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Antes de la invención del fuego el mundo ya era un lugar proceloso. Después no ha dejado de serlo. Bello, pero inquietante. Siempre lo ha sido, basta con repasar la peripecia humana. De ahí la reflexión que propongo ante una crisis como la actual que concurre con la epidemia del Covid-19, que como sabemos no es la primera que sufre la humanidad. Creo que esta pandemia está poniendo a prueba la solidez de algunas democracias occidentales que se creían consolidadas (como la española). Pero rebobinemos un tanto pues sin cierta recapitulación histórica será imposible centrar el sentido de nuestra reflexión.

Calamidades naturales al margen, tenemos constancia de episodios ominosos generados por el hombre no hace tanto. Así existe registro de las execrables experiencias del nazismo, fascismo, comunismo, ultranacionalismo, populismo y otros fanatismos que pusieron en peligro y continúan siendo una amenaza para el modelo democrático constitucional. Si bien hoy día todos esos radicalismos y sus variantes o “marcas blancas”, convenientemente actualizados por cierta cosmética, son igualmente regresivos y comprometedores. De ahí que sea necesario prestar atención a su concurso en el caldo de cultivo que propicia la actual crisis sanitaria.

Pero para comprender el fenómeno sugiero revisar a grandes rasgos cómo hemos llegado hasta aquí. Creo que recordando lo que fuimos comprenderemos lo que somos y, de paso, estaremos en disposición de desentrañar qué está ocurriendo con democracias que pueden no ser tales y que alojan soluciones totalitarias que juegan “de farol” al sistema democrático. En fin, comentaré algunas cuestiones que no se arreglan reactivando a toda prisa la liga profesional de fútbol, (parafraseo así el “panem et circenses” del poeta romano Juvenal en su Sátira X).

Rebobinemos pues: Las leyes físicas, la biología, la irracionalidad y más tarde el descubrimiento de las ventajas de la razón y de la compasión, nos han definido como especie. Y ahí andamos, a veces avanzando y otras en regresión. La historia de la humanidad es a un tiempo la crónica del desatino egoísta, de la comprensión propia y también de la aceptación recíproca. Así viene siendo desde la revolución cognitiva que nos sacó de la caverna a la revolución científica y tecnológica de nuestros días, pasando por otras revoluciones igualmente cruciales como la agrícola e industrial, por no hablar ahora de otros eventos revolucionarios más o menos violentos. Creo pues que resulta innegable que la humanidad hace milenios que tomó conciencia de sí misma y desde entonces estableció reglas (no necesariamente normas escritas o jurídicas) sobre el cómo de la vida social. Desde entonces contamos con pautas morales, políticas, jurídicas que ahora llamamos normas constitucionales porque son legítimas además de legales, y sin las que el grupo dejaría de ser lo que hemos comprendido que es: un agregado de personas dotadas de derechos inalienables que conforman un orden determinado cualificado por el respeto a los derechos individuales y la procura del bien común. Así, a lo largo de siglos evolucionamos y creamos tribus, ciudades, reinos, naciones y estados. Creímos en dioses y en ideas, confiamos en el dinero como aglutinante de todo ello y nos sometimos a convenciones y horarios.

Pero, como decía y aun con los notorios avances, el mundo no ha dejado de ser un lugar proceloso necesitado de revalidar su lógica cada cierto tiempo, de establecer algún orden, y en el que la relación entre gobernante y gobernado ha estado recorrida por innumerables contingencias, unas naturales y otras provocadas por el llamado homo sapiens. De hecho, con cierta periodicidad sapiens manda a hacer puñetas lo logrado. En ese recurrente despeñarse intervienen la usura de las pasiones, la ambición de poder y desde luego la irracionalidad. Cuando estos factores se reinstalan en el ideario dirigente de modo más o menos confesable, sobrevienen edades oscuras y genocidios que irradian en el colectivo el retorno a aquella caverna de la que un día partimos, (donde –por cierto- no había agua caliente, electricidad ni wifi).

Sostengo que es probable que en la actualidad nos encontremos ante uno de esos periplos regresivos de los que la historia da muestras cíclicas. Y que como casi siempre esté sucediendo de modo paulatino e inconsciente; para más señas en el trance de una crisis profunda, diría de magnitud colosal, que va de lo climático a lo sanitario pasando por los demás estadios de incidencia humana. Por el momento aportaré solo un dato: Miremos alrededor, consultemos la nómina dirigente y veamos quienes son los gobernantes cercanos, medios y lejanos. Resulta que en sus grandes y pequeños trazos la realidad actual la rigen Nerones y Calígulas de distinto pelaje, con más o menos flequillo, todos arrebatados por el ansia de perpetuarse en el poder e imponer su modelo organizativo a costa de lo que sea, convencidos como están de estar cada uno en posesión de la verdad absoluta. Basta con repasar mentalmente la personalidad psicopatológica de quienes nos “desgobiernan” en lo próximo y en lo remoto para constatar lo que indico. (Es probable que ya se le estén viniendo a la cabeza al amable lector un buen puñado de dirigentes políticos que “disfupadecemos”). Para tomar el pulso de lo que indico, basta con citar hasta qué punto va quedando arrinconada la inteligencia e impera y adquiere prestigio la ignorancia.

No obstante, clase política atrabiliaria aparte, recordemos que sapiens ha dominado el mundo porque es el único animal capaz de racionalizar y cooperar a gran escala y en gran número, capaz de elaborar ficciones y entes referenciales que, aunque existen solo en su imaginario, son útiles para la existencia individual y colectiva. Entre estos entes y ficciones cito dioses, religiones, dinero, instituciones, naciones, estados o derechos humanos. Y, además, hace algo más de dos siglos, tras las revoluciones francesa y norteamericana, formulamos una estructura política novedosa cimentada en la liberalidad del individuo, la igualdad, la solidaridad y el respeto a normas constitucionales.

Es probable que el hombre fuera más feliz cuando era cazador-recolector, pero solo después de la agricultura y el orden jurídico normalizado vino la seguridad que nos es tan precisa, como digo, en un mundo proceloso. Diríamos con Rousseau –aunque sea con reservas- que a partir del contrato social nuestras vidas fueron más seguras y mejores, aunque menos divertidas.

El orden basado en la confianza mutua arrancó del día en que se inventó el dinero como gran ficción universalmente válida. A partir de entonces los sistemas políticos y económicos –algunos ciertamente despóticos y abusivos- devinieron en religiones dotadas de un corpus doctrinal basado en teorías o ideologías más o menos fumables. De manera que podríamos concluir que las distintas formas de organizarnos social y políticamente son las nuevas religiones que en gran medida dan unidad y comprensión al mundo tal como hoy lo concebimos. Dicen algunos (Y. N. Harari) que hoy sapiens está en proceso de deificación, como consecuencia de la aceleración tecnológica, de su revolucionaria capacidad científica que incide en la biología humana y en la posibilidad de superar las fronteras espaciales de la Tierra. No lo discuto. Pero lo inquietante ahora –creo- es la coyuntura organizativa en que tales fenómenos se producen. Es decir, en medio de una crisis estructural profunda donde las garantías constitucionales han dejado de ser tales, o pueden dejar de serlo en corto plazo. (Continuará).

*José Ángel Marín
Dpto. Derecho Constitucional
Universidad de Jaén

Foto: Pleno del Congreso del pasado día 20, donde se autorizó la quinta prórroga del estado de alarma.

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