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A estas alturas nadie duda que en España tras la guerra civil y en el mundo después de la segunda gran guerra, el suceso más impactante y excepcional es la presencia de un enemigo común invisible que no dispara misiles pero que mata a miles de personas cada día. Por razones que están en la mente de todos, nuestro país es uno de los más castigados por ese patógeno que se nos aloja como lapas a la roca y en casos graves lleva a la muerte por falta de aire que respirar. Ha fallado en cadena todo nuestro sistema de prevención, se han desoído recomendaciones de la OMS y desde tribunas públicas los enviados del Gobierno restaron importancia a lo que ya en países cercanos como Italia era un clamoroso despegue de pandemia. Cuando el contagio alcanzó virulencia nuestro país caminaba a contrapié. Quedaron desnudas nuestras vergüenzas en previsión y tenencia de equipos de protección. A la carrera se hicieron compras fallidas, caras y de pésima calidad. Al no haber reserva de mascarillas, se desdeñaba su utilidad sin pudor alguno. Cuando las hubo nos obligaron a usarlas y hasta se puso un precio tasado a las farmacias para su venta.

Para entonces, por fortuna, la sociedad civil ya se había organizado para fabricar equipos de protección para ayudar a sanitarios ayunos de ellos, personas vulnerables, residencias de ancianos en situación de semiabandono y ciudadanos en general. Para entonces, ante la gravedad de la situación, el gobierno decretó un estado de excepción camuflado, en el grado inferior de alarma, que nos aparcó tres largos meses en nuestras casas. A su término, con énfasis triunfalista, Sánchez nos anunció que no solo habíamos vencido al virus sino que en un delirio de éxtasis nos recordó que había salvado cuatrocientas cincuenta mil vidas. Ni una más ni una menos, lo que venía a decir que el presidente contaba mejor que sus acólitos de Sanidad, Illa y Simón, que debieron perder la calculadora en algún rincón porque según Estadística y el Instituto Carlos lll había como quince mil muertos más de aquellos veintiocho mil que contabilizaba el Gobierno. Hoy esa cifra anda entre cincuenta y cinco y sesenta mil.

Abierta la espita Sánchez y su gobierno se fueron de vacaciones y tras ellos millones de españoles con alguna leve recomendación de guardar distancias, lavarse las manos y usar mascarilla, porque se temía que llegado el otoño habría rebrotes. Pero pasó que el virus también acortó sus vacaciones y siguió llamando a la puerta cuando todavía hacía calor y anunció que venía a reanudar la segunda parte y la prórroga si fuera preciso de la eliminatoria que quedó inconclusa. Para entonces el gobierno se había quitado los muertos de encima y dejó en manos de las comunidades la resolución del conflicto. Difícil es poner de acuerdo a tres. A diecisiete se antoja imposible. Lo ocurrido en lo que va de otoño está reciente en la memoria de todos y no es menester recordarlo.

Lo último, lo que me hace plantearme unas reflexiones son esos brotes de disturbios callejeros que, so pretexto de la prohibición de celebrar esa fiesta de importación esnobista inventada por otros, se produjeron en una quincena de ciudades y pueblos de nuestra geografía, con episodios de pillaje y destrozos varios. ¿Causalidad o perfectamente organizadas? ¿de extrema derecha, de extrema izquierda o de ambas, según informan los noticieros?

El maestro de periodistas Raúl del Pozo, en su diaria columna pone el dedo en la llaga en dos de sus entregas de la pasada semana. Apunta el columnista la confidencia que le hizo un directivo de una fundación de auxilio y caridad que tenía «órdenes de arriba» para no contar lo que estaba pasando en las colas del hambre, porque ya no acuden a ellas pordioseros y menesterosos sino gente que antes trabajaba y mal que bien vivían, profesionales en paro, universitarios y mamás con bebés que buscan bolsas de comida. Las teles ya no acuden a mostrar tan desgarradora escena tal vez por «órdenes de arriba». Y la prensa…ayyy la prensa, de un lado y otro pero con el mismo amo recogiendo el mansurrón recado del vicepresidente Iglesias acerca del IMV (ingreso minimo vital) que no termina de llegar a muchos porque el que quitaba el sueño al presidente dice que «algo estamos haciendo mal» y con eso pretende salvar su trasero.

