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Promovida por la Diputación Provincial, en el recinto de IFEJA, este fin de semana se ha celebrado la VI edición de la Feria de los Pueblos. Ha sido un espléndido escaparate en el que los pueblos de la provincia han mostrado sus mejores atractivos, tanto turísticos como culturales.

Torres, pendiente de que su Fiesta de los Jornaleros sea declarada de Interés Turístico en Andalucía, se ha volcado en su riqueza histórica dando a conocer tan peculiar Fiesta. Por eso traigo a colación algunos retazos históricos de ella.

La población torrena, a lo largo de la historia ha estado inmersa en un contexto de calamidades reproduciendo los temores y miedos de unos habitantes indefensos ante las adversidades de la naturaleza. Estas premisas están íntimamente ligadas al Cristo de los Jornaleros. La leyenda que sustenta su existencia esta inmersa en los desasosiegos que invariablemente tienen su raíz y justificación en un mundo sobrenatural y divino. La historia que cuenta la leyenda comienza con la llegada al pueblo de dos forasteros que al llegar la noche se refugiaron en las cámaras de un antiguo caserón. Se presentaron ante los dueños de la casa como artistas. Era todo lo que se sabía de ellos. Solo portaban pan duro y agua, pertrechos con los que pasaron días y días encerrados en su aposento. Los caseros, alarmados e intrigados con lo que estaba sucediendo, ya que los inquilinos no daban señales de vida, llamaron a la puerta insistentemente. Desde el interior nadie respondió por lo que se vieron obligados a forzar la entrada. Al traspasar el umbral se quedaron atónitos.

Los forasteros habían desaparecido sin dejar rastro. En su lugar encontraron “una hermosa y bien labrada cruz de madera, en la que aparecía clavada tres clavos en pies y manos, la más perfecta y acabada imagen de Jesucristo en tamaño natural”. Y eso no era todo. Además, estaba “milagrosamente erguida, porque no se le veía punto de apoyo”. Rápidamente comunicaron tan misterioso espectáculo. El asombro y la expectación cundió. Todos abandonaron sus quehaceres para acudir al lugar del milagro y percatarse de lo que había ocurrido. El alboroto no ceso hasta que dispusieron trasladar el Cristo a la iglesia parroquial, para lo cual organizaron una procesión que resulto interminable. Ningún vecino quiso perderse la participación en lo que representaba –sin saberlo- el inicio de la mayor devoción popular que la localidad iba a tener durante siglos. En principio, al Cristo lo denominaron de la “Vera Cruz”. Otro portento que posteriormente protagonizo la imagen, le dio el nombre de Cristo de los Jornaleros.

El nuevo prodigio, también esta imbricado en la realidad cotidiana de los torreños. ¿O no era realidad cotidiana la sequía que, cosecha tras cosecha, acechaba los campos manteniendo a los vecinos pendientes de que el color del cielo anunciara las nubes? Pues bien, uno de esos terribles años de sequía, unos jornaleros intentaban labrar la tierra, pero era tal la dureza que la sequía había provocado en ella que se vieron obligados a dejar su trabajo porque era imposible realizarlo en aquellas condiciones.

Implorar al Cristo de la Vera Cruz que tantas veces les había socorrido en semejantes trances, era su único recurso. Recurrir a Él significaba sacar su imagen en procesión de rogativas. Un lujo que no podían costear porque era necesario contribuir a la parroquial con cierta cantidad de dinero. La solución la encontraron haciendo participar de sus necesidades a todo el pueblo. Al fin y al cabo todos tenían el mismo problema. Si tenemos en cuenta dos factores, uno el fervor popular hacia el Cristo y otro que todos vivían en sus propias carnes los efectos de la sequía, comprenderemos que no les fue difícil obtener buena respuesta de los vecinos.

Fue así como decidieron recorrer todas las casas del pueblo recogiendo cualquier donativo que pudieran darles. Con lo recaudado, por fin les fue posible sacar al Cristo. Nada más salir la imagen del templo el cielo se cubrió de nubes. Era una situación que milagrosamente ya se había producido en otras ocasiones. La novedad en este momento procedía del hecho de que cuando acordaron volver la imagen a la iglesia, en vista de que la lluvia se había iniciado, advirtieron estupefactos que el Cristo estaba inmóvil impidiendo a los jornaleros, por más fuerza que empleaban, introducirlo en el templo.

Bien es verdad que, en similares situaciones milagrosas, esa resistencia significaba el deseo de la imagen de permanecer en el lugar -convertido así en espacio sagrado- con el fin de que se le levantase en dicho espacio una ermita o un santuario; sin embargo, en Torres no es así. La imagen tenía ya su propia morada, por lo que su negativa a entrar en él adquiere otra dimensión: convocar no solo a los jornaleros sino a todo el vecindario. La respuesta fue inmediata. Ante el repique de campanas todo el pueblo se estremeció y poco a poco se fue personando, en la lonja de entrada a la iglesia, para presenciar tan sobrenatural espectáculo.

A medida que el gentío se agolpaba en la puerta del templo vitoreando al Cristo, la lluvia arreciaba hasta quedar todos empapados. De repente un nuevo milagro: el Cristo no tenía una sola gota de agua. Y para asombro de todos, apenas sin esfuerzo, consiguieron colocarlo en su altar. Con estos milagros la imagen manifestó su poder divino adquiriendo la condición de “sagrada”. A partir de ahí la difusión y transmisión de lo ocurrido será la semilla de la que brotara el culto a Jesús Crucificado. Con una salvedad importante: cediendo su nombre a los jornaleros. Porque es en este punto donde se produce la fusión entre el Cristo de la Vera Cruz y el de los Jornaleros.

