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La Biblia es el libro más vendido de la historia y, sin duda, el más influyente de todos los tiempos. Un bestseller sin parangón que ha sido traducido 450 idiomas de forma completa y a más de 2.100 de forma parcial.

Johannes Gutenberg, inventor de la imprenta, convirtió a la Biblia en el primer libro impreso en serie. El impresor murió muy pobre en 1468, desconociendo que, con el devenir de los años, se pagarían más de 60.000 dólares por una sola de las páginas que él imprimió. En 2018, la casa Christie‘s subastó en Londres una Biblia Regia de Felipe II valorada en unos 690.000 euros. Hasta la aparición de la imprenta, eran los frailes los que hacían a mano las copias bíblicas, por encargo del clero y la nobleza. Eran trabajos artesanales de gran mérito, más aún si tenemos en cuenta que muchos de estos frailes escribas no sabían leer ni escribir y solo eran meros imitadores de caracteres. Esto último suponía una ventaja para que no delatasen el contenido de las copias de códices prohibidos por la Inquisición, o los de medicina. Pero esas imitaciones no fueron siempre fieles al original, sobre todo cuando se apremiaba al copista, que solía emplear varios años en concluir un libro. Las prisas daban lugar a fallos, bien de transcripción que se iban perpetuando y multiplicando en las sucesivas copias, o bien de traducción, que ha dado lugar a no pocos sinsentidos que han quedado para siempre. Por ejemplo, la manzana de Eva no se cita en el Génesis, se debe a un fallo de traducción de Jerónimo de Estridón en el 382 cuando, al referirse al fruto del árbol del bien y del mal, tradujo “mal” por “malum” (manzana).

El clero obtenía importantes rentas en los monasterios por los encargos de biblias amanuenses. Con la llegada de la imprenta algunos se frotaron las manos. Según Guinness World Records, la Biblia es el libro más vendido de todos los tiempos, tanto, que resulta imposible realizar un cálculo del número aproximado de ejemplares distribuidos a lo largo de la historia. Según un estudio de Bible Society, entre 1815 y 1975 se imprimieron 2.500 millones de ejemplares, pero se cree que la cifra real podría superar los 5.000 millones. Solo en 2014, esta sociedad informó que se habían distribuido 34 millones de copias. En 1995, las ventas globales de Biblias, junto a versiones menores del Nuevo Testamento, catecismos, etc., superaron los 17.000 millones de ejemplares. Muy por detrás queda El Quijote, de Miguel de Cervantes, que ocupa el segundo puesto del ranking con 500 millones de copias.

En la vorágine editora de textos sagrados, la palma se la lleva EEUU donde sigue siendo el libro más vendido con más de 25 millones de copias al año, pese a que el 90% de las familias dispone, al menos, de un ejemplar. En años normales, la venta de Biblias factura 280 millones de dólares en EEUU. Las editoriales crean versiones específicas para despertar el interés de determinados grupos, resaltando los versículos que podían interesar al colectivo e incorporan, además, material complementario como reflexiones, recomendaciones, notas de estudio y oraciones, que tuvieron, y tienen, una gran popularidad. Hay diseños para todos los gustos. Las hay verdes, con tinta ecológica de soya sobre papel reciclado para ecologistas, otras diseñadas para adolescentes en las que se enfatiza las escenas más espectaculares de caos y prodigios sobrenaturales, otras para jovencitas con consejos de belleza, también para niños en formato comic con vistosas ilustraciones. Algunas se han hecho sobre imágenes de actores famosos como Angelina Jolie o políticos como Al Gore, incluso para afroamericanos o reclusos Las hay específicamente diseñadas para militares, de camuflaje y una cubierta resistente para ser leída en campaña o en combate. Durante la Guerra del Golfo, la editorial Riverside Books and Bible, de Iowa, vendió sus biblias con cubiertas de acero por 20 dólares para que las familias las facilitaran a los soldados en la operación Tormenta del Desierto. La Sociedad Bíblica Internacional envió 200.000 biblias de camuflaje militar para las tropas estadounidenses. También hay Biblias para arqueólogos, para cazadores o para alcohólicos, con referencias al centenar de versículos sobre el vino y los perjuicios de empinar el codo.

Tras los atentados de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, las ventas de Biblias se dispararon en EEUU. El Centro Católico de Información (CCI), con sede en Washington, reconoció un aumento de la demanda de biblias relacionadas con el Apocalipsis y las profecías del fin del mundo. Con grandes tragedias, empresas como Zondervan, de Michigan, una de las mayores editoriales de biblias y libros cristianos, incrementaron considerablemente sus ventas. La empresa Thomas Nelson Publishing, con sede en Nashville, hizo un gran negocio tras el 11-S vendiendo biblias encuadernadas con los colores y las estrellas de la bandera de EEUU, a la que se le añadió el salmo “Bendita la nación cuyo Dios es el Señor”.

Las Sociedades Bíblicas Unidas (SBU) es una organización internacional, en teoría no lucrativa, dedicada a la divulgación de la Biblia. Es el mayor distribuidor de Sagradas Escrituras del planeta y alcanza el 70% de las traducciones de Biblias completas en el mundo. El propósito de la SBU es “alcanzar a cada persona con la Biblia o alguna parte de ella en el idioma que pueda leer y entender y a un precio que pueda pagar». En la actualidad las ventas de biblias se sitúan en torno a los 34 o 35 millones de ejemplares al año. Unos 8 millones son descargas en Internet. Y no son precisamente baratas. La más popular en habla hispana, la Biblia Reina Valera de 1960 (Rvr1960) se vende en Amazon a 31´40 € y la bilingüe con tapa dura a 66´86 €.

