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Francisco Tirado López «el de Linares», Phacoel para los amigos, ha decidido armarse caballero porque según él “son tantos los agravios y entuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, abusos que mejorar, y deudas que satisfacer en esta nuestra Andalucía». Que así, cual caballero andante, sin dar parte a persona alguna de su intención, ha pedido un día de vacaciones en Día en el que trabaja, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, uno de esos días más calurosos del mes de junio, y de todos los junios que se recuerdan, se ha armado con todas sus armas. Una gran lanza repleta de utopía, y como única protección, la ilusión a modo de celada y adarga. Y ha subido a su Seat León. Y acompañado de su fiel amigo Cristian se dispone a cruzar Andalucía, con dirección a Sevilla, con el grandísimo contento y alborozo de dar el primer paso a su buen deseo de plantear PRIMARIAS para Andalucía.  

Mas apenas se vió en estos campos de Andalucía, le vino a la memoria los consejos de algunos bienintencionados compañeros de otras andanzas, que intentaron persuadirle de su propósito, ya que conforme a su tácita ley, en esta ocasión, ni podía ni debía tomar las armas cual caballero de la política por su cuenta. 

Y si embargo, para desazón de todos, el loco-cuerdo «el de Linares» insiste y persiste pudiendo más su locura que razón alguna. 

Y aquí lo tenemos cuatro siglos después, en este caluroso mes de junio, el más calurosos que guarda la memoria. Phacoel, «el de Linares» presenta su candidatura a la secretaría general del PSOE de Andalucía, haciendo de su propósito, la metáfora universal de la genial obra de Cervantes. 

Y, por mucho que salga de sus primeros combates con dolorosos golpes, heridas y magulladuras propiciados incluso por los más cercanos, no abandona su empresa, su utopía, porque defiende sus ideales, el intento de hacer realidad los sueños de cualquier militante, por insignificante que sea. Y porque «el de Linares» es de esas personas que ve, lo que no vemos los demás «él ve y organiza el mundo no como es, sino como debe ser”, que diría el poeta León Felipe.

No sabemos si cuando «el de Linares»  arremeta contra estos gigantes terminará herido y en ridículo como vaticinan muchos. Pero dejará de manifiesto lo mismo que Don Quijote veía detrás de los molinos, que la codicia, la avaricia y en demasiadas ocasiones la envidia, es el sentimiento base de la autodestrucción humana. 

Puede que Francisco Tirado, «el de Linares» no tenga un discurso político, pero lo que sí lo define es el mismo adjetivo que define a Alonso Quijano, el caballero de la triste figura «es buena gente», es bueno. Y así se presenta con la bondad como única y poderosa arma que nos puede ayudar a cambiar las cosas, a mejorar nuestra condición. 

Y seguro que cuando llegue al final de su periplo político, como él mismo afirma se hallará desnudo, igual que clamaba Sancho al abandonar la Ínsula de Barataria: «Desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano» y lo recordaremos como el que es, «el que murió cuerdo y vivió loco”. 

Pero mientras, en este loco intento, «el de Linares» representa el símbolo del que encarna un ideal, y que vuelve a nacer cada vez que surgen héroes como Francisco Tirado. 

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