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Por JAVIER LÓPEZ /

Mi padre fue un histórico del PSOE. No lo dice Ian Gibson, lo digo yo. Su historicidad no requiere el refrendo de un hispanista. Histórico, más que un adjetivo, es un legado a la inversa, una herencia de hijo a padre. Un legado que sustento en su biografía, en su cartas de emigrante en Suiza, en sus diez horas de jornada laboral en la obra, en sus manotadas de agua en la cara tras dar de mano, en su combate sereno contra el franquismo en vida de Franco.

Concejal de obras de bolsillos transparentes, cuando dejó el cargo su patrimonio había menguado, si es que eso era posible: en mi casa vivir con lo puesto no era una metáfora. De hecho, yo, enamorado de la moda juvenil, solía utilizar sin su permiso jerséis de mi hermana Lola para diversificar el atuendo. Quiero decir que la política no nos sacó de pobres. Tan es así que la UCO, de haberlo investigado, habría propuesto a mi padre como político del mes y aun del año.

Aquella honradez no era patrimonio suyo sino de una generación que desactivó la predicción de Machado. Él formaba parte de la tercera España, en cuya geografía tuvo lugar el deshielo del corazón. De ahí la elegancia de su alegría cuando ganó Felipe, ese Felipe al que ahora Pachi López invita a abandonar el PSOE si no le gusta lo que ve. Mi padre aborrecía a los perros falderos y respetaba a los ilustres. Era un socialista que hablaba de usted a sus mayores.

Foto: Felipe González.

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