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Por JOSÉ CALABRÚS LARA / La dispersión territorial de Universidades que se produjo como consecuencia del traspaso de competencias a las Comunidades Autónomas, ha supuesto, a día de hoy que en nuestro país existan 51 Universidades públicas y 49 privadas, y en Andalucía 10 públicas y 8 privadas; contemplado este fenómeno desde la evolución histórica del concepto de la institución universitaria, se puede concluir la evidencia de un cambio en el modelo de concebir la  universidad, en el que la prioridad del cultivo del saber en las distintas disciplinas se amplía a servir el derecho a la educación superior de los ciudadanos, que se facilita con la proliferación de los centros universitarios y su aproximación a aquéllos. La anterior conclusión es patente en el Proyecto de Ley Orgánica del Sistema Universitario, actualmente en tramitación, tanto en la Exposición de Motivos como en su articulado.

Es una realidad incontestable y el nacimiento de las Universidades supone un movimiento irreversible, que no puede -ni debe- tener marcha atrás, lo que también es una evidencia. Las nuevas Universidades han venido funcionando mal que bien con el esfuerzo financiero de las Comunidades Autónomas que las crearon, correspondido generalmente con un similar esfuerzo de los equipos de gobierno de aquellas, que han debido ajustar sus presupuestos a las disponibilidades recibidas; también ha colaborado a su implantación, el apoyo con fondos comunitarios a la construcción de los campus, que de otra manera no hubiera sido posible.

En Andalucía, los primeros veinte años de vida de las Universidades de reciente creación, en convivencia con las dos clásicas (Granada y Sevilla) y las nacidas por segregación de éstas (Málaga, Cádiz y Córdoba) han convivido, recibiendo desiguales partidas presupuestarias que dependían de la situación financiera de la Comunidad,  las mayores o menores disponibilidades para esta materia y las demandas que cada una realizaban a la Consejería, sin que haya existido hasta ahora un programa de financiación adaptado a la nueva realidad. Por esta carencia, el tratamiento financiero a las Universidades en concurrencia atenuada y la disparidad de necesidades, ha supuesto el agotamiento de este sistema.

El Consejero de Economía, Innovación y Conocimiento de Andalucía, Rogelio Velasco el año pasado, apremiado por los Rectores formuló una propuesta financiera que pretendía prolongar en el tiempo el sistema anterior, con claras discriminaciones entre las Universidades nuevas y las tradicionales, lo que motivó la renuncia del Rector Juan Gómez como Presidente de los Rectores andaluces y -a la postre- abortó la reforma.

La propuesta de consensuar la financiación de futuro a base de diálogo no ha ido hasta la fecha más allá de las buenas palabras y el problema subsiste. El nuevo Consejero designado tras las elecciones del pasado año, José Carlos Gómez Villamandos, anteriormente Rector de la Universidad de Córdoba, tiene sobre la mesa el problema y precisará de mucho diálogo para concordar posturas y recursos para satisfacer las necesidades de todas las Universidades. Sea cual sea la solución que adopte, deberá partir de dos premisas esenciales: la primera es -como he apuntado- que las nuevas han venido para quedarse, tienen vida propia y cumplen los estándares exigidos en el desenvolvimiento de sus tareas docentes e investigadoras, es decir, no merecen -ni pueden- ser ninguneadas; el esquema es indiscutible. La segunda premisa es que la financiación pública de las Universidades debe ser igual –lo que no significa idéntica- para todas e igualitaria en cuanto al alumnado, docencia impartida, investigación realizada y necesidades específicas, sin que pueda haber privilegios para unas o para otras.

Volvamos a la Universidad de Jaén, que puede presumir –dudosa honra para la clase política local- de ser la última de las Universidades públicas de Andalucía en su creación, incluidos los riesgos de última hora. A Jaén -una vez más- nada le regalaron al integrarla con pleno derecho en el sistema universitario andaluz; fue el empeño pertinaz del jiennense Antonio Pascual, Consejero a la sazón del ramo y la generosidad del también jaenero Rector de Granada, Lorenzo Morillas, que con su tolerancia permitió el despegue y facilitó la transición con la previa creación de Facultades; uno y otro lograron culminar la tarea. Tampoco se puede olvidar el importante aliento y apoyo de la Diputación Provincial de Jaén desde los tiempos del Colegio Universitario. Nadie más -ni personas ni partidos- puede enorgullecerse del logro.

