Por JAVIER LÓPEZ /
Todos, incluido Netanyahu, creen estar en el lado bueno de la historia. Putin, Maduro, Xi y Kim Jong-Un son también la prueba. Su localización moral les lleva a justificar el bombardeo de Gaza, la invasión de Ucrania, el empobrecimiento de Venezuela, el sometimiento de la población china o el trato feudal a la coreana. Hay que entenderlos: para el cáncer, la mala es la quimioterapia.
Aunque Sánchez apunta a autócrata, nuestro presidente no es aún uno de ellos y, en consecuencia, aquí no acabas en el Gulag si te sales del discurso oficial. Un discurso, por cierto, apadrinado por quienes se alinean con Stalin, el Hitler de los Urales. De manera que no hay que preocuparse por las consecuencias de en materia léxica salirse de redil o de permanecer en él.
Esta disyuntiva, la de poder salirse o poder permanecer, es la esencia de la democracia, sustentada en la libertad de expresión. Por eso, la invitación a llamar genocidio a la matanza es una propuesta trampa. De hecho, si un pardillo de derechas pica el anzuelo comprobará que basta con que seguidamente tome un refresco con gas para que le relacionen con Auschwitz.
Aunque mi opción es UCO, creo que la Real Academia Española escogerá el término genocidio como palabra del año, al igual que en 2023 eligió polarización. La elección es pertinente ya que desde que el mayor de los Castejón llegó al poder la semántica es napalm y las exclamaciones han sustituido a las interrogaciones: aquí ya se insulta antes de preguntar de qué se debate.
El paredón dialéctico es uno de peligros de la lengua. Otro, la utilización hostil de la polisemia, explica que, por ejemplo, la palabra sauna tenga diferente significado para una finlandés en vacaciones que para Begoña Gómez en clase de contabilidad. Y, por lo mismo, que Paiporta sea a la vez la zona cero de la dana y un magnífico lugar -Sánchez lo sabe- para hacer una escapada.
Foto: RTVE.



