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Mary Wollstonecraft, pionera del feminismo ilustrado en 1792 publicaba su obra: “Vindicación de los derechos de la mujer”, y planteaba por primera vez el asombro e indignación por la exclusión de las mujeres, por parte de los filósofos ilustrados del nuevo concepto de ciudadanía. Se lamentaba también de que “las mujeres parecieran dedicarse más a sacar brillo a sus cadenas que a tratar de sacudírselas”.

Han pasado más de doscientos años, y en la gala de los Premios Goya que este año se las prometía reivindicativa y combativa por parte de las mujeres, siguiendo la moda o tendencia de las galas de Hollywood, quedó más bien en un “no nos metamos en eso”. En pocas ocasiones se ha visto tanta diversidad de opiniones como en esta. El llamamiento era claro, con el eslogan #MasMujeres se quería poner en evidencia los datos de la desigualdad y se pretendía que la respuesta de quienes dedican su vida a la industria cinematográfica fuera unánime.

Pero no fue así, porque el hecho de que de las 135 nominaciones solo 30 fueran para las mujeres, que de esas 30 la mitad fueran nominadas como actrices, que no hubiera ninguna nominada en música, arte, animación o efectos especiales, para muchos y muchas de los asistentes no era un tema para tratar en ese momento. No era el lugar oportuno para hablar de “cosas que distraen y enredan” como dijo alguno de los asistentes.

Pero esta infrarrepresentación no es solo en los puestos de decisión, organización o poder, sino también en el propio relato. Analizando cualquier película podemos ver cómo en los guiones el 80% de los papeles protagonistas son para los hombres. Las mujeres aparecen menos, son más jóvenes que sus compañeros de reparto y las que lo hacen hablan menos. Apenas el 25% de las que aparecen tienen algún tipo de diálogo.

Son cifras y datos que pese a no ser glamuroso hablar de ellos en una alfombra roja, ponen de manifiesto que el cine es un reflejo más de la sociedad machista en la que vivimos. Las películas y los universos de ficción que representan son fundamentales para la construcción de nuestros referentes. Aprendemos a ser lo que somos identificándonos con valores y construcciones sociales y el cine es muy importante en la creación de la identidad. Desde la infancia vamos incorporando maneras de comportarnos, de pensar, de sentir, incluso modos de vestir que hemos copiado del cine. Por tanto el hecho de que las mujeres estén reducidas a papeles secundarios o instrumentales refuerza la idea que este es nuestro papel en la vida.

Pero si hay un tema que no se toca, ni siquiera se roza, es el acosos sexual, “algo que se ha dado toda la vida, en el cine y fuera de él”, como reconocen las propias actrices de primera línea. Pero las que tienen la posición para poder hablar y denunciar a sus agresores, callan, por lo de evitar un espectáculo morboso. Y con su silencio agrandan y refuerzan el muro que protege a los indeseables que siguen campando a sus anchas y recibiendo premios y reconocimientos.  

Articular un discurso feminista desde el silencio, desde “el no nos metamos en eso”, sobre tacones de vértigo y vestidos escotados de alta costura, es de todo menos feminismo. Lo dicho, si Mary Wollstonecraft levantara la cabeza y se paseara por la alfombra roja de los Goyas más de doscientos años después, seguiría lo mismo de sorprendida, “seguimos sacando brillo a nuestras cadenas en vez de intentar quitarlas”.

 

 

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