Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / El tiempo comenzaba a cambiar. El invierno despertaba, no con lluvia, sino con un frío que golpeaba el rostro de todos aquellos que deambulaban alrededor de los pasillos del aeropuerto en el que se encontraba Marcos.
Refugiado en el restaurante de la estación, observaba el río de gente que miraba la pantalla de salidas para no perder el avión que los llevara a su destino, elegido previamente. Sin embargo, su salida era un destierro forzoso. Y, ciertamente, había tenido suerte.
Marcos, doctor en la universidad de Michigan, oriundo de Jaén, durante más de cinco años estuvo retenido en un campo de refugiados. Su error ser “no blanco”, según la doctrina trumpista. Se acuerda, ahora, de la mañana en la que fue detenido cuando estaba dando clases. El sol, de fábula, entraba por las grandes ventanas del aula. Enfrente, en el parque, los pájaros entonaban su plácido canto. Todo fue muy rápido, apenas se dio cuenta. Un grupo especial de la policía trumperiana lo abordó, cuando se encontraba de pie, junto a la pizarra. Le vendaron los ojos y se lo llevaron.
Habían pasado cinco años, y por fin, sale del país de las libertades y de la democracia, de la tierra en las que las oportunidades ya no existen para todos.
No podía dejar de oír los gritos de los niños que estaban siendo separados de sus padres. En el refugio vivían hacinados miles de personas, sin los servicios y atenciones más básicas. A duras penas conseguían alimentarse.
La mayoría de los refugiados habían sido detenidos de la misma forma que él. Esperaban, con ansía, la posibilidad de salir a sus países de origen. Aunque esto le supusiera llegar en la más absoluta pobreza. Sin embargo, estos países tardaban en reclamarlos. Se habían convertido en apátridas
En el campo de concentración, existían también personas nacidas en el país que lo expulsaba. El color de su piel fue la sentencia que los condenó.
Nuestro amigo tuvo la suerte de poder ser devuelto a España a través de un tratado de extradición. Europa, como entidad política, ya no existía. El auge de los totalitarismos, de nuevo, volvieron a conquistar el alma de los europeos. Otra vez la enfermedad del nacionalismo campaba a sus anchas por Europa. El sueño de un continente unido políticamente saltó por los aires.
En los países de la antigua Unión Europea, la sociedad se dividía por castas de la que era casi imposible salir.
Marcos no pudo conciliar el sueño en todo el trayecto, a pesar de ser un viaje transatlántico. Se sentía culpable, consideraba que había abandonado a sus compañeros a su suerte.
La ciudad parecía desclavada de la montaña, reposaba como un lagarto, en la ladera del cerro de Santa Catalina. Jaén se hacía hermosa vista desde el cielo. Pronto llegaría la época de Cuaresma, y el olor a incienso y azahar impregnaría sus calles. El mundo llevaba más de cuatro años en un gran vía-crucis. Las medidas del loco de los EEUU habían afectado de forma más cruel a Europa (desintegrándola políticamente), y concretamente al campo andaluz.
La provincia de Jaén, inminentemente agrícola, se desangraba sin remedio. Aquí en España, también, se había prohibido la entrada de población extranjera.
No quedaba vivo ningún familiar de Marcos. A través de una página inmobiliaria pudo contactar con la propietaria de una casa que, amablemente, le prometió alquilarle una habitación.
Ramona, la dueña, estaba nerviosa. Quería dar a su inquilino un recibimiento especial. Vivía en el viejo Jaén, junto al cantón de la Ropa Vieja, célebre por sus ropavejeros, vendedores de ropa usada desde tiempos inmemoriales.
Era una tarde de domingo, cuando Marcos llegó a la ciudad. Estaba sentado en un velador de la plaza Vieja. Sus pensamientos volaban como nubes en mitad del azul. Y entonces, la vio cruzando hacía la calle Campanas.
La chica, con sus ojos negros, hechizó a Marcos que la miró de forma descarada.
María siguió su camino azorada, pues se dio cuenta de cómo Marcos la miraba. Sin embargo, le agradó el descaro del joven.
María había estado fuera de Jaén más de un año. Necesitaba caminar por las arterias principales del Jaén antiguo: calle Campanas hacía arriba desembocó en la catedral adivinando el recuerdo de su padre, creyendo ver su imagen en el cielo. La plaza de Santa María la llevó a la calle Maestra en la que en su mármol de ajedrez se disputaron los hechos más épicos de la ciudad, cuando la provincia era reino y tierra de frontera.
Pronto, María llegaría a su casa. Pronto, el milagro iba a producirse.
Hasta en tiempos de distopía surge la esperanza, y el ser humano obtiene el sosiego que otros le han arrebatado. En la puerta de su casa, Ramona, su madre, y Marcos la estaban esperando.
Este cuento, descubierto en una plaza del Jaén viejo, fue el inicio de una revolución.
(Continuará)



