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La “igualdad” y más en concreto la “igualdad de todos los españoles” es una coletilla, un slogan, que utilizan, sobre todo, los políticos. Parece ser que desean que todos los españoles seamos iguales residamos donde residamos, que tengamos las mismas oportunidades. Sin embargo, quienes pregonan este mantra a los cuatro vientos, caen de inmediato en la incoherencia de estar, por ejemplo, aforados. Si se trata de ser igual, habría que eliminar los aforamientos. Es una falsa, cuando no una hipocresía, incluso con notas cínicas, que algunos reivindiquen la igualdad. A los españoles no se nos trata igualmente y yo estoy de acuerdo con ello. Ya sé que lo que digo es políticamente incorrecto, pero más adelante argumentaré por qué pienso de este modo, aunque ya adelanto que para lograr la equidad conviene tratar desigualmente a las personas. En cualquier caso, no pretendo convencer a nadie, ni siquiera que otros y otras cambien de opinión, sencillamente quiero dar la mía. No somos iguales porque los votos de unos y de otros en unas elecciones generales, por ejemplo, valen diferente; no somos iguales porque mientras que nuestros vecinos los cordobeses, los sevillanos y los malagueños disponen de trenes de alta velocidad –AVE-, en Jaén disponemos como mucho de un “gorrión” –lástima ahora que se están extinguiendo- y eso sí de muchas promesas que languidecen, sin rubor, con el paso de los años, de las décadas, en algunos casos; no somos iguales porque a iguales sueldos, en algunos territorios españoles se pagan más impuestos que en otros; no somos iguales porque mientras que en Galicia y Andalucía nuestros estudiantes pagan las matrículas universitarias más baratas de España, en Madrid y Cataluña, por ejemplo, pagan el doble y el triple, respectivamente; Y así podía seguir poniendo ejemplos que ratifiquen que los españoles, incluso los andaluces, no somos iguales, en el sentido de tener las mismas oportunidades o los mismos servicios.

Yo estoy del lado de la igualdad de oportunidades y de eliminar la desigualdad que cada día es más dominante en las sociedades que llamamos erróneamente desarrolladas cuando sería más justo denominarlas industrializadas. Pero para ello, se deben utilizar políticas públicas diferentes según los casos. Pero me pregunto que si algunos políticos pretenden que todos los españoles seamos iguales, entonces para qué queremos las Comunidades Autónomas. Acaso no nos hemos dotado de una arquitectura territorial basada en las Comunidades Autónomas para que, en cada una de ellas, dentro de un marco constitucional y de competencias propias, fueran los ciudadanos y ciudadanas de cada Comunidad, los que, a través de sus legítimos representantes, decidieran qué convenía más a una Comunidad u otra. En qué gastar el dinero de todos y todas, por ejemplo. Habrá quien piense que es mejor invertirlo en infraestructuras, otros que es mejor en educación, en sanidad, en otras políticas sociales, en evitar la sangría demográfica en los núcleos rurales, etc., dependerá de la situación en la que se encuentre cada territorio respecto de estos asuntos.

A mi entender los españoles no podemos ser iguales, en el sentido de recibir exactamente el mismo trato fiscal, educativo, de infraestructuras, de servicios sociales, etc., en un lugar o en otro porque las prioridades y las necesidades en un lugar y en otro son distintas. Lo que hemos de reivindicar siempre es la igualdad de oportunidades y para eso, curiosamente, se nos ha de tratar de forma desigual en los territorios, porque las necesidades son distintas, porque partimos de situaciones bien diferentes.

Sin embargo, es curioso que mientras unos disfrutan de unos mejores servicios que otros, al final la deuda del Estado la pagamos igual entre todos, es decir, tenemos servicios de calidad distinta, disfrutamos más unos que otros de bienes y servicios procedentes del Estado, pero todos socializamos la deuda estatal. Cierto que la deuda es distinta entre los ciudadanos de una Comunidad Autónoma y otra, pero la del Estado la repartimos entre todos y no todos recibimos los mismos servicios del Estado. Es decir, unos ciudadanos pagamos los servicios de los demás y, así, paradójicamente nos hacemos más desiguales.

En fin, el slogan de la igualdad de todos los españoles es eso, un slogan, no es una realidad, y no lo será nunca porque nos hemos dotado de una administración articulada en Comunidades Autónomas, con la que yo estoy de acuerdo, mediante la cual se decide lo que es más necesario en unos territorios que en otros, cuáles son las prioridades de unos y de otros. Otra cosa es el Estado que debería procurar la igualdad de trato en sus políticas públicas y no siempre sucede, así como tratar, eso sí, a todas las Comunidades Autónomas igualmente en el reparto de los recursos públicos.  

 

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