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Por ANTONIO DE LA TORRE OLID / Acabamos de conocer la actualización de los datos de las listas de espera de los jiennenses que están pendientes de una intervención quirúrgica o de que los vea un especialista. Y no son sólo abultados por el número, sino por el tiempo de la demora. Se ha dado el caso de que algún ciudadano se ha presentado en consulta y le han dicho para su perplejidad, que la cita es para tal misma fecha, pero del año que viene. A la par y por rachas, se van incrementando los días que hay que esperar para que te atienda un médico de cabecera, y eso que el día que te encuentras mal es hoy, no dentro de diez, momento en el que puedes encontrarte mucho peor. Y es cierto que cuando falta la salud, todo lo demás no importa.

En este caso, asistimos a un error en la planificación de una política pública, que por el momento tiene mala solución, porque se trata de un problema estructural. Pese a que la sanidad es un servicio público esencial, de acceso universal y gratuito, de garantía constitucional, el problema principal es la carencia de médicos.

Pese a existir un buen número de facultades de Medicina, que por cierto requieren un porcentaje muy relevante del presupuesto de cada una de sus universidades (también ya en Jaén), a posteriori, son menos que los egresados, las plazas de residentes que se convocan. De tal forma que, además de que en algún caso, parte del capital humano que se ha formado en España se marcha a otro país, salvo alguna contratación extracomunitaria, el problema como decimos tardará en solucionarse por esa descompensación hasta que se produzcan esas incorporaciones, en el hipotético caso de que se decidiera desde hoy atajarlo. El asunto se hace más complejo, pues se mezclan dichas convocatorias estatales con la vertiente asistencial, que está transferida a las comunidades autónomas, donde se observan diferencias según el mayor o menor deterioro paralelo, concertación privada, etc.

Y aquí enunciamos por primera vez dos extremos (nacimiento o residencia y renta) a los que más abajo aludiremos con más reiteración en distintos órdenes de nuestras vidas: pues depende del lugar donde vivas el que estés mejor o peor atendido; y eso sí, si dispones de dinero, podrás ir a un médico privado como tabla de salvación.

El ejemplo de la sanidad nos sirve para observar otras realidades de nuestro mundo, que tristemente nos están llevando a concluir que por el momento, depende mucho de dónde te dieron a luz, para saber cómo te va a ir la vida; que cada vez son menos esos casos que dicen que tal personaje nació en una humilde familia y que a posteriori se hizo a sí mismo, para llegar a donde está, y tal y cual. Esas diferencias desde la cuna, antes al contrario, suelen amplificarse, salvo que hagan algo esas políticas públicas como factor corrector.

Advertimos de que alguno de los comentarios que serán vertidos a continuación pueden dañar la sensibilidad del lector. O no, pues muchos discursos se están encargando de generar un tipo de miedo, a la amenaza del otro, del extraño, del inmigrante, del que nos puede quitar empleos, prestaciones o atención sanitaria; de tal manera que, aunque sí es miedo, la mejor medicina para ello es el rechazo, la negación o ponernos una coraza que nos desvíe la atención para no mirarlos (ande yo caliente…), obviando que estamos hablando de personas, y que se trata de personas que han corrido peor suerte que nosotros.

Cuando salimos a la calle en el confinamiento por la pandemia del COVID, no sólo cantábamos Resistiré, sino que barruntábamos una especie de nunca más, aplaudiendo a unos profesionales sanitarios que a veces se veían en el abismo de decidir entre salvar a una persona mayor o más joven, ante la falta de medios. El trauma persiste en algunos de esos profesionales y en muchos de los familiares de los fallecidos. Pero a los demás parece que se nos ha olvidado, no se dota esa asistencia sanitaria, se producen agresiones en consultas, cuando los facultativos se quejan se dicen que sus protestas están politizadas…

Cuando alguien nació o decidió vivir en Gaza, y la guerra hace olvidar que sin electricidad ni medicación hay que operar a esa persona sin anestesia, que ahí no hay láser que valga, nos hace preguntarnos cómo será sentir el corte de tu piel, el desgarro de tus músculos, la dentera y el dolor por el trasteo entre tus vísceras, la convalecencia sin UCI de los días siguientes.

Cuando la persecución y las penurias hacen a una persona tirarse a una travesía por el mar, para deshidratarse, marearse, tiritar durante días; a quienes estén de vacaciones en las playas de El Hierro les hará mirarlos, con lástima, pensando que su suerte no es la misma.

Cuando informes recientes (PISA) en esta Europa de la igualdad, nos dicen que el determinismo, el destino que te ha deparado la familia en la que has nacido, cada vez se revierte con más dificultad, a la hora de que haya una convergencia social en la siguiente generación, que tu educación se convierta en un ascensor social, en un contexto además de profesores desmotivados.

En fin, cuando eras un proyecto de vida plena en gestación, pero tuviste mala suerte en tu parto o llegaste a una familia desestructurada, lo más probable es que transites por una existencia en la que una y otra vez te martillee una especie de soledad, la falta de abrigo, el frío de la vida.

Y todo eso apenas si puede corregirse con políticas públicas, con políticas impositivas progresivas y solidarias, para favorecer la acogida, para cuidar de la educación y para cuidar de la salud, para que no nos tengan que operar un día sin anestesia.

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