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No salgo de mi asombro por la decisión de la juez Núñez Bolaños de llamar a declarar al obispo emérito de Cádiz y Ceuta, don Antonio Ceballos Atienza, simplemente porque siendo prelado de la diócesis citada tuvo el atrevimiento de dirigirse a la Junta solicitando ayuda para salvar los puestos de trabajo de un centro geriátrico, vinculado a la iglesia católica. De esto han pasado ya casi diez años, pero antes no se miraba nada, se hacía y deshacía sin control, y hoy se lleva todo a la exageración, por si acaso, y se pone en duda incluso la honorabilidad de un hombre bueno, sencillo, humilde, todo lo que se diga de don Antonio Ceballos es poco. 

Y todo ha ocurrido porque la Junta, en efecto, la Consejería de Empleo, atendió el requerimiento que el eclesiástico hizo en una carta dirigida al consejero de Empleo, por una acción de caridad, sin más, y la Guardia Civil, en atestado que elevó al juzgado, solicitaba citar como investigado a monseñor Ceballos a cuenta de “un presunto delito de tráfico de influencias”. Madre del Amor Hermoso!!! Por 300.000 euros y una causa justa, hasta el punto de que como ha reconocido el obispo emérito en su declaración, los empleos se mantienen a día de hoy.

Hace poco nos hacíamos eco en Jaén de los excesos que a veces cometen las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado y de las consecuencias fatales que se pueden derivar para las personas cuando los agentes se pasan de frenada. Estamos en un caso parecido. No me llevo las manos a la cabeza de indignación porque se trate de un obispo, el malestar es porque cualquiera que conozca al ilustre alcalaíno, sabe a ciencia cierta que es una persona incompatible con cualquier acto de maldad. Es la bondad personificada. En su momento hizo lo que creyó que era su deber, ocuparse de un problema humano, sin caer en la cuenta de que lo que él hacía de buena fe, con intención humanitaria, otros lo aprovechaban para robar a manos llenas y apropiarse de fondos públicos, sobre esa especie es sobre la que se debería actuar sin piedad. Es absolutamente desproporcionado e injusto meter a todo el mundo en el mismo saco. No hay derecho a que las fuerzas de seguridad y la Justicia actúen de esta manera tan desconsiderada para los derechos de las personas. Y la jueza le pregunta a don Antonio si era consciente de estar cometiendo una ilegalidad. Por escribir una carta y mostrar solidaridad con un grupo de necesitados…

Don Antonio Ceballos ha acudido hoy con la mejor disposición ante la juez, han sido solo diez minutos de declaración, y por cierto según relatan las crónicas, a consecuencia de su frágil estado de salud, ha estado a punto de faltar a la cita, y como él mismo ha dicho ante su señoría, había estado a punto “de comparecer ante otro juez, el de la tierra y el cielo, que es Jesucristo, pero con la misma sinceridad y transparencia comparezco hoy ante usted”. Se ha vuelto contra él un acto de preocupación social como obispo y como persona. Podían haber preguntado por monseñor Ceballos en Ciudad Rodrigo, que fue su primer destino episcopal, o en Cádiz-Ceuta, donde realizó una labor admirable que todavía es recordada, sobre todo de implicación con los problemas de la gente. Una auténtica legión pondrían la mano hoy para evitarle dolor y sufrimiento a tan bellísima persona.

Don Antonio es un pedazo de pan, no vive en ningún piso de lujo, reside desde el primer momento en que dejó su anterior diócesis, en la residencia de las Hermanitas de los Pobres de Jaén, un asilo donde convive con el resto de los ancianos. Ya ha restringido su presencia y participación en los actos para los que es invitado por el ordinario del lugar, porque tiene 81 años y se encuentra delicado, según reconocen sus más cercanos. Hoy considero que es de estricta justicia destacar la trayectoria de este clérigo venerable, que ha prestado a la iglesia un servicio impagable, ejemplar. Es doloroso para los que conocemos su integridad y le respetamos por todo lo que ha hecho por los más necesitados, que pese sobre él cualquier sombra de duda. Perdónelos, don Antonio, no saben lo que hacen. 

Foto: Don Antonio Ceballos Atienza.

 

 

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