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Por JOSÉ CALABRÚS LARA / Mi anterior publicación del mismo nombre en este Blog se iniciaba evocando una conferencia del Profesor Gallego Morell que en 1958 calificó de “pura utopía” el establecimiento aquí de una Universidad; entonces casi justifiqué esta actitud del Rector granadino, pues tal era el sentir general de aquellos años y yo mismo llegué a profesar esa idea tradicional de Universidad durante mis estudios en aquella “alma mater”. Esta concepción entraría en crisis años después y hoy nadie en su sano juicio se atrevería a defenderla. Por tanto, estimo necesaria en esta segunda entrega un repaso retrospectivo sucinto para dejar constatar la historicidad del concepto de la propia institución universitaria y su evolución desde el nacimiento.  

Mi pensamiento inicial, hace cincuenta años no estaba lejos de lo apuntado por Gallego y se vio fortalecido en mis años universitarios de formación; en el otoño de 1964 me sumergí en la Universidad tradicional acampando en Granada donde muy pronto, por influencia a través del Profesor Don Rafael Gibert, me sedujo la idea del profesor Álvaro d’Ors de la unicidad de la Universidad vinculada a la universalidad del saber que estaba en la esencia de la misma, que se vio fortalecida con mi participación como Profesor Ayudante y doctorando, de un programa de investigación intereuropeo de Historia de las Universidades auspiciado por la Societé Jean Bodin que codirigían, por España, el profesor Rafael Gibert, en Granada, y el profesor Antonio García y García, en Salamanca. De aquellos trabajos vienen las ideas resumidas que siguen.

Aprendí entonces que el nacimiento de las Universidades entronca con la tradición tardomedieval de los “Scriptoria” monacales, convertidos en Estudios Generales creados o auspiciados por el Papado en la Europa Occidental, del que surgirán Universidades que iban creciendo -y multiplicándose por esporas- al calor de un núcleo de alumnos y profesores formados en una precedente. De este modo nacieron las primeras Universidades de Bolonia, Oxford, Montpellier y París y sus tributarias españolas de Palencia y Salamanca.

El contenido de los estudios universitarios -el objeto de los saberes- lo constituían las llamadas artes liberales integradas por el “Trivium”: gramática, retórica y dialéctica, y el “Quadriuvium”: geometría, aritmética, astronomía y música cuyo estudio se consideraba fase preparatoria para acceder a formas más elevadas de conocimiento representadas por la filosofía y la Teología; después aparecerían los estudios de derecho. Los conocimientos que los alumnos adquirían eran difícilmente habilitantes para el desempeño de profesiones u oficios, más allá de la propia docencia, pues tendían más a la formación de los estudiosos para seguir la investigación y la docencia que a la capacitación profesional, aunque los grados académicos fueron muy pronto exigidos para el acceso a oficios públicos, eclesiásticos y profesiones civiles superiores al comienzo del Estado Moderno.

En concreto, en el ámbito del derecho, en las Universidades se enseñaba, fundamentalmente, el “utriusque ius” -uno y otro derecho-, el Derecho Romano y el Canónico. En lo civil, eran objeto de las “lectiones” el Derecho Romano justinianeo “recibido” -redescubierto- en Bolonia. El “Corpus Iuris Civilis” integrado por el Código o “Codex vetus”; el Digesto o “Pandectae”, que dio lugar al nacimiento de la Pandectística, y el “Codex Repetitae Praelectionis” y la Novelas o “Novellae Constitutiones”, también se estudiaba el Derecho Romano vulgar de occidente. En el Derecho Canónico, el “Corpus Iuris Canonici”, integrado por el Decreto de Graciano y las Decretales de Gregorio IX en las que, por cierto, tuvo una participación importante nuestro patrón, San Raimundo de Peñafort, más otras normas de pontífices posteriores hasta Juan XXII.

En la Universidad de Bolonia y después en las de París, Montpellier, Palencia y Salamanca surgieron escuelas para el estudio, en las que recordemos las de los glosadores y comentaristas; aquellos seguidores muy directos del texto que glosaban, lo hacían sobre el mismo libro (en sus márgenes), mientras los comentaristas redactaban sus estudios en texto aparte. Hasta bien entrado el siglo XVI no se comienza a estudiar en las Universidades el Derecho nacional de cada país, en España el Derecho Real, emanado del Consejo del monarca, o del de Castilla, porque los derechos locales o territoriales que sobrevivieron, fueros y privilegios, constituían “particularidades” ajenas a la Universidad.

Las Universidades eran depositarias y transmisoras del saber “universal” al margen de las estructuras sociales de cada territorio. Con el Renacimiento -del que la recepción boloñesa del Derecho Romano fue un anticipo- aparecerán las organizaciones estatales de cada país y sus reyes y príncipes que se involucrarán en el fortalecimiento y protección de las Universidades en sus territorios; fue un primer paso en la “laicización” de aquellas. Un ejemplo típico fue la Universidad de Granada, creada por Carlos V en 1526 y confirmada el 14 de Julio de 1531 por Bula “Ad fugandam tenebras” del Papa Clemente VII. Fruto de esta Filosofía es la autonomía universitaria, su capacidad de autogobierno y de otorgar títulos y grados, como un tercer poder frente al civil y el eclesiástico.

