El primero que comparó a la mujer con una flor, fue un poeta; el segundo, un imbécil”…Otro escritor para el recuerdo es el poeta y novelista ruso Borís Pasternak, cuya obra Doctor Zhivago (publicada en 1957, en Italia), le valió el Premio Nobel de Literatura en 1958, aunque fue considerada una novela polémica en Rusia. Pasternak rechazó el premio, y como consecuencia, la fama y el reconocimiento que habría encontrado en el extranjero, para no perder la oportunidad de poder regresar a su país. Desde entonces pasó el resto de su vida sin el premio y perseguido continuamente. Murió el 30 de mayo de 1960 en la pobreza, en Peredelkino, a las afueras de Moscú. En 1987 la Unión de Escritores Soviéticos consiguió restaurar la legitimidad del trabajo de Pasternak en su país natal, ya en tiempos de la perestroika con Gorbachov. Dos frases de este importante autor: “No me gusta la gente que nunca ha tropezado ni caído. Su virtud es sin vida, y no vale mucho. La vida no les ha revelado su belleza”, que hoy dedico expresamente a una persona muy estimada, y “Hay que vivir sin imposturas, vivir de modo que con el tiempo nos lleguemos a ganar el amor del espacio, y oigamos la voz del futuro”…También un día como hoy de 1994 nos dejaba el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, Premio Cervantes de 1980 y autor de títulos como La vida breve, El astillero o Junta cadáveres. La obra literaria de Onetti, fuera de su poderosa originalidad, debe mucho a dos raíces distintas. La primera nace en su admiración por la obra de William Faulkner. Como él, crea un mundo autónomo, cuyo centro es la inexistente ciudad de Santa María. La segunda raíz es el existencialismo: una angustia profunda se encuentra enterrada en cada uno de sus escritos, siempre íntimos y desesperanzados. Les dejo dos de sus pensamientos: “Era muy niño cuando descubrí que la gente se moría. Eso no lo he olvidado nunca; siempre está presente en mí” y “Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que les llene”…Queda recordar por último el nacimiento el 30 de mayo de 1931, del escritor y poeta español Antonio Gamoneda, premiado con el Cervantes en 2006 y perteneciente al llamado grupo poético de los 50. Según Gamoneda, que utiliza bellamente la metáfora, “la poesía no es, en modo directo, un instrumento para transformar el mundo, pero sí un instrumento para afilar las conciencias”. Y es que, como diría el escritor portugués Fernando Pessoa, hay metáforas que son más reales que la gente que anda por la calle, hay imágenes en los escondrijos de los libros que viven más nítidamente que muchos hombres y mujeres, y hay frases literarias que tienen una individualidad absolutamente humana. En resumen, la poesía de Gamoneda tiene la desnudez de la existencia: “únicamente porque muere, canta mi palabra desnuda y retorcida…”
EXISTÍAN TUS MANOS
Antonio Gamoneda
Existían sus manos
Un día el mundo se quedó en silencio;
los árboles, arriba, eran hondos y majestuosos
y nosotros sentíamos bajo nuestra piel
el movimiento de la tierra.
Tus manos fueron suaves en las mías
y yo sentí la gravedad y la luz
y que vivías en mi corazón.
Todo era verdad bajo los árboles,
todo era verdad. Yo comprendía
todas las cosas como se comprende
un fruto con la boca, una luz con los ojos.
Yo me callo, yo espero
hasta que mi pasión
y mi poesía y mi esperanza
sean como la que anda por la calle;
hasta que pueda ver con los ojos cerrados
el dolor que ya veo con los ojos abiertos.