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Por JUAN MANUEL DE FARAMIÑÁN GILBERT / Se dice de los letraheridos que son aquellos seres humanos aficionados a las letras y a la literatura, que han sido alcanzados por el dardo del amor al pensamiento y a la escritura. Han sido los catalanes quienes, en su culto por los libros, han dado lugar a este neologismo con el término lletraferit y que, muy probablemente, derive del francés lettreferits, como nos recuerda el Ensayo “Du Pendantisme” de Montaigne, aunque con un cierto tono de desdén, cuando dice “heridos como por un golpe de martillo”, como “un coup de marteau”. Su uso en castellano le confiere, en cambio, un tono más elevado con la intención de nominalizar a esa legión de lectores y lectoras que, sumidos en la fragancia del lenguaje, lo aman indefectiblemente.

Si bien se trata de un término que resulta singular y extraño para el común de los mortales, sin embargo, han sido muchos quienes han recurrido a su uso con el fin de recrearnos en esa tribu literaria que siente pasión por la lectura y la escritura. En el Centro Virtual Cervantes, en su sección Rinconete, podemos deleitarnos con la sugestiva recopilación que realiza Pedro Álvarez de Miranda sobre el uso de “Un hermoso catalanismo”. Nos indica que “en la segunda mitad del siglo XX el catalán lletraferit dio lugar en la lengua de autores que, habiendo nacido en Cataluña o residiendo en ella, escribían en castellano, al calco compositivo de letraherido” (https://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/junio_17/09062017_01.htm).

Álvarez de Miranda recoge ejemplos, como una carta de Jaime Gil de Biedma dirigida a Carlos Barral, escrita desde Manila en 1956, cuando apunta que “realmente no es este clima para letraheridos: mi cabeza pierde filo y mi caligrafía lleva camino de convertirse en algo infantil”. También, cuando le escribe a Gabriel Ferrater, quien seguramente utilizara el término al referirle que “he conocido incluso algunos letraheridos”, pues, como apunta Álvarez de Miranda, “si Gil de Biedma empleaba la palabra letraherido en estas cartas a sus amigos barcelonenses, era desde la seguridad de que ellos la conocían y también la empleaban”.

Otros, como Juan Goytisolo o Tomás Salvador, la utilizan. Goytisolo en “Problemas de la novela” (1959) para indicar que “…y, como tal, esencialmente burguesa, sus personajes [de la novela francesa] son letraheridos y cultos”. Salvador, publica en La Vanguardia (24/3/1962) un artículo que titula “Lletraferits” en que se lamenta que en castellano no se utilice el término letraheridos.

Enrique Badosa, en uno de los capítulos de “Razones para el lector” (1964), lo titula “En torno a los letraheridos” y Juan Marsé vuelve a utilizar el término separado por un guion, en “Últimas tardes con Teresa” (1966), cuando apunta: “intelectual de izquierdas y letra-herido, había derivado sin ganas a la publicidad editorial”; tal como señala Álvarez de Miranda. Recuerda, también, que el término se documenta en textos de Francisco Umbral, Rosa Montero, Luis Antonio de Villena, Francisco Rico, Miguel Sánchez-Ostiz, Andrés Trapiello, Manuel Longares, Juan Cruz, Ignacio Echevarría, Manuel Rodríguez Rivero, Santos Sanz Villanueva, Sergio del Molino, José Luis Melero, Jorge Edwards o Roberto Bolaño.

El amor por la literatura nos hace amantes de las bellas letras y como a todo amante, le cabe el goce y el sufrimiento. El goce por el gusto de las buenas obras literarias y el sufrimiento por la malversación del lenguaje.

Un letraherido se debate indefenso y perplejo ante el desarrollo desbordante que atenaza a nuestro tiempo, como consecuencia de la producción de textos de pésima calidad, en lo que podríamos catalogar como un “exceso de papiros”.

Han surgido de manera imbatible numerosos “eruditos a la violeta”, en el decir de José Cadalso, que han invadido la república literaria con un cierto barniz de sabios, pero irremediablemente ineptos. Las redes sociales han sido su caldo de cultivo y en ellas, cualquiera escribe lo que le viene a la cabeza, sin el menor rigor ni conmiseración para los sufridos amantes de la literatura.

Son tiempos de debacle y para colmo ahora, la inteligencia artificial se ha enseñoreado del conocimiento y pulula en las redes emulando a la inteligencia humana y por momentos, sin que nos percatemos, la está desplazando. Los papiros actuales son digitales y ya no representan el conocimiento que albergaron hace más de cinco mil años los originales del antiguo Egipto, que se fabricaron utilizando el junco palustre de las plantas ciperáceas que ondeaban en las aguas del Nilo.

Siento una cierta e inevitable nostalgia por aquellos Cyperus Papyrus y también por el pergamino y el papel que van siendo arrumbados en los anaqueles de las librerías y bibliotecas como un resabio de un pasado irrecuperable. Siento necesidad de sentir el olor del papel recién impreso e incluso del ya gastado por el tiempo y la humedad, pues al recorrer sus páginas me vuelvo a enamorar, desplazando mis dedos por su textura y me sumerjo en las aventuras, los dramas, las luchas que se narran en sus folios.

Cómo va a ser lo mismo, leer a los grandes en la pantalla de un ordenador o de un E-Book y qué decir de escribir sobre el folio, cuando se siente el roce del lápiz o de la pluma sobre su rugosa y blanca textura.

Sin embargo, me siento como un traidor, pues al escribir estas reflexiones en el ordenador estoy confabulando, como un perjuro contra mí mismo, como un letraherido que con estas notas está generando más papiros digitales, en una contradicción supina que probablemente sea la marca de los tiempos.

Desde lo más recóndito de mi gabinete, sigo amando los libros que ansiosos pero serenos, reclaman mi atención desde las nutridas estanterías y me recuerdan que, como un verdadero herido por el dardo de las letras, no me deje avasallar por la estulticia y siga combatiendo magullado hasta las trancas, mas sin desfallecer por el amor a las palabras.

One Comment

  • Juan Antonio Fernández dice:

    Magnífica reflexión. No soy un letra herido de ninguna de sus formas desgraciadamente para mí, que más quisiera yo tener el don de la escritura. Eso sí soy devorador de libros, libros de papel y compro más que leo, pero su compañía son como un diálogo que con muchos repito pero que con otros descubro y aprendo no que no podía ni imaginar.
    De ti mi estimado amigo leo e imprimo todo lo que me envías, algún día con material suficiente para encuadernar te colocaré en mi biblioteca.
    Gracias

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