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De Cambil a ministro 

El ministro de Hacienda y Administraciones Públicas del Gobierno de Rajoy, Cristóbal Montoro Romero, es jienense, para más señas nació en Cambil hace 65 años. De familia humilde, su padre regentaba un pequeño negocio y tenía claro que sus dos hijos tenían que estudiar. Trataron de buscar futuro en la capital jiennense, pero Gil Montoro, que así se llamaba el progenitor, se marchó a Madrid donde le dio trabajo un empresario vasco, que le ayudó asimismo a hacerse de su modesto primer piso. Las posibilidades de la capital de España hicieron que Cristóbal Montoro llegara con el tiempo a una cátedra de Hacienda Pública.

El jienense ha sido siempre más técnico que político y ha escalado puestos por la cultura del mérito y no como en otros casos de compañeros de cartera que lo han hecho por sus sonados apellidos o por provenir directamente de la aristocracia. Montoro por el contrario representa el éxito de un hijo de emigrante al que Aznar y Rajoy nombraron ministro en dos etapas distintas porque, según se ha dicho, era “un señor de Jaén” que no tenía ninguna hipoteca. Pese a todo ha hecho carrera política desde el año 1993 hasta hoy, con responsabilidades distintas en el ejecutivo y en el propio Partido Popular. Le ha tocado, como suele decirse, bailar con la más fea, y él se toma con cierto humor las críticas que recibe: “ya sabía a qué venía, no hay ignorancia exculpatoria”.

Su vinculación política con Jaén ha sido un tanto Guadiana. Fue diputado por esta circunscripción de 2000 a 2004 y en la mayor parte de esa etapa fue ministro con Aznar. En esa legislatura estuvo más presente, después desapareció y en los últimos años, desde las elecciones municipales de 2011, en que incluso cerró la lista por la capital, sus visitas han sido contadas, creo que dos a lo sumo y en los primeros momentos. Ni siquiera se dejó ver cuando cedió el Banco de España a la ciudad, hecho que tiene todo el mérito porque políticos socialistas lo anunciaron y nunca lo llegaron a cumplir. El alcalde se jacta de tener una gran relación de amistad, ha hablado varias veces de próximas sorpresas, pero ni llega Montoro en persona ni se produce el tan demandado rescate para hacer que el Ayuntamiento sea algo más gobernable desde el punto de vista económico. El ministro parece el salvavidas, pero el jiennense se hace esperar.

En las últimas elecciones sorprendió que encabezara la candidatura por Sevilla y algunos lo interpretaron como una clara afrenta a su tierra donde siempre ha sido bien acogido, especialmente entre la militancia de los populares. Ahora parece descartarse de nuevo para encabezar Jaén, porque ya está el patio animado con Fernández de Moya y Puche, que deben tener sus pactos con permiso de Juanma Moreno, para evitar que haya otro sobresalto en forma de paracaidista. Pero hubiera sido lógico y natural.

Este liberal confeso que cree satisfechas sus ambiciones está, por su responsabilidad, en el ojo del huracán. Hace oídos sordos, y también el Parlamento, a la dura crítica que se le hace de cobrar 1.800 euros mensuales por alojamiento cuando tiene casa propia en Madrid, algo de todo punto censurable. De vez en cuando, Montoro, amante de la ópera y de Beethoven, persona austera y doy buena fe de ello, saca los pies del plato en el Congreso, donde se han hecho famosas su locuacidad y vehemencia, y un singular sentido del humor que él entiende como una defensa, pero que provocan fuertes polémicas y broncas. “No estoy para dar cariño”, justifica sus excesos. Con razón decía Abraham Lincoln: “Hay momentos en la vida de todo político, en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios”.
 

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