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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO /

“Duermen las cordilleras, las cumbres y los valles, y el bosque y cuantos viven en él, ya sean plantas o animales…” Luis Alberto Cuenca

Fuengirola- Merida

(Ruta de la Plata)

Amanece. La mañana es tardía como la resaca de un mar que va feneciendo en mi recuerdo. Las maletas están acopladas desde la noche anterior. Dejamos el azul con la nostalgia del marinero y con armonía buscamos el oeste. La dehesa nos enseña el camino, vereda en la que vemos descender el sol a un precipicio profundo y extranjero.

Los ojos del Guadiana nos descubren los arcos de un puente que no es enemigo ni es de plata. Es piedra antigua, romana, árabe y cristiana. La luz se descuelga, imita a la hoja del árbol, en la soledad del otoño.

La urbe Augusta me llama, me reta a un desafío de siglos, a una disputa entre el tiempo que pasó y un espacio que aún se conserva.

No me dejéis sola, no abráis la herida de mis tierras, clama furiosa; a la vez que me cubre con sus brazos.

Es bella como la columna en la lontananza, como el álamo nacido a la vera de la quietud del río.

Es la cuna de Diana, el gran teatro de los siglos, el alma de la gran Iberia.

Hoy he vuelto a atreverme con otro poema. He sido verso, cerca del puente, a la vez que buscaba tu rostro entre los árboles.

Mérida-Coímbra

(En tierras de Portugal)

El camino es largo. Augusta quedó atrás, encastillada en su loma, el puente empezaba a convertirse en una luz cada vez más lejana.

A tierras de Portugal, sin darnos cuenta, mientras la carretera es dehesa, llegamos.

El monte llora ceniza, aún suda la tragedia ibérica del incendio. No hay paz para el árbol. El tajo excava su destino en el valle, hiriéndolo de vida. Aunque es incapaz de resucitar al pino, a la encina…

Y al fondo, una cresta, en donde a la piedra la llaman colina, aparece Coímbra: orgullosa y universitaria. En esta urbe Portugal se hizo reino.

Hoy, Dios mío, cuando el sol era mediodía y la magna plaza parecía estar descolgada como rama que pudiera caer al río, he visto el paraíso.

Y caída la tarde, el fado suspiraba entre las esquinas de la Catedral Vieja.

Coímbra-Oporto

(El vino sigue en mis ojos)

Amanece verde. Olor a pino mezclado con el sabor de la ribera del Duero que se muere río y nace océano. El oeste se llama Atlántico. Ahí nadan todos los sueños confundidos con el crepúsculo; entre las olas, entre la última luz de un cielo que quiere ser mar.

Oporto. En tus tabernas, el fado es poesía. Es lucha, pelea de marineros, combate entre el amor y el desamor, disputa entre el pobre y el poderoso. El fado abarca la mirada eterna de tu río.

Padre, la piedra, en Porto siempre te habla, nunca se esconde; asciende desde la raíz hasta el cielo, y forma la figura geométrica perfecta; es el camino donde el pueblo halla al Creador.

La noche en silencio llega, los sueños de Oporto, flotan en el río, igual que el águila planea dormida por el horizonte.

Oporto-Santiago

Ya conozco el camino. Anoche, cercado por el insomnio, no tuve más remedio que escribir. Esta certeza no me dejaba dormir. Oporto todavía se jactaba de su jarana nocturna. El vino se fundía en los labios más ardientes y el Duero retrasaba su desembocadura en el mar. Aún era temprano para fenecer en el océano Atlántico.

Y como la noche se funde igual que el metal, finalmente ningún verso sostuvo mi insomnio y pude dormir cercado por un cielo de gaviotas que golpeaban la ventana.

Y al amanecer, sin más premura decidimos partir y descubrir la magia de Santiago. Y los tres abrazamos al Santo.

Y afuera supimos ver la armonía de la Catedral, donde el peregrino se arrodilla para hallar el perdón.

