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La noche del 5 de enero, vísperas de Reyes, ha sido una noche atípica. Por primera vez, desde que formo parte de la familia de Natalia, no hemos cenado todos juntos. La sensación de orfandad al no vernos reunidos, en torno a la mesa, me ha producido un profundo desasosiego. Soy un amante de las tradiciones, sobre todos de aquellas que se crean a través de la particularidad del grupo familiar. Mis suegros supieron mantener, durante muchos años, la cena de vísperas y el desayuno del Día de Reyes. Estas hermosas costumbres, por circunstancias excepcionales, no se han llevado a cabo esta Navidad.

Julia y Emma, ya duermen profundamente. No sabría contar las veces, que mis pasos acariciaron la madera del apartamento. El ritual, aunque ordinario, no deja de ser bello. La música siempre nos acompaña en este trayecto nocturno. Su sueño necesita ser acunado con alguna melodía. Fundamentalmente, elijo alguna pieza donde el protagonista sea el piano. Esta noche la sonata nº 6 de Beethoven, ha sido el somnífero que las ha calmado.

La poesía también ha hecho su trabajo. Una vez que todo está en orden, me gusta leer al cobijo de la luz caída de la lámpara. Hay un libro de poemas, al que siempre vuelvo: se llama Salvoconducto, es una obra del maestro Molina Damiani. Sus versos, además, de cumplir los criterios estéticos, también emocionan. Leer a Damiani, es un auténtico ejercicio de purificación.

La luz de los edificios de enfrente empieza a apagarse. Me recuerda que pronto llegará la mañana. Imagino el nerviosismo y le emoción de los niños, esperando la llegada de sus majestades. Los vasos de leche y de agua ya están puestos. Los niños sueñan en una dócil duermevela, con ver a los Magos.

Yo, esta noche siento nostalgia, mis hijas no han podido cenar con sus abuelos y mañana tampoco podrán saborear los tallos de Jaén. Pienso que, los abuelos, junto con Melchor, Gaspar, Baltasar y Artaban, son los verdaderos Reyes Magos.

 

 

 

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