En otra columna Del Pozo nos pone en guardia ante el anuncio del logro, también del vice, de intentar ponernos un bozal en las redes sociales instando a las operadoras a eliminar mensajes de crítica odiosa. Joder qué paradoja que sea la zorra la que guarde el gallinero o dicho en el román paladino que se usa en la Peña…»mira quién fue a hablar de putas, la Manolona», sabiendo como es de todos conocido que a lengua afilada y víbora venenosa pocos le han ganado al señor del tupé trasero. Del Pozo dice que van a llegar tarde porque «ya es imposible cerrar esa gran asamblea global donde cada cual dice lo que le sale del pijo».

Todo esto nos lleva a una situación de entreguismo, de renuncia, de que todo se da por perdido y amortizado, de que de poco o nada sirvió meter hombro en los setenta para asentar la democracia, que no tuvo utilidad el abrazo de reconciliación de los españoles que hicieron la guerra. Nos vamos a negar a que con sibilina maestría nos vayan imponiendo «para nuestra protección» una especie de dictadura democrática en la que entreguemos a precio cero todos los poderes a mentes que quieren mediante modernas tecnologías, devolvernos a la condición de borregos. ¿Y todo por qué?. Porque como titulé, en este momento excepcional no hay hombres y mujeres excepcionales en los centros de poder, que antepongan la salud y el bien común a cualquier otro interés. No había concluido marzo cuando ya en las Cortes se pudo ver la escasa estatura moral de nuestros políticos (ojo, de todos). No hubo uno solo que propusiera dejar a un lado la política de enfrentamientos inútiles para hacer frente común al invisible enemigo. No hubo un solo hombre o mujer excepcional que apuntara la elección por consenso de un verdadero comité de expertos (Del Val, Badiola, Rojas Marcos, Barbacid, por citar algunos) que asesoraran con su sabiduría qué hacer ante tamaño adversario. No hubo un solo hombre o mujer excepcional que pidiera consejo a expertos en comercio acerca de cómo obtener compras de material en precio y calidad óptimas.

No hubo uno solo con dotes de estadista que supiera unir a todas las fuerzas políticas, sociales, sindicales, empresariales y en fin a la ciudadanía toda para hacer frente a la tragedia colectiva. Un pueblo que sienta el compromiso y el sacrificio de todos sus dirigentes unidos estará siempre dispuesto a unirse a ese sacrificio y aceptar por ejemplo un par de semanas más de confinamiento si con ello se sabe que se salvan vidas y no avanza el contagio.

Y como la crítica no es deslealtad cuando se hace con intención de aportar un consejo, permítame mi alcalde marteño una pequeña admonición porque en lugar de ser uno de esos hombres excepcionales para una ocasión excepcional, ha caído como muchos en la tentación de demonizar a los dirigentes actuales de la Junta por, según él, la kafkiana situación de publicar en el BOJA las medidas solo unas horas antes de su entrada en vigor, o censurar a la representante de ese gobierno en Jaén por dedicarle el día anterior tan solo cuarenta y cuatro segundos de teléfono para comunicarle la decisión de perimetrar el municipio. Qué fácil sería en este momento caer en la misma tentación y recordar que el anterior gobierno de la Junta también tiene en su haber actuaciones más que negativas. No es momento ni oportuno imitar a los ineptos de la carrera de San Jerónimo para sacar rédito político. La bisoñez, la juvenil inexperiencia o el exceso de sectarismo lleva a esas imprudencias. Se lo dije en un acto público…no gobernéis pensando en los votos…gobernad para que os recuerden por vuestros hechos, y ahora paisanos y alcaldes de Jaén y provincia tenéis ocasión de convertiros en hombres y mujeres excepcionales, dejando a un lado intereses de partido y encabezando en vuestros pueblos codo con codo con todos la pelea contra el común enemigo. Por eso sí seréis recordados. Lo demás se diluye en los anaqueles del olvido.

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en una reciente sesión del Congreso. EFE

 

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