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Leo en la prensa de estos días que el polémico ‘Ninot’ del Rey no tiene quien lo compre, que se desmontó de ARCO y que desde entonces espera en un almacén la tercera venida de un mesías forrado de euros y ánimo incendiario que le dé destino ígneo por contrato. Añado yo que la pieza de estos lumbreras no es que no tenga quien la compre, es que tampoco tiene quien le ladre porque no es una obra polémica, sino un tributo a la estulticia más que a la creatividad artística. Lo digo por la misma razón que creo que nunca será una obra de arte una chirimoya por más que ésta sea expuesta en El Prado junto al cuadro de Las Meninas; la chirimoya no deja de ser una fruta de azúcares simples y ya está, hasta ahí llega por más que el frutero se proponga otra cosa.

Hay tipos que se creen artistas porque juegan a parecerlo, se visten de bohemios, adoptan poses y lanzan su apuesta por si cuela y hacen caja, hay incluso quien va y se los cree hasta se los toma en serio. No es mi caso. Del asunto éste me interesa no tanto que la gamberrada del ninot tenga cancha en una feria de arte contemporáneo, sino que con ello se sigue jugando al desplante frente a una institución del Estado que tiene sentido constitucional, y eso ya no me parece tan gracioso. A estas baladronadas nos quieren acostumbrar el President Torra, la alcaldesa Colau, el inefable Rufián y otros cuantos pirómanos institucionales que a todo le quieren pegar fuego menos a la visa-oro que les proporciona el cargo. Comparto con el profesor Rodríguez-Aguilera de Prat que estos desplantes al Jefe del Estado, de entrada, son tan hipócritas como ridículos ya que entre bambalinas y cuando no hay televisiones al acecho sí que saludaron al Rey en el Mobile World Congress 2019, mostrando así una escasa aunque mínima cortesía. Pero ya se sabe, no le pidamos peras al olmo, y disculpe el amable lector mi recurrente referencia botánica.

Quienes son adalides de estos desplantes ignoran -o así quieren simularlo- que el Presidente de la Generalitat es el principal representante ordinario del Estado en ese territorio de España que es Cataluña (ver el vigente art. 67.1 del Estatuto de Autonomía catalán). Pero claro, si el personaje se ha instalado en esa realidad paralela del secesionismo unilateral entonces no hay sorpresa, y no la hay porque por encima de sus obligaciones Torra sitúa su particular perspectiva política, ignorando –como mínimo- a la mitad de la población de Cataluña. Lo de Colau también es para nota, pero no me detendré en ella no sea que me tachen de machista celoso despechado por semejante belleza que, desde luego, hace más caso a Torra que a este desaliñado jurista.

Pongámonos un poco serios. Esa gestualidad displicente y gruesa evidencia una animadversión que resulta preocupante en términos constitucionales, y ya digo que eso no tiene chiste pues con la Constitución en la mano no existe más soberanía que la española. Si ambos, Torra y Colau (tanto monta, monta tanto) algo le tenían guardado a Felipe VI por su discurso del 3 de octubre de 2017, ahora delatan su rencor y falta de ejemplaridad además de una actitud hostil hacia el Jefe del Estado que es impropia de un servidor público. Actúan ambos de cara a sus hooligans, es decir, mirando al tendido de sus partidarios soberanistas y aprovecha, de paso, para pasarse por el forro a la primera institución del Estado no en relevancia parlamentaria, sino en orden.

De esta polémica tenemos muchos ejemplos -por desgracia- ya que en nuestro país cualquier indocumentado puede poner en solfa la estructura y esencia constitucional, y se queda tan pancho. ¡Todo sea por la libertad de expresión!

En la actualidad el debate sobre la monarquía es sin duda interesante para determinados partidos que con una mano gesticulan desde el escaño mientras en la otra sostienen un cóctel molotov. Pero no olvidemos que esta polémica es puramente doctrinal, y que con estas gaitas especulativas no se rebaja un céntimo lo que nos cuesta el litro de gasolina, ni acabamos antes de pagar la hipoteca.

Está claro que la monarquía vista en perspectiva histórica tiene poca defensa, pues no goza justificación teórica conforme al principio democrático que el cargo de Jefe del Estado sea vitalicio y de transmisión hereditaria; hasta ahí llegamos. Sin embargo, si razonamos en términos actuales, constatables y empíricos, vemos que en el constitucionalismo comparado las monarquías parlamentarias son del todo compatibles con las democracias avanzadas, mientras que algunas repúblicas son –mire usted por donde- bastante autoritarias. Insiste en ello recientemente el profesor Rodríguez-Aguilera al considerar que la almendra del asunto no es tanto la cuestión de la forma política, sino la naturaleza del régimen, es decir, hablamos de monarquías parlamentarias que sobreviven sencillamente porque sirven con razonable eficacia al modelo constitucional y, además, resultan útiles en la práctica, o sea, las ejercen ‘profesionales’ adiestrados para ello concienzudamente que, además, tienen claro cuál es su posición dentro del equilibrio institucional del Estado, que –insisto- parecen tener claro que si fueran por otros derroteros (los reyes de antaño), perderían la razón de su actual existencia, que no es otra, por cierto, que empatizar con la Constitución.

Otro dato: No hay más que ver los índices de calidad democrática de los países que son considerados por The Economist como las veinte democracias acabadas, y resulta que de ellas diez son monarquías parlamentarias. Vaya casualidad. Sigo al profesor citado cuando indica en tal sentido el ranking: 1º Noruega, 3º Suecia, 4º Nueva Zelanda, 5º Dinamarca, 6º Canadá, 9º Australia, 11º Holanda, 12º Luxemburgo, 14º Reino Unido y 19º España, que -mire usted por donde- ha descendido hasta ese puesto entre otras circunstancias por el clima secesionista catalán y sus consecuencias.

Las ventajas de una III República española permanecen en hipótesis de dudosa verificación. Así si se optara por ello, la rampante ‘partitocracia’ de nuestro país dificultaría mucho la gobernabilidad de una España ‘cohabitacional’ en términos parlamentarios. Piénsese, por ejemplo, en cómo seria la cosa si, como dice el profesor Rodríguez-Aguilera, fuera Presidente de la República el señor Alfonso Guerra y su Primer Ministro el señor Pedro Sánchez. Sería, como mínimo, curioso de ver el tema pese a ser ambos del mismo partido. No cabe duda de que un Jefe del Estado sin carnet de partido parece algo más operativo.

Sobre la ventaja económica de la III República también tengo mis dudas. Si se mira el Derecho comparado resulta que la Corona española sin salirnos por una copla, es una de las más frugales de Occidente y, aunque ello no debiera ser lo determinante, es mucho más barata que el mantenimiento de sucesivas presidencias de república que, por no ser vitalicias, habrían de ser sustituidas por otras que también generarían arrastre económico y derechos pasivos a su cese.

Quizá por todo ello convenga dejar de lado abstracciones, posturas maximalistas y visiones mitificadas, olvidar prejuicios doctrinarios e idealizaciones republicanas, e incidir en que los valores y principios del republicanismo derivado de la Revolución Francesa se hallan plasmados en nuestra Constitución (art. 1 CE) con todo vigor. Y de ahí concluyo que si en la práctica la monarquía parlamentaria cumple las funciones tasadas en la Norma Suprema de 1978 sin desviarse de sus cometidos constitucionales, no hay caso sobre su abolición, con ninot o sin ninot.

 

(Foto recogida de El Confidencial)

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