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En este país, todavía llamado España, hagas lo que hagas, es motivo de discusión y polémica, sobre todo si eres militante del Partido Popular, porque a la izquierda se le presume una falsa superioridad intelectual y moral. Menudo debate se ha generado como consecuencia de la incorporación del expresidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a su despacho de Santa Pola (Alicante) como registrador de la propiedad, tras renunciar la semana pasada a su escaño en el Congreso, la presidencia del PP y renunciar a los privilegios como miembro del Consejo de Estado, entre otros el de un sueldo vitalicio de 100.000 euros, que los  cobra por ejemplo Zapatero, sin oficio ni beneficio. También critican que su sueldo como registrador supere con creces al del presidente del gobierno que está en torno a los 6.000 € al mes.

Aquí solo hay una realidad que podrá gustar más o menos y es que este señor llegó a la política dejando un trabajo, el de registrador de la propiedad, obtenido tras aprobar una de las oposiciones más difíciles que existen en el ámbito jurídico, y cuando ha terminado su etapa política, ha vuelto a ese trabajo con absoluta normalidad. Éste ha sido un gran gesto y un ejemplo de normalidad, que debería de cundir entre la clase política actual, más preocupada de repetir o buscar una salida política que la de volver a su puesto de trabajo. Y sería conveniente plantearnos la reflexión de si ser político es verdaderamente una profesión o si tan solo se está en ella en comisión de servicio. En la calle parece haber unanimidad en que uno de los problemas de la corrupción es perpetuarse en el cargo y creerse intocable. Por eso la limitación de mandatos es, en mi opinión, la clave. Aunque hay que estar preparado, porque un día se acabará, por eso creo que es conveniente que los políticos tengan alguna otra profesión.

El esquema de joven que entra en las juventudes de un partido y que va ascendiendo hasta llegar a ocupar los cargos más importantes, sin haber trabajado nunca en otra cosa, presenta muchos problemas, entre otros motivos por el sistema de selección adversa que predomina en nuestros partidos políticos. Dicho esto, la profesionalidad, en la política y en cualquier otro ámbito, es muy importante. Se puede ser un profesional y hacer política, que no es lo mismo que ser un político profesional. La normalidad no debería ser noticia, sin embargo en este país se convierte en noticia por ser poco habitual, lo normal son las puertas giratorias para seguir pagando a políticos su falta de profesionalidad o cualificación.

 

 

 

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