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Días atrás, con ocasión de las protestas del mundo agroganadero, seguí con atención las distintas opiniones vertidas en relación al tema. Y me llamó poderosamente la atención la de un líder de organización agraria que con cierta lógica argumentaba que si el gobierno tiene facultad de subir el salario mínimo, debería también tenerla para fijar unos precios de salida para los productos agrarios, para que además de cubrir los costes de producción dejaran algún beneficio en el haber del sufrido currante de la tierra. Y en esa reflexión me detuve a pensar qué ocurriría si el gobierno tuviera y ejerciera la facultad de establecer esos mínimos precios en origen.

Conociendo, como es de sobra sabido, que grandes superficies o avispados intermediarios son los que se llevan la parte del león, tal medida intervencionista, y por tanto contraria a las leyes del libre mercado, supondría de facto un encarecimiento progresivo del producto ante la certeza de que a mayor precio inicial los reyes de la distribución no renunciarían a su beneficio y cualquier kilo de cualquier fruta o pieza de carne vería incrementado su precio, de tal suerte que la cesta de la compra se encarecería en una proporción progresiva al aumento fijado por el gobierno, llegando a la terrible conclusión que la economía es esa pescadilla que se muerde la cola y que siempre perjudica el bolsillo del consumidor, puesto que nadie, socialmente comprometido. ha descubierto hasta ahora que el kilo de garbanzos tenga un precio para la mujer del rico y otro para la del pobre. 

Y ello me lleva a la sencilla conclusión de que si eso ocurriera de nada serviría el aumento del salario o la subida de las pensiones. Pienso que se deberían buscar otros modos de abaratar los precios o el funcionamiento de los mercados mediante economías de proximidad que acerquen lo consumible al consumidor o bien llegar a la terrible conclusión de que agotado el sistema capitalista y sabedores que el otro produce ruina y anula libertad, la pescadilla seguirá mordiendo su cola. Dejo y emplazo a mi buen amigo de la infancia Ignacio Villar a que me ayude a salir de esta duda de un más que inexperto aficionado a escribir de economía.

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