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No ha sido suficiente

Desde los años setenta del pasado siglo, en que empieza a desarrollarse el movimiento ecologista y la ecología consolida sus principios científicos, no han dejado de acumularse pruebas, evidencias, estudios que apuntan a que nuestro modelo civilizatorio, que ahora es mundial gracias a la globalización, no solamente es insostenible desde un punto de vista físico y ecológico, sino que conduce a un colapso de nuestro modo de vida (como ejemplo, toda la serie de estudios Los límites del crecimiento de Meadows, Meadows y Ranger).

La información sobre el pico del petróleo (nuestra dependencia exclusiva de un combustible que ha iniciado su agotamiento) y el cambio climático (un nuevo escenario ambiental, súbito, impredecible y cada vez menos reversible) ocupan cada vez más espacio en todos los ámbitos de la comunicación.

Sin embargo, salvo iniciativas puntuales, más o menos en red (Campos de energía, promovidos por Christian Felber, o el Movimiento para la Transición, fundado por Rob Hopkins), no se está desarrollando ninguna alternativa oficial, impulsada desde los Estados, para dar una respuesta a este desafío; no hay una reconversión del modo de vida de la ciudadanía informada. ¿Dónde está el problema? Quizás en el relato sobre el que descansa el sentido de nuestra vida.

El ser humano busca la felicidad y en los últimos siglos, y de manera más acelerada, desde la revolución industrial del siglo XVIII, el relato sitúa la felicidad en la adquisición de bienes, en el consumo. Siendo el consumo desmedido el modelo que se está globalizando, y el causante principal del colapso civilizatorio al que estamos abocados (cada vez hay más voces autorizadas que lo afirman sin matices, en nuestro país puede consultarse Jorge Riechmann), hay una contradicción evidente: por simplificarlo, tal vez demasiado, para salvar el planeta de pide la infelicidad.

Es necesario un nuevo relato, una nueva historia, que describa un escenario de post colapso en el que es posible encontrar la satisfacción de vivir. Rob Hopkins lo explicita en su Manual para la Transición, y Paul Kingsnorth y Dougald Hine lo declaran con cierta crudeza en su manifiesto Uncivilization.

Un nuevo relato: nuestro lugar natural

Sin embargo, los nuevos relatos, las nuevas propuestas que se realizan parecen olvidar un hecho que es común a cualquier especie del planeta: todas tienen un lugar natural, un lugar en el macro-organismo que son los ecosistemas, en el que el impacto es mínimo, y fuera del cual su vida no es posible u ocasiona impactos insostenibles. En el caso del ser humano, el lugar natural está condicionado por sus características fisiológicas, pero fundamentalmente por sus singularidades vinculadas a la evolución cultural. ¿Qué tenemos que no tiene nadie?

La evolución humana está definida por dos procesos: la evolución natural y la evolución cultural, estrechamente unidas, y seguramente con mutua influencia gracias a procesos epigenéticos. La primera es la principal responsable de los cambios morfológicos u hominización y la segunda es la principal responsable de los cambios culturales o humanización, pero es necesario el concurso de ambos procesos para llegar al ser humano completo. Ambos conforman la antropogénesis, el proceso evolutivo de conformación del ser humano, y parece ser que se produjeron de manera simultánea.

Los principales cambios morfológicos u hominización, han sido: la bipedestación, la mano prensil, el aumento y desarrollo del cerebro y la transformación de la cara.

Mientras que se consideran los siguientes principales cambios culturales: la conciencia refleja o autoconciencia, la imaginación y la capacidad simbolizadora, el lenguaje, la creación y uso de herramientas y armas, el dominio y uso del fuego, los usos alimenticios, la creación de refugios y casas, la socialidad, la aparición de la capacidad estética y de las obras de arte y los primeros vestigios de religión y percepción del más allá.

El complejo proceso de la antropogénesis se halla lejos de ser conocido por completo por la ciencia, sin embargo, los descubrimientos y avances de la última década han revolucionado el conocimiento que se tenía de la paleoantropología. Ahora, desde el punto de vista científico, no podemos seguir considerando un pasado relativamente reciente de hombres-mono como nuestro linaje directo. Los procesos de hominización y la adquisición de los rasgos humanos, la humanización, se hunden en el tiempo, hace millones de años.

