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Tengo dicho que si la mano que te da de comer es la del cacique tienes que morderla. Y así me va: con más incisivos que digestiones. Tan escaso ando de liquidez que la semana pasada tuve que elegir entre el test de antígenos o el codillo de cerdo, entre conocer la incidencia de la variante ómicron en mi organismo multicelular o experimentar el retrogusto porcino en mis papilas venidas a menos. Para decidirme no eché una moneda al aire porque no la tenía.

Escribo esto porque el alcalde de Jaén ha declarado que hay que ser muy valientes para dedicarse a la política. Con 70.000 euros anuales de sueldo yo sería, no ya valiente, sino temerario, pero comprendo que la del coraje no es una medida universal y lo que para mí es un trampolín para otros es un precipicio. Además, como soy de natural optimista tener el agua al cuello me permite a la vez respirar y conservar hidratado mi cuerpo de gimnasio.

Si no lo fuera diría que soy un personaje de Zola que, al combatir el frío con mantas en vez de con radiadores, desconoce si su congestión nasal se deriva del coronavirus o de la pobreza energética. Y diría que el niño yuntero es a mi lado un infante de España. Tal es mi estado que si la unidad de delitos económicos de la Guardia Civil irrumpiera en mi domicilio estoy seguro de que el oficial al mando me dejaría 20 euros en la cartera tras el registro.

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