Santiago- La Coruña

La autovía. El sol derramando su sangre, abierta su herida, al ver morir a la luna. En Galicia, la montaña siempre se adelanta, es capaz de mudar la voluntad del pensante y regir sus decisiones.

Y así fue como llegamos a La Coruña. Sin darnos cuenta, la mar calaba en el espejo retrovisor. Y un olor a sal y humedad alargaba las conversaciones, las miradas.

La Coruña, mujer romana apresada por Hércules. Luz de crepúsculo que ensancha el brazo de la ría, ahí el buzo se consagra a la profundidad para vivir la historia de sus ancestros; la que solo se podía relatar en las vigilias de luna llena.

Y en el promontorio, la ciudad vieja. Sus calles clavadas como epitafios en lápidas. Presa la urbe de sotanas y conventos.

Atada La Coruña a una Galicia que emigró al oeste, siguiendo el sonido del mar.

Hoy he escuchado en sus playas la voz del océano: los lamentos de los marineros antes de caer al precipicio del fin del mundo.

La Coruña- Salamanca

La luz ha tardado en aparecer. Al principio del camino, la mañana era niebla, en el valle las nubes reposaban. Su quietud aterraba igual que la noche te prende en mitad de la excursión. No existía la montaña, ni el árbol. El sol desfallecía en su intento de ser luz, la autovía se convertía en un pasillo blanco; no había final, el infinito te retaba, manteniéndote en alerta. Galicia se perdía en los caminos recién estrenados del otoño.

León aparecía en la lontananza. El viaje por fin se tornaba viaje, el mediodía reposaba en la dehesa, llegamos salvos a Salamanca.

Y vimos al Lazarillo renacer en el romano puente, a Unamuno, colérico, doblando las esquinas, vomitando versos, llorando sangre; poniendo nombre a su epitafio. Pero sobre todo vimos sotanas y conventos, Dios mío; y la belleza ultima de la piedra hecha en tu nombre.

Y durante un tiempo soñé que Tú estabas sentado a mi lado, en la plaza, junto a la fuente: me decías que no era necesario haber construido tan magnánima catedral.

Salamanca- Segovia

Cuando viajamos es como si volviéramos al principio, a lo primigenio, al origen; a volver a descubrir aquello que habíamos olvidado, y desterramos para siempre los prejuicios.

El viento nos ha traído a Segovia, urbe clavada en una loma; cuna de los desvelos de Castilla. Hoy a la vez, que la carretera serpenteaba entre las encinas, volvía a nacer el recuerdo de Unamuno. Veía su semblante acariciar con poemas las calles de Salamanca.

En Segovia, he descubierto la esencia de España, su armadura castellana; Castilla es la raíz para armonizar España. Y convertir lo español en Vasco, en Catalán, en Gallego…

He olido la mezcla de Iberia, la tierra sin sangre, sin odios…

Y en casa de Machado, he soñado con ser poeta mientas el acueducto se convertía en río.

Segovia- Jaén

Es la última reflexión de este ciclo de viajes; desde el sur cuando la aurora precedía a la mañana abandonamos el mar de Fuengirola con el ansia de ser mejores y conocer Iberia, ver sus gentes y costumbres, percibir la certeza de saber que en esta tierra, tan nuestra, la armonía siempre resucita a pesar de algunos vientos en contrario, que vuelan y engañan corazones y conciencias.

He dejado de ser reo de banderas e identidades, he sentido la esencia de la península, volviendo a confiar en la palabra. El país ya no se encuentra al borde del precipicio, existe la paz en mi alma. La palabra no hiere, ama y cura.

Al mediodía, hemos vuelto al sur desde un norte hecho luz; y la palabra siempre viajando en nuestras maletas para dar voz al callado.

No existe mejor final para esta aventura que saber que nos esperas cerca, al lado de la montaña, donde la voz reverbera y se convierte en eco.

Jaén ya no es tierra de frontera.

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