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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / La madrugada todavía vuela entre las nubes del cielo. Las Cartas a Don Rafael descubren la belleza, que ya no es, de la ciudad. Con especial cuidado, en unos de sus capítulos, el narrador nos traslada a la Plaza de San Bartolomé, con su desembocadura al campillejo del Vinagre. El soberbio libro es terminado otra vez.

Escuchar música y pintar un cuadro, con nocturnidad y a la misma vez, requiere de una gran concentración. Buscar el equilibrio entre las trazas y las notas, solo está al alcance de los grandes artistas.

Mi morada no es muy grande, pero tiene un pasillo muy capaz, en el que se pueden colgar algunas pinturas.

Natalia y las niñas duermen en la paz del dormitorio, la tranquilidad de saberse juntas es la flor de sus sueños.

Yo, mientras, deambulo por el corredor y paro en el último préstamo de mi amigo: Él, siempre, me premia con poder pasar una noche con su nueva obra. Es una dádiva inmerecida, pero su insistencia no la puedo gobernar.

Es tiempo de primavera. Los ecos de la Semana Santa resuenan en las almas de los nostálgicos. Las lluvias han borrado la cera del suelo y su dibujo se diluye por las aceras.

Los tambores de pasión dan el relevo a los de guerra. Ucrania se destruye en una guerra fraticida; aunque nos cueste entenderlo los rusos y los ucranios son hermanos.

Años de colaboración y respeto se pierden en las llanuras del Dombas.

Sin embargo, la vida continúa y para muchos las artes son un retiro espiritual, cuando los tiempos llegan convulsos. Los artistas sufren el horror de las batallas y necesitan canalizar su tristeza a través de la creación.

Una antorcha asoma por la ventana, se eleva y alumbra el cuadro. Se produce la magia. El salón adquiere el tono necesario que marca la contemplación de la obra. El ritmo de la luz muestra la transparencia de la acuarela. Se trata de la fachada de la Catedral de Jaén, realizada por Eufrasio López de Rojas. Las capas perfectamente acabadas, siguen su curso logrando la traslación del monumento en el papel. Su proporción y soltura es admirable.

Otra vez, Carrillo, emulando al cantero Vandelviriano, se convierte en el nuevo arquitecto de la pintura. Esta acuarela de la Catedral es un claro ejemplo de ello.

Las pinturas de Francisco Carrillo Rodríguez universalizan el arte pictórico en esta capital de provincias.

Y su pintura es la extensión de su ingobernable alma.

Imagen: Acuarela de la Catedral, obra de Francisco Carrillo Rodríguez.

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