A partir de ahí, el curso 1993-1994 echó a andar la UJA y empezó a ser protagonista de su propia historia. En estos primeros años tres Rectores providenciales: Luis Parras Guijosa, Manuel Parras Rosa y Juan Gómez Ortega con sus respectivos equipos, y particularmente los buenos gerentes, han hecho despegar la Universidad hasta situarla en el nivel que ocupa, no sin sobresaltos como las restricciones de 1997 del Consejero Pezzi y la llamada de atención del actual Rector ante el atropello pretendido el año pasado por Velasco. Ellos han forjado la nueva Universidad, de menos tamaño, con menos territorio, pero con un alumnado consolidado, un funcionamiento austero, ágil y competitivo, hasta el punto de obtener los buenos resultados que figuran en el ranking de Shanghái, que ya comenté en mi primera entrega, en el que aparece la UJA por encima de las Universidades de Málaga, Córdoba, Cádiz, Huelva y Almería.

Con motivo de la alerta del Rector Juan Gómez ante la crisis financiera anunciada, nació en Jaén una Plataforma Ciudadana en Defensa de la Universidad, con carácter transversal que tuvo una masiva acogida y ha sabido demostrar en su corta existencia que con la Universidad de Jaén no se juega y está en condiciones de movilizar a la ciudadanía -ya lo ha hecho-  si fuera necesario, para hacer visible ante los poderes públicos su oposición a cualquier ataque y exigir respeto a nuestra joven institución universitaria. Me sorprende que no hubiera nacido mucho antes -problemas hubo- y hubiera sido un buen instrumento de apoyo a los Rectores; bienvenida sea y debe contar con el apoyo general de la ciudadanía si logra mantener su transversalidad y focalizar exclusivamente sus tareas en lo que es su objetivo defensa de la institución en sí misma considerada y no entrar en cuestiones accidentales evitando confrontaciones políticas, que podrían inhabilitarla para cumplir su misión.  La única garantía de supervivencia de la UJA es que sea de todo Jaén, como tarea común de la sociedad y de sus instituciones; que se sitúe por encima de la natural confrontación de los partidos políticos y que se la preserve de los enfrentamientos, es lo que merece esta joven institución; solo así, teniendo Jaén a la Universidad por bandera, podrá ser servida.

Seamos optimistas, el problema financiero de la Universidad de Jaén ha de resolverse con éxito y no se puede perder la fe en ello porque no cabe la vuelta atrás; en sus primeros treinta años se ha ganado el reconocimiento y prestigio de que goza y dispone de los mecanismos necesarios para hacerse valer y exigir una adecuada asignación de recursos y ha demostrado saber ser austera.

Lo económico, si bien es condicionante, no es exclusivamente lo que necesita la Universidad de Jaén que tiene una importante tarea por delante.

El primer objetivo que es prioritario y desde luego hasta ahora no alcanzado, debe ser abrirse realmente a Jaén, encarnarse en la ciudad y la provincia; salir de su cómoda y plácida instalación en el campus para irradiar fuera en la ciudad y crear en ella una autentica vida universitaria de la que ahora carece. Para ello debe optimizar sus edificios en el centro, más allá del de Magisterio, que no ha cuajado a este fin. Instalar el Rectorado y el Consejo Social en un edificio representativo del casco histórico, sin perjuicio de otras instalaciones “de trabajo” en el campus, sin olvidar también alguna Facultad numerosa, que hiciera visibles a los alumnos.

Se necesita que muchas de sus programaciones culturales universitarias: conferencias, conciertos, exposiciones, se celebren en el centro -pese a la incomodidad de quienes pueblan el campus- para que se haga presente, asentar su imagen y de paso revitalizar la vida social y cultural de la urbe. Fomentar la vida universitaria de los alumnos en Jaén y quizá en algunos pueblos del entorno, convirtiéndose en un motor de dinamización cultural y juvenil de la ciudad y de la provincia, que fomente la motivación de los ciudadanos en participar de una verdadera programación de actividades de cultura y Bellas Artes. En definitiva que en la ciudad se encuentre y viva un auténtico ambiente universitario que es perceptible en tantas ciudades  y que aquí se echa en falta. En esta tarea sería decisiva la participación municipal que hasta ahora no se ha percibido y sería muy útil y provechosa

 La realidad es que muchos alumnos al final de su jornada lectiva vuelven sistemáticamente a sus pueblos, para lo que se ha dispuesto de transportes y medios de comunicación ad hoc, lo que realmente facilita su acceso a los estudios superiores y abarata costes, pero les priva de hacer vida universitaria. Es preciso arbitrar modos y formas de evitar que los estudiantes pasen por la Universidad, pero la Universidad no pase por ellos. Si se hace a nivel europeo con los programas Erasmus ¿no se podrá hacer a nivel provincial en Jaén?

