Por JAVIER LÓPEZ /
En los institutos de principios de los ochenta la belleza física masculina era un bien escaso. De manera que los matones, por las dudas, no justificaban sus pogromos contra los débiles en el acné. Escribo esto como enmienda a quienes desde la prensa parten de la fisonomía de Óscar Puente para emparentar al ministro de Transportes con el homo antecesor. Esto es un arma de doble filo porque, que yo sepa, ningún periodista entraría en el reparto de Ocean’s Eleven.
Quienes amamos el cine clásico sabemos que el concepto exacto de la elegancia es la nuca de Gary Grant. Sobre todo cuando tira de ella hacia abajo la mano de Grace Kelly. Estoy convencido de que la de Óscar Puente no contiene las mismas características, pero a este político hay que juzgarlo por su talante macarra más que por su fenotipo. Si en él se ha frenado el proceso evolutivo no es porque parezca un mono sino porque actúa como si comiera bambú.
La polarización parte del principio maniqueo de que los matices carecen de importancia, pero sin ellos apenas hay diferencias entre Las meninas y el gotelé. Puente, el gotelé de la política, incita a la brocha gorda, es cierto, pero sería bueno argumentar su anclaje en el Cretácico sin recurrir a la genética. Además, no es un caso único: habría que hacer una interpretación muy laxa de la Ley Celaá para que Patxi López, por ejemplo, superara la nota de corte de erectus a sapiens.
Foto: Óscar Puente. (Europa Press).