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Crónica fervorosa de vivencias y sentimientos en un viaje iniciático para profundizar la fe.

Por José Calabrús Lara /

III. JUDEA

Belén.

Regreso a Israel, ya en Judea, por un paso humanitario -frontera no reconocida internacionalmente- en las inmediaciones de Jericó para llegar a Belén, prácticamente un barrio de Jerusalén en zona Palestina. Comenzamos a vivir la realidad física y jurídica de esta tierra dividida en dos pueblos que se la disputan y reparten.  

El campo de los pastores nos reintegra a la vivencia evangélica, vuelve la vida de Jesús tras su encarnación nazarena, nace desplazado de su tierra para cumplir la ley. Vuelve la sencillez y los destinatarios del primer anuncio son los humildes pastores que pasan la noche al raso con sus ganados y reciben del Ángel la Buena Nueva (Lucas 2, 9). Se huele a nacimiento, a nuestros belenes con el hilo conductor de San Francisco.

De allí a la Basílica de la Natividad, a la que hay que acceder por una puerta estrecha para hacerse como niños; y con ojos de tales se adora la cueva, el lugar exacto donde nació con una profunda reverencia para adorar el Misterio, “aquínos ha nacido el salvador, el Mesías, el Señor.

Foto: Puerta de la Basílica de la Natividad y Lugar del Nacimiento de Jesús.

La Eucaristía en la cueva paredaña, bajo la propia Basílica bizantina, y de nuevo el celebrante vuelve al “hic” (Lucas 2, 7), siento lo excepcional del lugar y del momento y recuerdo a mi familia, mi nietecilla, mis amigos y Pepe Liébana. Siguen villancicos, se entona el Niño mío, se me abren las compuertas del alma y no puedo contener las lágrimas que me reconfortan. En la noche, Navidad cayó en agosto, villancicos en las calles.

Desierto de Judá

Saboreadas las mieles de Belén, bordeando y sin entrar a Jerusalén, se baja al desierto de Judea con el recuerdo, ahora preciso, de los cuarenta días de Jesús en este territorio pedregoso, previos al inicio de su vida pública en los que -como hombre- fue tentado. En ello reflexiono durante el dilatado trayecto hasta Masada, la montaña abrupta a la que se asciende en funicular para recordar la hecatombe del pueblo judío el año 73 d. C. (Flavio Josefo) tras el asedio romano. Es la muestra de la violencia de los asaltantes y la tozudez de la resistencia judaica. Pienso en el duro castigo y la diferencia del dios justiciero que profesan los judíos frente a nuestro Dios-Amor que nos desborda.

Qumran.

Los hallazgos de Qumran, en las colinas desérticas de las inmediaciones del Mar Muerto que atravesamos, me sugieren que los hechos -la historia- confirman la fe; que historia y cultura no son la antítesis de la religión, sino su complemento y que la Revelación no es un concepto histórico, cerrado y concluso por lo que el creyente puede -y debe- seguir siempre abierto a profundizar e ilustrar su fe.

Mar Muerto.

Además del fenómeno geográfico que supone el emplazamiento del Mar Muerto -más de cuatrocientos metros bajo el nivel del Mediterráneo próximo, su salinidad, ocho veces mayor que la de aquél, que permite flotar en él y la falta de vida en sus aguas- nos recuerda que en el pasaje del Génesis (Gen. 13, 10), aquello era un vergel paradisíaco, hasta que por la maldad de sus habitantes Dios destruyó Sodoma y Gomorra haciendo llover fuego y azufre sobre ellas, dando lugar a este mar. Mucho he pensado sobre la esposa de Lot, que por desobediencia quedó convertida en una estatua o columna de sal (Génesis 19, 26) por mirar atrás. Buena regla de vida es la de seguir el camino sin mirar atrás (Lucas 9, 62).

Bautismo en el Jordán.