De esta época es la histórica experiencia universitaria en nuestra provincia. La Universidad de Baeza, fundada por Paulo III en 1538 a instancias de un clérigo baezano capellán y familiar del Papa, impartía los grados de Bachiller, Licenciado y Doctor en Artes, Retórica, Gramática, Filosofía y Teología escolástica -estos últimos estuvieron a cargo de San Juan de Ávila- y disponía de un importante claustro. Tras un impulso inicial en el que incluso llegó a frustrar las expectativas universitarias de Jaén propiciadas por el Obispo Sarmiento, que pretendía crear el Estudio General en el Convento Dominico de Santa Catalina Mártir, sin llegar a materializarse, la propia institución baezana entró en crisis, precisamente por falta de apoyo de los poderes seculares, y el desinterés del cabildo, hasta su desaparición en 1824 por Decreto de Fernando VII.

El proceso de “nacionalización” y “secularización” de las Universidades españolas, que se inició en el Renacimiento, culmina en el siglo XIX y se produce por una doble vía: la creciente aportación estatal de recursos que las Universidades precisaban para su financiación cuando se redujeron drásticamente los eclesiásticos por las desamortizaciones y, por otro, el control estatal de títulos, grados y diplomas, que es de las primeras manifestaciones del interés del Estado en su control. A lo largo del XIX frente a los clásicos y tradicionales saberes cultivados, amplía el abanico de conocimientos al cultivo los derechos nacionales las lenguas romances, terminando por asumir el mundo de la tecnología para fabricación de ingenios y fábricas -las Ingenierías- que entraron a formar parte de las Universidades – con el rechazo inicial de los que cultivaban los saberes clásicos que los criticaban duramente por su practicidad. Al final fueron integrados precisamente por mor de la evaluación de sus resultados.

Los motivos económicos apuntados, la extensión del contenido de los estudios en las universidades y el control de los títulos suponen un reequilibrio de poderes en las instituciones universitarias con la marginación de la Iglesia, salvo en las suyas propias, la merma de la autonomía universitaria y la preponderancia del Estado y con ello fenece el concepto de Universidad que estuvo en la génesis de las mismas en la Edad Media y aparece un nuevo tipo de entidades laicas y dependientes del Estado.

El siglo XX se estrena en España con una docena de Universidades territoriales fuertes y otras tantas Escuelas Técnicas Superiores en grandes ciudades, que centraban la investigación y difusión del conocimiento en las distintas ramas del saber con un plantel espléndido de buenos profesores en todas las disciplinas, con renombre internacional. A ello se añaden los otros centros no universitarios, las Escuelas de Magisterio y Peritajes donde se formaban quienes no accedían a un título académico “superior”.

Setenta años después el esquema era, con breves retoques, el mismo y cada Universidad tenía su propio distrito, que constituía la zona de influencia, y el conjunto aparecía como un edificio sólido sin perspectivas de ampliación, coincidiendo con la opinión y menosprecio del rector granadino. Sobrenadaba aún el concepto de la unicidad de los saberes y de la propia Universidad hasta el punto de que muchos profesores propugnaban hablar de “Universidad en…” Granada, Sevilla, Madrid, etcétera, reforzando la idea de la misma entidad en distintas encarnaduras territoriales.

En la segunda mitad del siglo XX en Europa, y con retraso en España, el esquema de las Universidades tradicionales entra en crisis, fundamentalmente por el incremento del número de alumnos, la exigencia cada vez mayor de acceso de los jóvenes al sistema universitario, la imposibilidad de ser atendidos con los esquemas anteriores y la insistente demanda de incrementar en el territorio los centros de formación superior. Comenzaron a florecer colegios universitarios y facultades desplazadas, adscritos a las Universidades titulares del “distrito”.

En nuestro caso -ya vamos aterrizando- el Colegio Universitario de Jaén, promovido y financiado por la Diputación, tardó cinco años (de 1970 a 1975) en conseguir la adscripción a la Universidad de Granada. La integración de las escuelas Normales y de Peritos en las Universidades supuso, de entrada, que Jaén ya dispusiera de cuatro centros universitarios: las escuelas de Magisterio de Jaén y Úbeda (Safa) y la de Peritos de Jaén y Linares (Minas). El resto de esta historia se puede encontrar en la magnífica reflexión de Antonio Garrido en este mismo blog de 13 de Diciembre pasado, a la que me remito.

El objeto de esta larga reflexión retrospectiva no es otro que resaltar la historicidad de la institución y la evolución del mismo concepto de Universidad desde su origen medieval, los cambios tras el nacimiento del Estado moderno, la progresiva separación de la Iglesia, la financiación estatal casi en exclusiva y el correlativo control absoluto.  

El último paso de esta evolución, tras la Constitución y el nacimiento del Estado de las Autonomías con atribución a las Comunidades de la competencia en materia de creación de Universidades, lo que ha supuesto la proliferación de universidades. De ahí nacen por leyes sucesivas en mismo día -el 1 de Julio de 1993- las Universidades de Almería, Huelva, y Jaén, la última también en esto. Se inicia una nueva etapa en la historia de estas instituciones, en la que prima la dispersión territorial, el acercamiento a los alumnos de este servicio público que presta la institución universitaria, que deberá mantener, en todo caso los niveles adecuados de los conocimientos que imparte y los estándares de calidad en la formación de los alumnos.

Vuelvo al final de mi primera entrega (10 de Enero).  En breve daré fin a estas reflexiones con una mirada al futuro de nuestra Universidad, con los riesgos que el oficio de profeta en tierra propia conlleva, del error al apedreamiento, aunque acierte.

Foto: Una imagen de archivo de la antigua Escuela de Peritos de Jaén, en cuyo solar se construyó el centro comercial de El Corte Inglés.

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