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La Universidad de Jaén rinde hoy homenaje al que ha sido el segundo rector de su historia, Manuel Parras Rosa, catedrático de Comercialización y Análisis de Mercados, que ha liderado la institución durante ocho años (2007-2015), dos periodos de cuatro años cada uno, en los que obtuvo un considerable apoyo de la comunidad universitaria.  

La sexta medalla de oro de la UJA, en 23 años de funcionamiento, le va a ser impuesta a quien ha dejado tras de sí una gestión marcada por la eficacia, para apuntalar el andamiaje de la que ya es y va a seguir siendo la más importante empresa de Jaén, protagonista de su necesario cambio mental y material, aunque los resultados no se vean aún completamente, porque necesita un cierto rodaje para imbricarse del todo en la sociedad y formar parte activa del progreso y desarrollo de Jaén, en lo que se espera que el papel de la Universidad sea visible y decisivo. 

Manuel Parras ha trabajado con entusiasmo para proyectar hacia fuera y hacia dentro una Universidad de calidad, ha sido también un rector apasionado por su tarea, que se ha creído su labor y ha sabido transmitir y contagiar su entusiasmo, sobre el modelo universitario al que debemos aspirar para que la provincia figure en el mapa del conocimiento y además responda a lo que se espera de ella. Ha sido un firme baluarte en la consolidación de los campus de Jaén y de Linares, al tiempo que ha promovido señas de identidad e ilusionantes proyectos estratégicos.

Una de sus iniciativas fue la de poner en marcha la distinción “Natural de Jaén” para reconocer biografías de jienenses destacados, profetas en su tierra, para buscar una mayor conexión con la sociedad y convertir a la UJA en un referente de jaenerismo. Ha sido el reconocimiento a personas representativas de los valores del esfuerzo, del talento y del trabajo, todos con un denominador común, personas que se vieron en la obligación de salir de su tierra para hacer una carrera profesional, pero están orgullosos de su origen; justamente lo contrario que busca hoy la UJA, que es retener el talento, que los mejores se queden, aunque para eso la provincia tiene que aprobar antes ciertas asignaturas pendientes.

Manuel Parras ha sido un buen rector en un momento crucial, porque además ha sabido capear las dificultades de la dura crisis económica y administrar la institución en unos años de asfixia, porque la Junta no siempre ha cumplido con regularidad su compromiso de transferencia de recursos, y el Consejo de Gobierno con él al frente, tuvo que hacer verdaderos equilibrios para salir adelante tratando de causar el mínimo daño a la solvencia de la tarea docente e investigadora.

Estoy seguro de que debió vivir momentos de angustia, pero ahí es donde se ha crecido el servidor público, que ha sorteado todos los obstáculos para no impedir el avance de una Universidad en crecimiento, aunque fuera a costa de sacrificios, por ejemplo el proyecto tan atractivo de un Grado de Medicina que por ahora, esperemos que no eternamente, sigue en stand by; pero no se ha visto impedido gracias a su voluntad férrea y el cumplimiento estricto de su hoja de ruta, para plantear retos como la apuesta por un sello distintivo propio, convencido de que la excelencia y la cercanía han de marcar el rumbo futuro, no cabe otra alternativa.

El profesor Parras Rosa llegó al Rectorado luego de una trayectoria de grandes servicios, al frente de un Vicerrectorado, en su labor investigadora y como responsable de la OTRI y de Citoliva. Querido y respetado dentro y fuera de la Universidad, le tengo por una de las cabezas mejor amuebladas que ha dado esta tierra en responsables de proyección pública. Un personaje sensible a la realidad global de la provincia, que conoce al dedillo su diagnóstico, que sabe de sus fortalezas y debilidades, como se encarga de demostrar al frente del CES, y que está considerado como uno de los mayores expertos en el mundo del olivar y del aceite, que lleva años siendo la voz que clama en el desierto, llamando al despertar de un sector tan conservador que ha ido asumiendo sus consejos y hoy ya, gracias en parte a sus desvelos, empieza a reaccionar con paso firme y nuevas expectativas.

Ha sido el segundo de tres rectores de la institución académica, tres personas distintas pero unidas por un proyecto único que está llamado a ser la tabla de salvación de Jaén. Ha dicho alguna vez que su labor, al suceder a Luis Parras, era no estropear la obra encontrada. Todo lo contrario, puso muy alto el listón, y, en efecto, mientras otros miraban al microscopio él, y todos los que tienen la misma responsabilidad que él, miraba con el telescopio. Orgulloso de ir sembrando, contento porque una Universidad todavía joven se asome a algunas listas de éxitos, con buena imagen y prestigio a pesar de los agoreros, que los hay, y de los que desde la negatividad militante le siguen negando crédito porque parece que les resulta molesto que Jaén tenga una Universidad propia y la exhiba como gran logro. Consciente también de que la respuesta a las demandas de la provincia no será total mientras no aumente su capacidad de liderazgo social, de modo que no sea ajena a realidades tangibles como el paro, especialmente el paro juvenil, que en nuestro territorio es especialmente dramático.

Manuel Parras es un ilustre torrecampeño. Ya saben la leyenda que tiene este pueblo, que destaca por la abundancia de personajes que le han dado fama y prestigio, y siempre consideración. Y no me refiero solo a catedráticos de Universidad, que también, como es el caso, igualmente pienso en otras muchas facetas profesionales y en modestos vendedores o feriantes, que confirman el carácter emprendedor y buscavidas, en el mejor sentido, de los hijos de esta noble villa, de la que Manuel Parras es, con todos los honores, hijo predilecto.

En fin, he tenido la suerte de conocerle por mi pertenencia muchos años al Consejo Social, en el fragor de la batalla, con un competente equipo de colaboradores, sin flaquear en el compromiso, preocupado por administrar con seriedad y rigor el enorme capital que ha debido liderar, consciente de una responsabilidad histórica, por tanto mirando a la vez cómo se puede estudiar el genoma del olivo, por poner un ambicioso ejemplo, o, en lo más cotidiano, dotar de medios y recursos para que el Campus sea ese vergel que tan agradable resulta de descubrir y disfrutar. 

Oro de la Universidad de Jaén para el profesor Manuel Parras, en acertada propuesta del actual rector, Juan Gómez Ortega, que rige ahora con mano diestra los destinos universitarios con la actitud y la firmeza de su compromiso profesional y personal. Creo que una gran mayoría de quienes componen la institución académica considera el reconocimiento a su exrector un acto de estricta justicia.

La medalla le corresponde en la misma medida, como mínimo, que a las personas que le precedieron con igual honor. Es, en resumen, una sencilla y al tiempo elocuente expresión de gratitud, y como escribiera el escritor y poeta Álvaro Mutis, “cuando la gratitud es tan absoluta, las palabras sobran”.

 

 

 

  

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