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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO /

                                                                        A José Lanzas

A veces, mientras la noche prescinde de la tarde, me gusta caminar por el viejo sendero que lleva a la cruz del castillo para pedir música a las nubes.

Mi deseo, casi siempre, no se cumple: corren malos tiempos para la lírica, pero la fortuna suele trazar destinos y encuentros muy hermosos.

Al volver sobre mis pasos y la mirada acariciando el lienzo de la muralla, mi amigo el jurásico volvió a sorprenderme en mitad de la noche. Con cautela me voy acostumbrando a sus apariciones.

Escoltados por la luna —ya decreciendo y rompiendo su norma ancestral de solo salir cuando la luna es llena— hemos vuelto a admirar la hermosura del Jaén que parece desclavado de la montaña.

Se imagina el dinosaurio un paseo periurbano por el camino de la circunvalación, un ascenso rítmico por la arboleda del cerro, un lugar de encuentro entre el jaenés y el visitante.

Una conjunción exacta entre la sierra y la ciudad, entre lo rústico y lo urbano, entre la delicada leyenda y la deseada realidad.

Ya es tarde y el lagarto ha regresado a través de las veredas raudalianas a su invisible guarida: veredas que solo unos pocos iniciados pueden ver.

Mientras, imagino cómo sería el convento de los Trinitarios. Esta noche, lo hermoso es no dormir.

LA GUARIDA

A Gregorio

La guarida del reptil, al contrario de lo que creéis, es un lugar mágico. De la escondida cueva —situada al cobijo del convento Trinitario, secreto que os desvelo a riesgo de mi propia vida—, imitando a una cascada, se descuelgan gotas de agua para formar los raudales. Sus corrientes dan vida a la ciudadela vieja; famosas son sus termas romanas y los baños árabes. Cuenta la tradición que en el subsuelo jaenés existen amplios túneles donde vagan las almas de muchos paisanos desterrados por sus malas obras a los ojos de Dios. Es pues este laberinto un purgatorio terrenal cuyo portero no es un can sino un reptil creado por Dios para tal fin. Todavía si acercas el pensamiento a la piedra del convento de Santo Domingo, a la roca del palacio de Villardompardo, puedes escuchar los lamentos de estas almas clamando por la absolución de sus penas.

Ten cuidado querido amigo, obra bien con tus semejantes y cuida de la belleza olvidada de esta ciudad jaenita y lagartiana.  Si no lo haces, el lagarto saldrá. No pienses que es reo de su leyenda. Si lo encuentras, te aseguró que esta vez no reventará.

Qué hermoso es sentir la palabra del agua.

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