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 Por IGNACIO VILLAR MOLINA / ¿Se puede estar gestando otra tormenta financiera de nefastos efectos para la actividad económica que nos obligue a revivir las tremendas secuelas de la crisis de 2008?. La reciente quiebra del banco americano Silicon Valley BanK (SVB), ha resucitado el fantasma de aquel tremebundo episodio financiero, originado por la bancarrota de Lehman Brothers, que provocó una crisis económica generalizada no sólo para la economía de EE UU sino para otras economías, con especial expresión en las de la Unión Europea, de las que no fue ajena la economía española, ocasionando un profundo colapso en los mercados, poniendo en riesgo la actividad financiera global y generando una prolongada recesión de la que ha costado recuperarse más de 10 años. Una vez más se incrementa la incertidumbre al rebufo proyectado por nuevos trances capaces de desencadenar tremendos desequilibrios en la actividad económica global.  

La génesis de este nuevo episodio financiero está trazada por la particular estrategia comercial del SVB; un banco que centraba su operativa en la captación de depósitos de clientes, especialmente de empresas tecnológicas, aunque también de particulares, de tal forma que en apenas cuatro años, entre 2017 y 2021, incrementó sus recursos ajenos hasta 189.000 millones de dólares, mientras que la cartera de créditos sólo creció 23.000 millones, hasta 66.000 millones durante el mismo período, lo que generó un enorme exceso de liquidez. Buena parte de ese caudal debería haber sido colocado en préstamos pero, ante la falta de clientes de esta naturaleza, la decisión irreprimible y más propicia fue recurrir a la inversión en Letras y Bonos del Tesoro de EE.UU., en un escenario en el que la contundencia alcista de la inflación obligaba a los bancos centrales, en este caso la Reserva Federal, a elevar la rentabilidad de sus sucesivas emisiones de deuda para propiciar su colocación en los mercados, lo que, obviamente, tenía un efecto demoledor en la valoración de los tenedores de las carteras compuestas por títulos comprados en emisiones previas, ya que suponían unas pérdidas latentes que empezaron a materializarse cuando los clientes, mayoritariamente start up (empresas tecnológicas e innovadoras), necesitaron retirar significativas sumas de sus depósitos, para atender otras iniciativas o pagos a sus proveedores y acreedores, obligando al banco a monetizar los títulos de su cartera, antes de su vencimiento, de forma apresurada, y con minusvalías, ya que su valor efectivo en los mercados de deuda, en esos momentos, era inferior al nominal de los mismos, hasta el punto de generar enormes pérdidas consolidadas. La imposibilidad de realizar una ampliación de capital para neutralizar estas pérdidas, la enorme devaluación en bolsa del valor de las acciones y las consiguientes y continuas retiradas de depósitos, que alcanzaron 42.000 millones de dólares, por el miedo de sus depositantes, desembocaron en la intervención del banco certificando la quiebra de la entidad.

Desde la perspectiva actual esta situación no parece guardar una asonancia con la crisis de 2008, ni en su etimología ni en los temibles efectos cosechados en aquella ocasión, porque ni el montante global de este fiasco es lo suficientemente considerable para establecer comparaciones, ni la envergadura del núcleo central del problema guarda relación con la posibilidad de una contaminación que se extienda a otras áreas financieras, como ya pasó entonces, sino que queda relegada a un ámbito muy localizado que salpica a un número muy concreto de otras entidades locales, a los tenedores de deuda, accionistas y a sus clientes, en principio sólo a los titulares de depósitos que superen los 250.000 dólares, cifra hasta la que están garantizados sus capitales, aunque, según las medidas tomadas por el gobierno, parece que, en esta ocasión, también se garantizarán los depósitos por cuantías superiores ,

Sin embargo ha bastado el colapso de un banco regional americano para debilitar la fortaleza de la confianza en el sistema financiero mundial, hasta el punto de hacer tambalear al Credit Suisse, segundo banco suizo, que arrastraba ya problemas desde hace algunos meses, sólo sostenido por el apoyo de su primer accionista, el Saudi National Bank, que ha negado nuevas ayudas en este momento. Sólo la anunciada intención del Banco Central de Suiza de facilitar una línea de crédito de 50.000 millones de francos suizos, ha podido parar el aluvión de ventas que se produjo en las bolsas en la sesión del miércoles.   

No podemos olvidar que la sensibilidad de los mercados bursátiles, henchidos ahora de optimismo por un rally alcista iniciado en los albores de este nuevo año, especialmente destacado en el sector bancario por la mejora de sus expectativas de beneficios y la certeza de la continuidad de nuevas subidas de los tipos para hacer frente al fuerte repunte inflacionario, es tremendamente excitable ante cualquier imprevisto que puede atentar contra la estabilidad esperada de la actividad económica y, especialmente, si afecta al sistema financiero.

No parece que este nuevo trance financiero pueda desequilibrar la estabilidad de alguna de las seis entidades más importantes de nuestro país, si nos atenemos a las manifestaciones tanto del Banco de España como del área económica del Gobierno. Los bancos españoles al cierre de 2022 acumulaban en total inversiones en Renta Fija valoradas en 448.135 millones de euros, de los cuales 45.781 se han incrementado el pasado año. Esta posición representa un 12.81% del valor medio de sus activos totales; por el contrario el Silicon Valey Bank tenía un 60% de su activo invertido en Deuda Fija, cuyo valor estaba claramente expuesto al riesgo de depreciación, sustancialmente más elevado que el conjunto de las entidades españolas por el enorme ratio en relación con los activos totales.

En este escenario la mayor incógnita radica en conocer cuándo  las aguas volverán a su cauce en los mercados bursátiles, porque la tormenta, en principio y por sí misma, no parece tener suficiente fuerza para augurar males mayores, salvo que nuevos nubarrones solapados descarguen mayor incidencia.  

Por otra parte los bancos centrales deberían sopesar seriamente si el grado de regulación y supervisión es adecuado para evitar nuevos casos, y si la receta aplicada de ese concluyente incremento de los tipos debe ser el continuado itinerario más idóneo para seguir batiendo la inflación ante el riesgo de que nuevas subidas puedan desencadenar nuevos episodios similares y agravar los efectos de esta nueva crisis. En este aspecto, si bien los mercados de futuros apuntaban a una ralentización de la cadena de incrementos en las tasas de interés, iniciada en julio de 2022, para facilitar la recuperación de la estabilidad financiera, el BCE en su reunión del pasado jueves decidió continuar con su política monetaria agresiva incrementando un 0.50% los tipos para situarlos en el 3.50%. No olvidemos que este rally alcista ha llevado ya al Euríbor a un año al 3,534% en febrero, aunque será necesario esperar a comprobar el sesgo que tome  en el futuro después de asimilar tanto el último incremento como los episodios comentados.  

Foto: Ha bastado el colapso de un banco regional americano para debilitar la fortaleza de la confianza en el sistema financiero mundial, hasta el punto de hacer tambalear al Credit Suisse, segundo banco suizo, que arrastraba ya problemas desde hace algunos meses.

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