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Por IGNACIO VILLAR MOLINA / Unos de los debates que ocupa más espacios entre instituciones, expertos y ciudadanos en general se centra en la conveniencia de usar el efectivo o lo medios digitales para el pago de las compras de bienes o atender el costo de los servicios. Vaya por delante que no trato en estas reflexiones de influir en una u otra alternativa ya que, en definitiva, esa decisión es muy personal y está condicionada por diferentes circunstancias que atañen muy claramente a cada persona en función de sus hábitos, su situación financiera y la posibilidad de que le puedan facilitar y ayudar al control de sus finanzas. Y no sólo se trata de optar por una u otra alternativa de forma definitiva sino que en muchas ocasiones ambas opciones alternan su uso dependiendo del tipo de gasto y de la situación de cada momento. Sin embargo sí me parece conveniente centrar hoy de forma más concreta el análisis sobre la conveniencia de usar las tarjetas digitales en su doble versión de débito o crédito, especialmente en su efecto sobre el objetivo al que deben contribuir que no es otro que hacer más simple el control del plan financiero familiar.

Generalmente cuando iniciamos una relación con un banco es casi preceptivo en la mayoría de los casos que la entidad nos provea de estas dos tarjetas con el propósito de facilitarnos la extracción de dinero de los cajeros o de pagar transacciones comerciales. Un estudio realizado por Mastercard en su barómetro de uso de las tarjetas para el segmento de particulares, señala que la tarjeta de débito es las más utilizada por los españoles ya que le asigna una penetración del 81.8%. En realidad este tipo de tarjeta se convierten en el monedero de plástico que nos permite en cualquier momento hacer efectiva compras de todo tipo y pagar el costo de otros servicios de cualquier índole, facilidad que se completa con la posibilidad de obtener dinero de los cajeros sin costo alguno. El uso de esta tarjeta está limitado sólo por el saldo que mantengas en la cuenta vinculada a la tarjeta, ya sea corriente, de ahorros, o límite no usado de una póliza de crédito, ya que el importe de cada transacción o disposición de efectivo en los cajeros es imputado en la cuenta en ese mismo momento, lo que supone que el sistema rechazará cualquier operación que no pueda ser adeudada por falta de remanente en la misma, aunque existan otras cuentas a nombre del titular que presenten posiciones suficientes. En este caso, o en otros que no permitan la utilización de la tarjeta, siempre se podrá apelar a otros medios de pago como el Bizum o transferencia para cerrar la compra en curso, obviamente si existen esas otras cuentas con saldo suficiente.

La operativa con este tipo de tarjetas es tan simple que su utilización sólo puede estar condicionada, a parte de la limitación del saldo, porque haya llegado al plazo de caducidad, aspecto al que el titular debe prestar especial atención para evitar situaciones incomodas, o, de similar forma, si requiere de una activación previa. Igualmente el banco puede bloquear la tarjeta en caso de que advierta un uso indebido, circunstancias anormales como robo, clonación, o, en el caso de situaciones morosas o litigiosas que le permitan estas actuaciones.

Algo más compleja resulta la operativa con las tarjetas de crédito. De acuerdo con la encuesta de Mastercard, su penetración alcanza al 50%, ya que no sólo pueden ser utilizadas para pagar compras y hacer extracciones de los cajeros, aunque es aconsejable que esta facilidad se concrete a la tarjeta de débito para evitar cualquier tipo de comisiones, sino que también permiten disponer de un límite que el banco otorga al cliente en el momento de la concesión de la tarjeta en función de la valoración que le confiere. En este caso las disposiciones que el titular puede realizar con la tarjeta, hasta el límite máximo asignado, no son imputadas en su cuenta de inmediato sino que se adeudan en una fecha prefijada en el contrato de otorgamiento de la misma, que generalmente coincide con el fin de mes, o en plazos mensuales según el concierto pactado con la entidad, que incluyen capital e intereses. En este caso la determinación del importe de las cuotas puede concretarse bien a un importe fijo mensual, o bien a un porcentaje de la deuda financiada, aunque en este aspecto es necesario advertir que cuanto más bajas sean las cuotas que se determinen más intereses se devengarán, por lo que podrían extenderse de forma no aconsejable, sobre todo si los aplazamientos se acumulan de forma que en algún momento puedan superar las posibilidades de pago del titular.

Por último es necesario resaltar las ventajas o inconvenientes de cada tipo al objeto de adecuar su utilización adecuadamente y en función del objetivo que queramos obtener. Así si nos referimos a las tarjetas de débito son más fáciles de obtener y su operativa es mucho más básica, aunque debemos tener muy en cuenta que nunca debemos llevar la tarjeta junto con el código secreto necesario para su uso. Por otro lado generalmente están exentas de comisiones de todo tipo, y su forma de pago facilita más el control de su salud financiera.

En cuanto a las tarjetas de crédito, si bien tienen la posibilidad de contar un límite crediticio concedido por su entidad del que puede disponer aunque no tenga saldo en su cuenta, requieren de un mayor control de su utilización ya que, en algunos casos, puede conllevar el riesgo de realizar compras innecesarias que comporten problemas de pago posteriormente y el devengo de intereses y comisiones adicionales.  Sin embargo tienen mayor facilidad de pago si hacemos compras cuando viajamos.

En cualquier caso la opción  por una u otra modalidad de tarjeta depende, como he comentado al principio, de cada persona y de su circunstancias y situación financiera, aunque su uso alternativo no solo no se solapa, sino que se complementa cuando se utilizan adecuadamente.

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