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Lo que hace unas semanas parecía ser solo un rumor se está convirtiendo en una realidad al menos por las contundentes manifestaciones que tanto el BCE como la Reserva Federal de EEUU están emitiendo en relación con la proximidad de una desaceleración económica.

La cuestión no pasaría de una alarma, más o menos cierta, si no fuera porque en sus últimas declaraciones ambas instituciones han puesto de manifiesto su decisión de implementar nuevas medidas de especial calado en materia de política económica  centradas en reanudar las compras de deuda y en una posible y cercana rebaja de los tipos oficiales de referencia generando una ola de inquietud en los mercados financieros cuya repercusión futura deberemos seguir. De momento, el Euribor a un año, principal referencia a la que están indexados la mayor parte de los préstamos hipotecarios, ha acumulado un goteo alcista del diferencial negativo que le ha llevado a situarse el último viernes en -0.21 puntos. No obstante la implementación final de esas decisiones dependerá de la lectura que ambas instituciones efectúen de la evolución,  en los próximos meses, tanto del PIB como del nivel de inflación.

Por otra parte la situación actual de ambos organismos es claramente diferente. En el caso de la Reserva Federal, si se confirman las previsiones, su respuesta puede ser considerada dentro de la norma habitual aplicable cuando se produce un cambio de tendencia económica coyuntural, sobre todo después de que las medidas implementadas, hasta ahora, han posibilitado el desarrollo de un crecimiento sostenido de la actividad económica durante 123 meses, que abarca desde 2009 a 2019, lo que ha permitido que la tasa de paro se reduzca hasta el 3.6% e incrementar en varias ocasiones sus tipos de interés que ahora están situados en el 2.5% con el fin de  equilibrar el crecimiento y controlar la inflación. Sin embargo en el caso de la zona euro, donde se centran las competencias monetarias del BCE, el margen de maniobra es tremendamente más reducido ya que el nivel actual del tipo de referencia acumula 3 años en la cota del 0% sin que sus ortodoxas decisiones hayan logrado activar suficientemente las economías de la zona y situar la inflación en los objetivos previstos.

En consonancia con esta perspectiva los bancos de la zona euro siguen manteniendo que el nivel de los tipos de interés actuales incide muy negativamente sobre sus márgenes y que esa circunstancia acompañada por la presión regulatoria, cada vez más intensa, que ejerce el organismo correspondiente, está dañando sus balances. Sin embargo, fuentes del BCE discrepan aduciendo que una nueva bajada de tipos  aumenta la demanda de créditos, reduce la morosidad y reactiva la economía generando mayores bolsas de nuevos empleos.

Sobre el papel las reticencias de las entidades pueden verse neutralizadas, pero ¿cómo  asegurarse de que efectivamente un nuevo recorte delos tipos activará la demanda de crédito solvente tanto de empresas como de los hogares?. Y, por otra parte, ¿no se corre el riesgo de desincentivar el ahorro y sembrar más inquietud en los ahorradores  que temen que las entidades financieras recurran al recurso de cobrar por sus ahorros  cuando ya han debido de aceptar la pérdida de la retribución de sus capitales?. A todo esto la deuda de los estados miembros se desliza en buena parte hacia una rentabilidad negativa contribuyendo a aligerar su carga financiera. No se olvide que la inflación sube si el consumo es suficientemente contundente. En esta encrucijada deben debatirse ahora las decisiones finales.

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