Además del crecimiento hacia afuera, la Universidad debe crecer hacia adentro; es una institución joven que ha aumentado en alumnos y profesores por su impulso inicial; ahora tiene que promover y fomentar a los que ingresan y a los que egresan, hacer frente, en tiempos de baja natalidad, a una eventual merma de alumnos sin caer en el desánimo, primando la calidad sobre la cantidad y fomentando el acceso a cursos no reglados de formación y especialización de posgrado y la que se llamó “extensión universitaria”; si la docencia puede estar condicionada por el número de alumnos, por el contrario, la investigación no tiene límites y esa debe ser tarea primordial para crecer en la calidad necesaria y así seguir progresando en los resultados.

Es muy importante y tarea no menor la concienciación del profesorado y su vinculación a la Universidad y es labor que se echa en falta; los profesores deben también salir del campus, no quedarse en la periferia, de espaldas a Jaén, para implicarse como hacen algunos -por desgracia no demasiados- en la sociedad jiennense. Es necesaria que esa presencia en las instituciones, en el día a día, se generalice o al menos crezca notoriamente, lo que supondría un enriquecimiento de la ciudad con sus opiniones y sus conocimientos.  

La de Jaén como Universidad moderna y asentada debe superar defectos de las clásicas:  la extendida costumbre ancestral de absentismo de las cátedras de las Universidades periféricas que los clásicos llamaban “el guadalajarismo” que aquí es o ha sido un mal endémico y doble: granadino por origen o madrileño por destino. Este mal se adueñó de algunas cátedras servidas por no residentes. Otro defecto enraizado en la tradición universitaria clásica es la endogamia en los equipos, que aquí jugaba originariamente y de forma natural en favor de Granada -y en adelante -aun no siendo deseable- puede incluso ser beneficioso para Jaén por el asentamiento y arraigo del profesorado local que supone.

Todos, de un modo u otro, hacemos la Universidad; los habitantes de Jaén tienen un compromiso con ella, más allá del orgullo por su existencia, le debemos el apoyo, que sea sincero y crítico -si es necesario- porque la Universidad debe convertirse en un motor de desarrollo para Jaén, que no sea solo de buenas palabras y mero voluntarismo, para hacerse realidad cotidiana y que se encarne en la sociedad. Jaén tiene que conocer a su Universidad y estimarla, valorarla, quererla y la Universidad se debe dejar querer y juntos salir fortalecidos de esta encrucijada.

Para terminar, los poderes públicos no pueden limitarse a proveer su financiación, que es su primigenia obligación, sino que deben proveerla de un ámbito de libertad, autonomía y respeto. Todas las Universidades son iguales, así lo dispone la ley y no puede ser de otro modo, son centros donde se actualiza y presta el servicio público de la enseñanza superior a los universitarios. No caben dirigismos ni restricciones ni injerencias, sí control y orientación para permitirles su desarrollo y el cumplimiento de los objetivos para los que nacieron contenidos en la ley que la creó, fruto del Parlamento, es decir, de la representación de todos los ciudadanos andaluces.

Esta quizás larga reflexión -en tres entregas- sobre la Universidad de Jaén nace de mi amor a la institución y de mi vivo interés por su presente y futuro. En los últimos veinticinco años deliberadamente no he querido opinar ni escribir sobre ella, no fuera que se me pudiera aplicar la moraleja de aquella fábula de Esopo referida por nuestro Samaniego, como consecuencia de mi poco feliz apartamiento de la docencia universitaria que recuerdo con cariño como una de las mejores dedicaciones de mi larga vida de trabajo; no, no voy a pretextar que “no están maduras”. Por eso en la distancia del tiempo he querido expresarle mi aprecio y apostar por su futuro.

Ojalá que aquí se practique esa labor que se llamaba de “extensión universitaria” que fue el motivo que permitió a un Rector granadino en visita a nuestra ciudad, hacer un mal pronóstico para la Universidad en Jaén; por una vez se ha cumplido la utopía.

Foto: Una imagen del Campus de Las Lagunillas.

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