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Por IGNACIO VILLAR MOLINA / Seguramente, en alguna ocasión, e incluso con cierta frecuencia, ha recibido una comunicación de su  banco, o de otros operadores de diversa índole (financieras, grandes cadenas comerciales,…) ofreciéndole un préstamo pre-concedido que puede suscribir con tan sólo pulsar  un click para activar el proceso de formalización formal de la operación.

Varias son las razones que impulsan a bancos y otros actores a iniciar campañas extraordinarias de esta naturaleza. En principio lo bancos suelen hacerlas coincidir con períodos en los que se reducen las solicitudes espontáneas de este tipo de operaciones, comúnmente coincidentes con ciclos recesivos de la actividad económica general, asociados a incrementos de tipos de interés y descenso del consumo de bienes duraderos. Por otro lado, esta estrategia comercial puede ser utilizada para conservar o ampliar su cuota de mercado.

Partiendo de la base de que una de las premisas esenciales que las entidades priorizan es recuperar el efectivo prestado en los plazos fijados, cualquiera que reciba una oferta de un préstamo ya empaquetado debería sentirse satisfecho y un tanto distinguido porque no es casual la identificación de los posibles beneficiarios de esta facilidad, sino que obedece a proceso de selección muy estructurado en el que superan varios filtros a los que han sido sometidos los elegidos finales. No descubro nada si les comento que la relación con nuestro banco, o bancos habituales deja un rastro de datos suficientes para definir el perfil más idóneo de los posibles candidatos a quien dirigir la oferta de la concesión de un préstamo preautorizado. Por otro lado, si las  experiencias y evidencias que hemos proporcionado a nuestra entidad requiriera de un mayor apoyo y rigor, el complemento ideal se  encuentra en la consulta de los registros de obligaciones impagadas (Asnef, Rai, CCI…), e, incluso, en algunos casos, pueden consultar el CIR (Central de Información de Riesgos) para conocer el detalle de los créditos y préstamos en vigor clasificados por plazos de pago concertados.

Por otro lado, si una de las características de este tipo de préstamos es que su costo, que puede alcanzar el 10/12% TAE, (según datos de prensa el costo medio puede estar en torno al 8.5 %) es generalmente mucho más elevado que en otro tipo de financiaciones, por lo que proporciona un mayor diferencial operativo para sus cuentas de resultados. Por otra parte el ratio de morosidad de este tipo de líneas financieras alcanza niveles muy aceptables, ya que se sitúan en torno al 4/4.5%. Así, resulta lógico, por tanto, que se promuevan estas acciones comerciales con cierta asiduidad, claro que según datos de las propias entidades, el índice de destinatarios que finalmente opta por aceptar y formalizar el préstamo ofrecido marca niveles inferiores a los deseados, pero suficientes para continuar en el portfolio de las entidades como estrategia comercial puntual cuando las circunstancias lo aconsejen.  

En cualquier caso no resulta nada extraño que las entidades financieras, y otros actores prestamistas, cuenten con estímulos suficientes para ofrecer esas facilidades, ¿pero resulta tan clara la conveniencia de aceptar el préstamo para los destinatarios?. En principio estoy seguro que la primera reacción, aparte de una ligera sensación satisfactoria por esa distinción, es efectuar un rápido chequeo mental para comprobar si esta oferta de financiación puede ser convenientemente utilizada para financiar aquella idea o proyecto en ciernes. La mayor parte de las ocasiones, como hemos señalado, después de un más profundo y minucioso análisis, por si surge alguna necesidad perentoria larvada, es desestimado. Pero si, finalmente, convenimos que esa oferta resuelve en tiempo y forma la financiación de aquél plan o propósito en curso, entonces es necesario sopesar ciertos aspectos determinantes. Me refiero, obviamente, a la cuantía concreta a suscribir, a los  plazos de pago idóneos para ajustarse al marco de nuestra capacidad para atenderlos junto a los de otras obligaciones contraídas, al costo final (TAE) del préstamo, incluidas comisiones si las hubiera, a la posible obligación de contratar otros productos adicionales (fondos, seguros, utilización de las tarjetas…), al horizonte de nuestras necesidades financieras familiares futuras, y, en última instancia, a comparar el costo final con otras entidades ya que es muy posible que podamos obtener mejores condiciones que las propuestas inicialmente.

Está claro que un adecuado y responsable comportamiento personal consiste en atemperar nuestro nivel de vida a las posibilidades reales. Admitir una oferta de esta índole no puede suponer, en caso alguno, que nos genere alguna tensión de tesorería o, incluso, algún episodio de impago de las obligaciones de pago contraídas. Claro está que es legítimo el deseo natural de mejorar nuestro status en cada momento y, para hacerlo patente, ahí está la publicidad que se encarga de retarnos habitualmente para suspirar por un nuevo cielo en forma de mejor casa, coche, vacaciones, reformas u otras mejoras…

Según los expertos la función del marketing consiste en detectar las necesidades de los individuos para sincronizarlas con la oferta de productos y servicios demandados por los consumidores. En este contexto la publicidad sería la encargada de despertar el deseo y moldear nuestro comportamiento de forma que conduzca a alcanzar los objetivos del marketing. Sin embargo, en este proceso juega un papel fundamental la persuasión emocional que puede generar necesidades que no son imprescindibles pero que nos retan para conseguir un paso adelante hacia la mejora del nivel de vida. Es precisamente en este momento del proceso de persuasión cuando no debemos perder la sensatez y dejarnos llevar por la euforia generada por la seguridad de contar con el efectivo suficiente que supone ese préstamo al que podemos recurrir con solo pulsar una tecla.

La prudencia se impone en cualquier caso. Los psicólogos advierten que es fundamental no perder el control de nuestra situación financiera, para ello es necesario racionalizar los impulsos de compra y evitar contraer deudas si no guardan consonancia con nuestras posibilidades reales de pago; si bien, como es lógico, un endeudamiento coherente puede significar un apoyo fundamental para ayudarnos a mejorar nuestro nivel económico y social.

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