Hasta aquí queda expuesto la tradición oral, transmitida de generación en generación, del «Cristo de los Jornaleros». De cualquier modo, se trata de tradiciones muy enraizadas con las que el pueblo se identifica plenamente. Para acercarnos a la realidad histórica es ineludible situarnos en el contexto social donde surgen estos sentimientos piadosos.

La vida cotidiana del Torres de mediados del siglo XVI estaba presidida por las dificultades y penurias para conseguir que la fertilidad llegara a los campos. En aquel mundo sacralizado, la fertilidad, en este caso a través de la lluvia, había que provocarla a través de intermediarios divinos. Ese es el significado de las procesiones de rogativas tan socorridas y tan frecuentes en los pueblos de España. En Torres la figura que siempre estuvo relacionada con la sequía fue el Cristo de la Vera Cruz. A él recurrían con especial insistencia cuando faltaba la lluvia. Así queda documentado en los libros de actas capitulares que se custodian en el Archivo Municipal de Torres. Durante el siglo XVI son muy abundantes los acuerdos municipales que recogen la salida del Cristo, así como en siglos posteriores, aunque con menor insistencia.

De manera que, tras lo expuesto, podemos afirmar que el entusiasmo y fervor manifestados al Cristo de la Vera Cruz se remontan a la centuria del quinientos. De hecho, en 1554 ya tenían organizada su cofradía. En ese año encargaron la imagen titular que fue esculpida en madera de sauce por el entallador renacentista, Juan de Reolid.

La población llego a identificarse de tal forma con Él que todas las generaciones, a través de los siglos, han ido renovando su devoción. En la actualidad, todos los años, el domingo más próximo al veinte de mayo tiene lugar la denominada «Fiesta de los Jornaleros». La celebración esta llena de solemnidad contando con elementos religiosos y profanos.

Su financiación es muy peculiar. No es costeada ni por la Iglesia ni por el ayuntamiento. Manteniendo el origen de la tradición, son los propios torrenos los que directamente la costean. Unos meses antes, un grupo de cuatro personas -los «Hermanos del Señor»-. visita todos los hogares pidiendo la ayuda económica que puedan aportar. Esta es una cuestión fundamental ya que rememora la labor realizada por aquellos jornaleros de antaño que dan nombre a la fiesta.

Cada año, los “Hermanos del Señor” se renuevan el mismo día de la procesión. Al final de su recorrido se presentan los candidatos que allí mismo son aceptados y desde entonces comienzan a trabajar conscientes de la importante misión contraída: mantener viva la tradición con más raigambre en el pueblo.

El aspecto religioso comprende una celebración eucarística y una procesión en la que los torrenos acompañan al Cristo que va precedido de los niños que por la mañana recibieron su primera comunión. El Cristo que procesionan es el de la Vera Cruz adornado con cuatro grandes panes morenos y haces de espigas. La actual imagen fue realizada en el siglo XX y vino a sustituir la talla que en el siglo XVI realizara Reolid.

Cuando todo el cortejo procesional retorna a la iglesia, allí tiene lugar un acto cargado de simbolismo: el reparto de pan a todos los asistentes. Pan que hay que tomar por su significado protector, salutífero y mágico. Pan que protege de la miseria: al ingerirlo no faltara en ningún hogar. Pan que viene acompañado de salud porque cada año que se coma posibilitara que al siguiente se pueda volver a hacer. Simbolizan por tanto aspiraciones terrenas: abundancia y vida. Y no sólo el que esta presente se beneficia de tales bienes. A todos los familiares y amigos que les llegue un pedazo del pan bendito que ha acompañado a Jesús también gozara de ellos. Es emocionante asistir a este momento y comprobar como, en medio de la algarabía de la degustación, acude el recuerdo de seres queridos para los que entrañablemente se pide un trocito más para llevar.

El grado de participación es bastante alto, tanto en la parte religiosa como en la lúdica. Ésta viene representada por los alegres pasacalles que, con gigantes y cabezudos acompañados por la banda de música, recorren las calles del pueblo. Con lo recaudado en la cuestación popular, todo el pueblo es invitado a una gran paella o a chocolate. Así se proclama la abundancia en contraste con la escasez de aquellos jornaleros que rememora la fiesta. El escenario es el parque municipal, y allí mismo, por la noche, una verbena popular cierra los actos festivos. Por último, una gran traca pone el broche final.

En definitiva, Cristo de la Vera Cruz y Cristo de los Jornaleros son dos divinidades que están interrelacionadas. El primero, documentalmente, es el Cristo de la sequía al que los torrenos se encomendaban, y en la actualidad ese mismo Cristo crucificado es el de los Jornaleros.

Que duda cabe que es la más singular de nuestras tradiciones. Su peculiaridad reside en varios aspectos. En primer lugar, su antigüedad: más de cuatro siglos. Este punto de vista es fundamental porque es cierto que las procesiones de rogativas fueron habituales en la España de entonces, ahora bien, su mantenimiento continuado en el tiempo es algo que la distingue. En segundo lugar, su fuerte implantación y arraigo entre la población, incluso no creyente, lo que ha facilitado su continuidad. Por otro lado, los rituales cargados de expresiones simbólicas se mantienen intactos. A lo que cabe añadir su denominación DE LOS JORNALEROS, pues se trata de un sector de la sociedad tradicionalmente marginado y que como tal en numerosas ocasiones ha protagonizado la historia de nuestro pueblo.

Foto: Imagen de Diario Jaén de la Fiestade los Jornaleros, en Torres, pendiente de ser declarada de Interés Turístico en Andalucía.

 

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