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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO

Remite: un vecino anónimo y enamorado.
Remitente: Plaza de los Rosales, barrio de San Juan, Jaén.

Querida Plaza Rosales:

Son muchos los días en los que te llevo viendo sufrir. Y este eterno calvario, se traslada a todos los lugares del casco histórico (hermanos tuyos en alma y piedra).

Tú, amada ágora, que fuiste una adelantada a tu tiempo; en tu armazón de plata nació y murió el Convento de la Coronada; y a tus pies reposaba el trono Jaenės de Jesús de los Descalzos, el reo divino de la Ropa Vieja.

Sabes quién soy, no ignoras lo mucho que te amo; tus árboles y las rosas arrancadas son el reflejo padillano, del mal trato que algunos vecinos te infringen. Al eterno pintor David Padilla (Jaenita y universal), no le dio tiempo a captar tu hermosura roseliana.

He estado tentado de abandonarte, de cerrar los ojos y dejar dormir mi pensamiento. Pero soy incapaz, de traicionarte y de traicionar a esa  inmensa mayoría de ilustres vecinos que todas las mañanas, antes del alba, ya piensan en cómo quererte.

Dignísima plaza, el movimiento vecinal; la lucha sempiterna por el casco histórico del lagarto; la pelea limpia y pura es un veneno que te atrapa y no hay antídoto que lo espante.

La luz de la tarde, cuando cae entre tu hojarasca de un otoño amarillo, es la flor que nos salva.

Te prometo, amiga Rosales, que siempre voy a luchar por tu bienestar, aun cuando el tiempo y el olvido nos arrojen sus cadenas.

Sólo pido, hermana mía, que no desciendas al océano de la melancolía. Y tus hojas amarillas, se tornen en rosas de vida y esperanza.

Foto: Plaza Rosales, en el barrio de San Juan, en Jaén.

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