Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO /
Después de mucho tiempo, y, sobre todo, después de meditarlo muy bien, ha vuelto a hacer algo que a todos y a todas le ha sorprendido: Él es un hombre, que va a cumplir 50 años, y se ha puesto un pendiente.
En su círculo más íntimo, los amigos sabían de sus excentricidades, pero esta vez se ha coronado, dicen.
Sin embargo, el hombre está contento con la decisión que ha tomado, y a pesar de las críticas, va a seguir con su flamante pendiente. Tiene curiosidad por saber quiénes van a ser los primeros de sus amigos que le van a llegar con el cuento de la crítica de otro.
Está feliz, parece un Quijote; un hombre que ya sabe que está viendo las primeras luces del ocaso, y necesita reinventarse para poder seguir disfrutando de la vida. Nuestro amigo vive en una ciudad de provincias cada vez más dividida por la cuestión política y por la falta de unión de sus mandamases. Así que este señor dijo: “Voy a ponerme un pendiente”.
La historia comienza en una localidad costera cercana, una noche de luna llena, de conversaciones y copas de vino. Todo lo envuelve el astro que calla y otorga. El mar con su música de olas, y al lado la mujer y las hijas. Los deseos, la lucha, el amor, al final todos ganan. Hay que ayudar a los más necesitados, a los que la sociedad excluye y atormenta. El color de la piel no define el comportamiento de las personas., sin embargo, la pobreza sí, por eso es necesario acabar con ella. Se trata de no acabar con los ricos, pero sí con los pobres, debemos de seguir soñando con la utopía de un mundo más justo, en definitiva, es lo que dijo Jesús. Y entonces sale la apuesta. Y al día siguiente el hombre cumple lo prometido. Y en su oreja cuelga el objeto, muy diminuto.
Ha visto las últimas noticias donde se culpa a personas de ser delincuentes por el color de su piel, por ser extranjeros en un país extraño. Principalmente, los medios atizan a los africanos. Parece que los de los otros países no delinquen: en la costa hay muchas organizaciones delictivas lideradas por hombres blancos y europeos. Nadie sale a las calles a lincharlos ni a manifestarse en contra de sus actividades delictivas.
El hombre necesita saber lo que es ser diferente, lleva su pendiente como penitencia, como homenaje a todos aquellos que la sociedad los hace sentir distintos. El hombre nos avisa, y nos dice que esta distinción se da entre los de la misma casta: basta con ser pobre…
Existe el racismo, pero también el clasismo. En este mundo, el poder y la corrupción está creando monstruos, que, precisamente, no son los pobres.
Que Dios nos ayude.