Bajo un sol de justicia y al filo del mediodía, llegada al Jordán, al lugar donde Juan bautizaba, cuyas orillas comparten -o discuten- con Jordania. Una sencilla ceremonia nos recuerda nuestro propio bautismo, que “aquí” renovamos, en una breve, aunque sentida ceremonia; no obstante, tras evocar mi propio bautismo en San Pedro en 1949, pienso con orgullo lo que aquí estoy reaprendiendo: aunque el signo sea el mismo, el nuevo bautismo de los cristianos es con Espíritu Santo y fuego (Marcos 1, 8) y doy gracias a Dios por ello.

Jericó.

Jericó es una de las ciudades más antiguas del mundo, Moisés la llegó a ver desde el monte Nebo donde murió, a ella llegaron los exploradores enviados por Josué antes de cruzar el Jordán. En ese libro (6,15) se cuenta cómo fue destruida por los israelitas al llegar a la tierra prometida con las siete vueltas tocando trompetas tras el Arca de la Alianza, como aprendíamos en el colegio al estudiar historia sagrada.

En el breve paseo por la ciudad se ve el gran sicomoro -una higuera salvaje- al que subió Zaqueo, el publicano rico de escasa estatura que quería ver a Jesús. Fray Agustín nos mostró un nuevo enfoque; además de la fe que le llevó al esfuerzo de subir al árbol, el ridículo asumido por Zaqueo como hombre público, rico y conocido, que baja sucio y avergonzado. Ello le llevó el reconocimiento de Jesús y que, alojado en su casa, dijo: Hoy ha sido la salvación de esta casa y “reaprendí”: el hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido (Lucas 19, 10).

Basílica de la Visita a Isabel y Nacimiento del Bautista.

Ein Karen, en la tarde, la Iglesia del nacimiento de Juan el Bautista y de la Visita de María a su prima Isabel. Entrañable templo que hace recordar el afán de servicio de María por ayudar a su prima mayor y encinta; es también la verificación del mensaje del ángel Gabriel a María en Nazaret y el recuerdo de las dos profecías que abren el Nuevo Testamento: el Magníficat (Lucas 1, 39) y el Benedictus o Cántico de Zacarías (Lucas 1, 68). Mi reflexión “aquíreaprendida. La adolescente María con inspiración divina responde al saludo de Isabel; en Nazaret consiente y pregunta; ahora, con el Ser que lleva en sus entrañas, tiene fuerza para mostrar su orgullo y su alegría, me llamarán dichosa todas las generaciones.

Betania.

En Betania, a las puertas de Jerusalén, la Basílica de la Amistad, sobre la casa de Lázaro y sus hermanas Marta y María, un lugar de descanso del Maestro que evidencia su cariño, aprecio y amistad con esta familia y el llanto por el amigo al que va a resucitar. Aprendo la perfecta humanidad de Jesús, sus valores humanos y la diferencia entre las hermanas, Marta, la resolutiva y laboriosa, frente a la contemplativa María, que había elegido la mejor parte, y no se la quitarán, (Lucas 10, 42). Visita al sepulcro de Lázaro que anticipa otras dos tumbas vacías –las de Jesús y María- que me confortan como creyente.

Sepulcro de María.

A tiro de piedra de Getsemaní, en el mismo torrente Cedrón, se encuentra la Iglesia Ortodoxa que contiene el sepulcro -vacío- de la Madre de Jesús. Estaba abarrotado de gente por celebrar los ortodoxos ese día la Asunción.

¿Murió María? Qué más da, dormida o muerta, sin duda incorrupta -Fray Agustín nos “reenseñó”- lo importante, que no conoció la corrupción del sepulcro y fue asunta al Cielo. Convenía y estaba en los designios del Padre, su Hijo podía hacerlo y lo hizo y el Espíritu Santo, su esposo, quedó con ello complacido. Recuerdo haber visto en Éfeso -otra tradición- otro lugar de dormición de la Virgen, que pudo estar allí con Juan, cuando escribía el Apocalipsis. En la Iglesia germana de la dormición de María, muy cerca del Cenáculo, se contempla a la Virgen Dormida y en un mosaico Jesús eleva el alma de María mientras los ángeles llevan el cuerpo. Cómo ocurriera me es indiferente, me quedo con que la Madre, mi Madre, Inmaculada, Purísima, que acabada su vida terrenal fue llevada en cuerpo y alma a los cielos, donde nos espera.

(Continuará)

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