Las consecuencias del proceso de humanización son logros evolutivos, que han hecho posible el éxito de la especie, que seamos como somos. De esta manera, la posibilidad de conectar con lo sagrado, con todo lo que ello implica de búsqueda de un sentido de la vida, la capacidad de trabajar con la conciencia, el desarrollo de virtudes sociales como el altruismo, el desarrollo de tantas facultades inteligentes que permiten anticipar soluciones a problemas definidos, el desarrollo de la sensibilidad artística o el pensamiento simbólico, por poner algunos ejemplos de rasgos del proceso de humanización, son conquistas de nuestra evolución. Lejos de lo que creemos habitualmente, el conjunto de virtudes, como la generosidad, no son la resultante de sistemas morales, que son opinables, sino la consecuencia de logros obtenidos a lo largo de millones de años de evolución. Por lo tanto, consolidar modos de vida que no tengan en cuenta estos éxitos evolutivos, van en contra de nuestro propio sentido evolutivo, de igual manera que lo haríamos sin adoptásemos un modo de vida completamente insano.

¿Qué papel juega la filosofía?

La búsqueda del hombre natural a través de los numerosos rasgos de humanización es un proceso que debería promoverse en esta época en que es prioritario instaurar el reencuentro del hombre con la Naturaleza. Y no deja de ser sorprendente que los principales modelos éticos que podemos explorar con la filosofía, mantienen una asombrosa semejanza con las consecuencias de los rasgos de la humanización. Por ejemplo, todos estos modelos preconizan la acción inegoista como modelo de virtud, y esta misma cualidad es la que se encuentra en el altruismo descubierto en los fósiles de hace cientos de miles de años, como exponente de una sociedad humana, de uno de nuestros logros evolutivos.

Es como si la filosofía se hubiese topado con estos rasgos de la evolución humana, en su búsqueda de la esencia del ser humano, y los hubiese cristalizado en modelos éticos, anticipando lo que luego descubrirá la ciencia.

Tradicionalmente la filosofía ha tenido como una de sus metas, delimitar lo esencial en el ser humano.

Nos caracterizamos por tener una mente, en el más amplio sentido de la palabra, que nos proporciona el discernimiento, la capacidad de aprendizaje, el poder conocer las leyes naturales, el crear espacios interiores para el desarrollo espiritual (el término espiritual no se emplea en este contexto, como algo vinculado a una experiencia religiosa en particular, sino a la característica antropológica de contacto con lo sagrado) o metafísico, y un amplio etcétera de funciones mentales.

Nos caracterizamos también por tener un comportamiento extremadamente plástico y adaptativo, que es capaz de vincular los procesos mentales a las necesidades materiales y viceversa. Somos capaces de desarrollar las más variadas afectividades, desde el instinto más básico y común con los animales hasta los sentimientos más elaborados y elevados.

Nuestras necesidades por tanto exceden en mucho de las exclusivamente materiales: necesitamos también acceder a recursos no materiales (sentimentales, mentales y espirituales o metafísicos).

Además de todas estas características específicas, tenemos otros logros evolutivos imprescindibles e igualmente específicos, como es la capacidad de movilizar la conciencia (que sería la sección de la realidad que atendemos en un momento determinado) a lo largo de todo nuestro ser: desde lo más metafísico o espiritual hasta nuestra realidad más corpórea y material. Y también hemos alcanzado la posibilidad de vivir en sociedad, creando una unidad supraindividual, que potencia las características personales y que posibilita el desarrollo de otras facultades humanas, como es la transmisión del conocimiento y la experiencia, de tal manera que se favorece la evolución cultural frente a la evolución natural.

Conclusión

Así, nuestra relación con la Naturaleza debería llevarse a cabo con todas nuestras características específicas, y de esa manera sería una relación optimizada. Esto conlleva la necesidad de desarrollar todas estas características: nuestra mente, nuestro discernimiento, nuestra capacidad de aprendizaje, etc.

Debe promoverse un nuevo relato en la relación del ser humano con el resto de la naturaleza, basado en ocupar nuestro lugar natural, el cual está definido por todo el potencial y características propias del ser humano, que delimitan su propia esencia. Ha sido definido por numerosos autores y escuelas de filosofía clásicas, y ha sido la “materia prima” de los llamados estudios de Humanidades.

Para concluir, la hipótesis es clara: sólo desarrollando plenamente nuestro mundo interior, puede reducirse ostensiblemente nuestra presión exterior.

 

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