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Ser español en 2022 trae consigo mayor probabilidad de ser alcanzado por la pobreza y la exclusión social que antes de la pandemia. Así se desprende de los resultados de un informe elaborado por FOESSA y Cáritas sobre la primera radiografía social completa de la crisis de la Covid-19 en toda España, contando con el trabajo de más de treinta investigadores procedentes de más de diez universidades y entidades de investigación social, y las conclusiones son nefastas.

La crisis financiera de 2008 incrementó la desigualdad en España y empobreció al país y a la población en general. Con estas mimbres era de esperar que la sacudida sanitaria y económica de la covid-19 profundizara en todos los aspectos que rodean las situaciones de pobreza en la sociedad y el informe FOESSA-Cáritas ha puesto cifras a lo que se sospechaba y se temía.

De esta manera la pobreza está empezando a ser un factor crónico de primer orden en España, con el cual es ficticio pensar en la recuperación social y económica si antes no se dan los pasos inequívocos para su solución definitiva. Porque las cifras que arrojan el citado informe son demoledoras y espeluznantes desde el punto de vista de la justicia social y la dignidad humana: casi dos millones de hogares con precariedad laboral, seiscientas mil familias sin ingresos que garanticen un mínimo de estabilidad. La diferencia entre ricos y pobres se ha acentuado un 25% más que en la crisis de 2008 y un tercio de las familias se han visto obligadas a reducir gastos tan esenciales como la alimentación, la ropa o el calzado.

Se están sembrando futuras desigualdades porque el apagón digital ha llegado a 1’8 millones de hogares, familias que no han podido acceder a internet y las tecnologías de la información, cayendo en la desconexión digital, el nuevo analfabetismo del siglo XXI, con sus secuelas de falta de acceso a la educación, a oportunidades de mejora y empleabilidad y a servicios básicos como la sanidad, la administración pública o la banca, que cada vez tienen mayor exigencia digital.

Ser joven en España es una putada. Cuando se presentó el informe se señaló que en la situación actual ser joven representa un factor de exclusión social, en lugar de constituir la esperanza del futuro. Gran cantidad de jóvenes parten a buscar sus oportunidades fuera de nuestro país y muchos otros, hasta 2’7 millones de entre 16 y 34 años, están inmersos en procesos de exclusión social intensa, sin futuro, sin ánimo y sin esperanza.

La brecha de género se ha incrementado porque la pobreza se ceba especialmente en las madres con hijos a su cargo y la inexplicable diferencia salarial sigue castigando a la mujer. Otro colectivo que se ha visto sacudido son los hogares de la población inmigrante.

La pobreza en España es ya un problema que amenaza al conjunto de la sociedad y debería ser una prioridad para todos, los que mandan, los que quieren mandar y los mandados, por una cuestión de justicia, de humanidad, de dignidad y de la propia capacidad de recuperación de nuestra sociedad después de la pandemia. Es algo que debemos exigirnos como sociedad y que debemos exigirles a todos los políticos y políticas. Es inexplicable que no haya un frente común frente a la pobreza y la exclusión social, que con estas magnitudes supone un lastre que puede arrastrar a toda la sociedad.

Que una sociedad avanzada como la nuestra mantenga unos niveles de exclusión social, de pobreza y de miseria como los que señala este informe es preocupante. Que no sea sólo este informe, sino que haya toda una trayectoria de estudios realizados por instituciones muy solventes que apuntan en esta misma dirección desde hace años, es más preocupante aún. Que no se perciba un plan de choque, una respuesta contundente y unánime de todas las Administraciones para asistir a tantos millones de personas infunde enfado e indignación a partes iguales. El informe FOESSA-Cáritas, que puede descargarse de la página web de esta organización, no solo presenta una completa radiografía de la situación española a partir de la covid-19, sino que propone un conjunto de medidas al alcance de las Administraciones.

La pobreza crónica es indicador de una sociedad deficitaria en muchos aspectos, institucionales, sociales e individuales. La sociedad no son las instituciones, las administraciones o el gobierno, la sociedad somos todos.

A nivel personal debemos reflexionar profundamente sobre nuestro papel en esta situación. Ya es hora de sacudirse de encima tanto individualismo estéril y arremangarse. Las políticas sociales serían mucho más efectivas si encontraran una sociedad receptiva y sensible con los que padecen esta lacra. El egoísmo y el egocentrismo nunca hicieron posible la salida de situaciones precarias. Los valores morales, y no los valores en Bolsa, acompañaron desde siempre a la ayuda mutua y la cooperación en la superación de las crisis sociales. Y la pobreza es una crisis social aguda.

Un valor moral es aquel que prodiga sus beneficios cuando se pone en práctica. Ningún crecimiento interior es cierto y consistente sin estos valores morales y la generosidad (y sus secuelas de altruismo, cooperación, empatía) es el primero que debe ponerse en práctica, sin cuyo concurso no hay avance.

La ayuda mutua y la exigencia a quienes nos gobiernan o pretenden hacerlo son palancas a nuestro alcance para erradicar esta profunda injusticia social.

La pobreza debe dejar de ser la incómoda realidad para tantos.

 

Foto: Uno de los comedores sociales de Cáritas en Jaén.

 

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