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(extracto de la conferencia impartida en el Palau Macaya – Barcelona,2 julio 2018, bajo los auspicios del Club de Roma y la Obra Social La Caixa)

Maza, tijera, bisturí, o quizá pegamento. ¿Cuál de estas herramientas nos serviría mejor para alumbrar un poco el modelo territorial últimamente tan deteriorado? Sí, el Estado autonómico se ha apolillado quizá por su propia dinámica y -sobre todo- porque las relaciones de las 17 Comunidades Autónomas con el gobierno del Estado y de éstas entre sí, durante este tiempo, se ha caracterizado por un diálogo defectuoso y de baja intensidad, por una elevada conflictividad y, también, demasiada judicialización. De modo que nos hallamos en una encrucijada.

El Estado autonómico actual puede estar caduco, incluso agotado, fruto del dinamismo de los procesos sociales y políticos. Pero, ¿qué ha sucedido estos años de vida democrática para que se haya enrarecido tanto el clima político? ¿Por qué en Cataluña se ha incrementado exponencialmente el desapego hacia España?

Cierto que estamos ante una situación crítica y de difícil reversión. Pero estoy persuadido de que hay margen de mejora. Estoy convencido de que hay salida, y esa posibilidad de reencuentro la ofrece la vía federal. Quizá valga la pena transitar ese camino, aunque no se trate más que de un punto de partida ante el dilema territorial planteado en un Estado complejo como es España.

De entrada quizá haya que orillar apriorismos e incluso haya que obviar un poco la historia reciente y la remota. Dejémonos también de nominalismos paralizantes y abordemos la cuestión partiendo de la idea federalista, pero sin considerar el federalismo como un catecismo férreo.

No pongo sobre la mesa una fórmula magistral (entre otras cosas porque no la tengo), ni trato de ofrecer panacea alguna. De lo que se trata es de que utilizar el sentido común y ser pragmáticos. Quizá convenga también orillar un tanto visceralidades y emociones románticas que no mueven molino. Emotividades que si bien cumplieron su papel en las vetustas configuraciones nacionales, hoy –en un mundo globalizado- creo que no tienen demasiado sentido y –como demuestra la Historia- conducen al totalitarismo y la negación de la inteligencia.

De entrada nos consta que el federalismo no cuestiona la existencia del Estado, sino que lo presupone, y es en la forma de articulación interna donde encuentra precisamente su gracia, en virtud de las necesidades sociales, económicas y políticas de cada coyuntura. El federalismo debe algo a la doctrina teórica, pero sobre todo es tributario de la práctica política. El planteamiento que esbozo en este texto se sitúa dentro de coordenadas que por razones de mi profesión jurídica tienen como telón de fondo el Derecho Constitucional y, desde luego, la cultura constitucional europea. Así, tomo como parámetro un modo medianamente sensato de organizar territorios complejos que ha demostrado su utilidad en distintas zonas geográficas, en territorios tan complejos como el nuestro o más, porque de todos es sabido que nosotros no somos el ombligo del mundo aunque a veces se nos antoje.

Conviene atender a la experiencia de otros Estados pertenecientes a la cultura constitucional occidental (vid. Peter Häberle). Estados que nos han precedido en la praxis federal y resulta que no les ha ido nada mal. Así lo demuestra un análisis somero del Derecho Comparado. Veamos, por ejemplo, que son federaciones Alemania, EEUU, Canadá, Suiza o Australia, por citar solo algunas; y dentro del concierto internacional creo que ninguno de estos países es un desastre, no son Estados fallidos sino todo lo contrario. De modo que al hablar de las distintas formas de organización de los Estados hemos de tener en cuenta cuál es el tratamiento que merecen los diferentes centros de poder. Porque lo que late en el fondo de esta cuestión es la articulación del poder, el poder político con lo que ello supone.

Sabemos que el engranaje territorial de un Estado moderno pasa necesariamente por determinar si el poder posee un único titular, o bien cuenta con diferentes focos de impulsión política. Los clamorosos ejemplos de Estados federales vienen fundamentando su modalidad organizativa en la distribución del poder en los territorios, es decir, bajo el principio de que el poder se reparte originariamente entre instituciones que controlan distintos espacios físicos, por lo que las competencias constitucionales también se distribuyen entre los distintos espacios políticos. Es por ello que podemos afirmar que el surgimiento de los Estados federales tiene mucho que con la armonización y la sintonía de intereses dispersos territorialmente.

Tradicionalmente el origen de las federaciones radica en un conjunto de estados independientes reunidos para resolver problemas comunes. Es decir, el federalismo responde al sentido pragmático. De manera que las cuestiones relativas a la identidad y los procesos políticos propios de cada uno de los entes federados permanece y no tiene por qué desgajarse del crisol donde se radica la propia idiosincrasia territorial.

En síntesis, me permito resumir en media docena los que considero principales rasgos del federalismo que puede sernos útil en la actual coyuntura española:

1.  El Estado federal es un Estado configurado partiendo de entidades territoriales diferenciadas.

2.  Estas entidades, que pudieran estar dotadas de soberanía originaria (aunque no necesariamente), despliegan un grado sobresaliente de autonomía.

3.  Las entidades territoriales descentralizadas participan en la formación de la voluntad federal a través de una segunda Cámara de integración, es decir, del Senado (art. 69 CE).

4.  La articulación y unidad del conjunto estatal está garantizada por una Constitución.

5.  Los ordenamientos de los entes políticos territoriales se subordinan a la Constitución federal.

6.  La Constitución ofrece instancias solventes para ventilar los conflictos que pudieran surgir. Instancias que pueden ser índole jurisdiccional (Tribunal Constitucional) y extrajudicial (Senado), así como mecanismos de cooperación y mutuo auxilio basados siempre en el principio solidaridad y lealtad federal.

 

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