Con una venta de 34 millones de ejemplares al año, a 20 dólares de promedio (las hay más baratas y más caras), obtenemos una facturación anual cercana a los 680 millones de dólares. Un próspero negocio que nunca decae. Pero, ¿y los derechos de autor? Teniendo en cuenta que los textos sagrados son una revelación divina, a Dios, que es el autor, le correspondería percibir, al menos, un 10% en regalías y cada año debería cobrar unos 68 millones de dólares en concepto de Copyright, pero hasta ahora —que me corrijan los hagiógrafos si yerro—, Dios no ha mostrado interés en percibir sus honorarios, tampoco los descendientes de los hombres de cuyas manos se sirvió. Luego entonces, si ni Yahvé, ni Moisés, ni Esdras, ni Salomón, ni David, ni Isaías, ni Ezequiel, ni Daniel, ni Pablo, ni los cuatro evangelistas, ni sus herederos, ni otros muchos autores que optaron por el anonimato, percibieron derechos de autor, ¿Quién se queda con las regalías de la obra más vendida del mundo?

Tal y como ocurre con los clásicos, la Biblia debería considerarse patrimonio de la humanidad. De hecho, algunas ediciones antiguas así lo son, como la Biblia del Oso, traducida al castellano por el jerónimo Casiodoro Reina en 1569. Sin embargo, no ocurre lo mismo con las ediciones actualizadas, que son explotadas comercialmente, tienen reservados los derechos y prohíben ediciones sin su consentimiento. Una de las más populares entre los protestantes es la Biblia Reina-Valera, traducción de Cipriano de Valera sobre la de Casiodoro Reina (de ahí su nombre), a la que se sometió a revisiones en los años 1862, 1909, 1960, 1995, 2011 y 2015. Empresas e instituciones como American Bible Society, The Lockman Foudation, Tyndale House Foundation, IBS-STL Global, Zondervan, Moody Books, Baker Books, Multnomah, o Sociedades Bíblicas Unidas, entre otras, tienen reservadas “sus” biblias como marcas registradas. Solo permiten publicar sin autorización hasta un máximo de quinientos versículos, siempre que no sean editados como librito independiente, ni ocupen más del 25% del texto total de la obra donde se incluyan. Aunque la mayoría de estas instituciones se constituyeron como organizaciones cristianas sin ánimo de lucro, en realidad facturan millones de dólares por el volumen del negocio, pues no se venden a precio de coste. Alegan que el Copyright corresponde a la traducción, la cual conlleva gastos, también por los textos complementarios que incorporan que nadie pidió. Con esa excusa se apropian de un texto que no es suyo y explotan su comercialización, beneficiándose de su gran demanda pues, es el único libro cuyo precio no se escatima por ser “la palabra de Dios”. Estamos ante un suculento negocio editorial, con la seguridad de que los verdaderos autores no podrán demandarles por apropiación indebida de una propiedad intelectual.

Sea como sea, ponerle copyright a la Biblia es inaudito e incluso perjudicial para el evangelismo bíblico. Hacer negocio con la palabra de Jesucristo choca con el mensaje de San Mateo que incluyen en las mismas biblias que venden: «De gracia recibisteis, dad de gracia» (Mateo 10:8). A estas corporaciones religiosas no les tiembla la mano a la hora de exigir “sus derechos”. Tal fue el caso de un predicador jubilado en Estados Unidos que editó unas 160.000 copias de la Biblia Reina-Valera de 1960 y las distribuyó en Venezuela, Paraguay, Ecuador y Bolivia (Rivera, 2002). Cuando llegó a oídos de la American Bible Society, lo denunció y demostró que tenían registrados los derechos. En EEUU, la protección del Copyright abarca un periodo de 75 años por lo que aquella edición, registrada en 1960 está protegida hasta el año 2035. También denunciaron que más de un centenar de webs publicaban “su” Biblia y trataron de impedir las descargas gratuitas. Tratándose de una sociedad cristiana sin ánimo de lucro debían alegrarse de que la palabra de Dios se difundiera a través de las nuevas tecnologías en lugares donde no llega la obra física, además de evitar el daño ecológico para la producción de papel. Pero las descargas gratuitas en la red les restaban ventas en papel (el 20% en 2017). El comunicado de Ivy Rexach, gerente de Publicaciones de la Sociedad, advertía: “Las consecuencias legales de no hacerlo [solicitar permiso] pueden ser muy severas, y es una potestad que nos otorga la ley» (Forocristiano.com, 5 de mayo 2002).

Oportunas aquí las palabras del apóstol Pablo: «Tú pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? ¿Tú, que predicas que no se ha de hurtar, hurtas? (Rom 2:21).

Imagen: «Tal como ocurre con los clásicos, la Biblia debería considerarse patrimonio de la humanidad. De hecho, algiunas ediciones antiguas así lo son, como la Biblia del Oso, traducida al castellano por el jerónimo Casiodoro Reina en 1569».

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