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Por JUAN ESLAVA GALÁN

(Publicado en IDEAL (junto con la imagen), diario en el que Vicente Oya era colaborador desde hace muchos años)

 

Con la muerte de Vicente Oya pierde Jaén algo más que un amigo que lo supo ser de todos. Vicente Oya era el archivo viviente del último medio siglo en la provincia de Jaén. Cuando fundamos la tertulia literaria El Lagarto Bachiller (con Juan Gutiérrez Toledano y Manuel López Pérez, otra irremplazable pérdida reciente), Vicente, que nos llevaba unos años y mucha experiencia, nos impartió un magisterio callado y humilde sobre las virtudes que un escritor debe cultivar y los defectos que debe evitar. Él nos enseñó a escribir con claridad, diciendo una cosa detrás de la otra, de lo general a lo particular, sin atropellos ni lucimientos vanos. Recuerdo sus sabios consejos que tanto me han servido: el estilo debe tener el sabor del agua clara, o sea, ninguno. Huyamos del exceso y del personalismo. El escritor es como el hortelano en la huerta: su sombra molesta. Que no se te note hasta que el lector acaba de leerte y solo entonces piensa que has transmitido lo que tenías que decir con la simpleza con la que hablarías a un amigo.

Vicente Oya, cuando yo lo conocí, mediados de los años sesenta, trabajaba en el periódico local y en la radio y además se preparaba en casa para la universidad. Nunca he conocido a nadie con su capacidad de trabajo. En el periódico se habían acostumbrado a que descargaran todo sobre sus hombros y él asumía sin una queja su trabajo y el ajeno. La labor de calle la hacía él y en eso coincidimos a menudo cuando yo hacía lo propio para la corresponsalía jienense de IDEAL (eran los tiempos de José Medina). Nuestra amistad se anudó en los viajes que hacíamos a pueblos de la provincia siguiendo las inauguraciones del gobernador o del obispo. Alguna vez comentamos, en nuestros encuentros recientes, que teníamos material anecdótico para escribir un libro a cuatro manos.

Vicente Oya pasaba por la vida con la modestia que todos hemos conocido, pero era un hombre de inquietudes culturales que estaba al tanto de cuando te cocía fuera (la vida cultural de Jaén era entonces escasa). Él me descubrió la existencia de la Cuesta de Moyano, aquel paraíso de los libros viejos que hoy he visitado en homenaje a su memoria; él me orientó hacia algunos nombres que escuché primero de sus labios, Borges y Gabriel García Márquez entre otros. Él me corrigió mis primeros escritos y me los despojó de abalorios pretenciosos, lo que nunca le agradeceré lo suficiente. Y él, en fin, fue ese buen amigo que pasa calladamente por tu vida y por la vida de tantos dando a manos llenas sin esperar nada a cambio.

Vicente Oya, un maestro y un hombre generoso y bueno en el buen sentido de la palabra bueno.

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