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El Covid 19, además de demostrar los frágiles y vulnerables que somos, nos está haciendo reflexionar sobre algunas cuestiones. Yo me voy a referir a cuatro que representan paradojas, ciertas anomalías sobre lo que pensábamos. La primera es que hace un par de meses era habitual que todos los miembros de una familia estuvieran cada uno con un móvil, un iPad, el ordenador, etc. y, aun estando juntos, no se dirigían la palabra; en un restaurante era habitual ver a una pareja joven sentada uno frente al otro, cada uno con su móvil y no hablaban, solo miraban el móvil y comían. Muchos, yo entre ellos, pensaba: “las nuevas tecnologías están distanciando a la gente. Lejos de conectarla, la aísla; provoca que la gente no converse”. Hoy, dos meses después, los abuelos y abuelas han tenido que hacer una rápida inmersión en las nuevas tecnologías para poder ver y conversar con sus nietos. Nos tomamos cafés virtuales y conversamos más que antes por videoconferencia. Ciertamente, las tecnologías, ahora, están permitiendo lo que antes estaban impidiendo. No es un problema de las tecnologías, sino de su uso. Un aprendizaje del Covid 19 que me recuerda un libro que leí cuando era niño y en el que alguien se interrogaba sobre si era bueno o malo ver la televisión. Y la respuesta era contundente: depende de los ojos que la vean.

La segunda de las paradojas se refiere a la sostenibilidad. Hace dos meses lo mejor era ir en transporte público, dejar tu coche en casa, en la medida de lo posible. Ahora, nos aconsejan coger el vehículo propio y huir, si se puede, del transporte público. También, hace dos meses queríamos eliminar el plástico de un solo uso; ahora usamos gran cantidad de plástico que desechamos con una rapidez pasmosa. La crisis del Covid 19 ha desplazado, de un plumazo, el riesgo del cambio climático que, igual que el virus, no se ha ido, sigue ahí. Esperemos que pronto recupere su protagonismo por el bien del planeta cuando el virus ya no esté entre nosotros o cuando aprendamos a convivir con él.

La tercera paradoja es que ha cambiado la pirámide de prestigio profesional y social o, al menos, se está reconsiderado. El papel de los agricultores, ganaderos, pescadores, se ha revalorizado afortunadamente. Esperemos que cuando se diseñen políticas de apoyo al campo esta reconsideración se traduzca en apoyos ciertos. Imaginémonos que, en vez de haber tenido dificultades en obtener mascarillas, hubiésemos tenido dificultades en conseguir alimentos. Contra esta escasez, no hay confinamiento que valga.

Por último, el papel de lo rural ha ganado protagonismo. Paradójicamente, algo tan alejado de las nuevas tecnologías, como es el hábitat rural, tiene su tabla de salvación en éstas. Lo moderno era la ciudad; lo antiguo, lo arcaico, lo rural. Pues bien, muchos de los que habitan en grandes ciudades desean vivir en el campo. ¿Qué necesitan? Además de servicios públicos de calidad: médicos, maestros, etc., banda ancha. Otra paradoja, lo rural lo puede salvar Internet.

 

 *Manuel Parras Rosa es catedrático de Comercialización e Investigación de Mercados de la Universidad de Jaén.

 

Foto: El Rey Felipe VI se interesa en una videoconferencia por la situación del olivar jienense.

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