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Segundo año consecutivo de linchamiento público. Segundo año consecutivo de tensiones sin sentido. Segundo año observando, con profunda impotencia y tristeza, cómo, a nuestra gente, le incrustan, dolorosamente, la cruel e injusta etiqueta de la incultura, similar a aquella famosa corona de espinas, por el simple hecho de seguir fieles a sus propios principios. Y que, por segundo año consecutivo, sigue siendo soportada con la mayor de las dignidades posibles.

Por aquel entonces eran romanos los que se erigieron como poseedores de la verdad, hoy en día, ese papel lo ocupan los «nuevos iluminados» que pretenden pasar a los anales de la historia de la ciudad como aquellos que consiguieron convertir una capital de tercera en una ciudad cosmopolita y moderna pisoteando, sin atisbo de rubor, los sentimientos de muchos.

Hablo, como no podía ser de otra manera, del monotema que ocupa la atención de cualquier jiennense que se precie: el cambio de fecha de celebración de las Lumbres de San Antón, por obra y gracia del Ayuntamiento de Jaén.

No voy a remitirme a Fernando III el Santo, ni a los 700 años que ha permanecido viva la tradición de encender esos fuegos por las plazas de nuestra bendita ciudad, no… No voy a repetir que han sido los vecinos los que han mantenido viva esa costumbre a lo largo del tiempo. Que no reciben ayuda económica… No. No pienso volver a incidir en que esos vecinos llevan soportando una responsabilidad a veces inasumible. Que han dedicado días, incluso semanas, arrancados de sus vidas, de su tiempo libre, de sus familias, de sus aficiones…, para lograr crear un ambiente mágico en esa fecha mágica… Me niego.

Pero…, he aquí la pregunta: ¿Por qué la mayoría de estos organizadores no quieren modificar la fecha? ¿Acaso son unos analfabetos? ¿Unos incultos? ¿Son unos cabezones? ¿Quieren fastidiar al ayuntamiento? ¿No quieren que Jaén avance? ¿Son unos catetos sin inquietudes ni miras de futuro…?

Nada de eso. Al contrario, esos organizadores defenestrados, linchados y humillados son poderosos. Mucho más poderosos que aquellos que les increpan, que les insultan, que les «buscan las cosquillas» en redes sociales. Que les critican cobardemente en los medios… Son poderosos, porque su poder no procede de un interés económico, no les proviene de un interés personal… Su poder nace de algo tan intangible como grandioso. Su poder surge de un sentimiento, de un recuerdo…

La mayor parte de esos vecinos, los «organizadores humillados», tienen grabada a fuego, en su subconsciente, esa fecha, la del 16 de enero, ligada al sentimiento de alegría, al de acontecimiento festivo, al del encuentro, a aquellos recuerdos familiares con sus padres, con sus abuelos, con sus hermanos… A recuerdos que les hacen revivir esos olvidados «tirajitos», a aquellos enfrentamientos infantiles que les evocan a sus infancias. A recuerdos ligados a esos años en los que, a la hora de bailar y cantar melenchones, todos los asistentes conocían las letras y los pasos. Una fecha asociada a sus recuerdos consistentes en compartir rosetas y charlar animadamente entre los presentes… A recuerdos del olor a calabazas asadas… A recuerdos del intercambio, amable y fraternal, de aquella vieja bota de vino que iba recorriendo, de mano en mano y de boca en boca, siguiendo una órbita interminable alrededor de ese fuego abrasador… Recuerdos siempre asociados a la noche  del 16 de enero. Y, queridos «iluminados», contra eso no se puede luchar. Tal vez, con la siguiente generación, cambie mucho esta situación. Tal vez, dentro de pocos años, nadie dará por veraz esta polémica, pero, hoy por hoy, los dueños de esos recuerdos tienen todo el derecho del mundo a defenderlos con uñas y dientes y a no recibir insultos ni menosprecio por ello.

Mi más profunda admiración por toda esa gente que es dueña de sus recuerdos. Porque, al fin y al cabo, algún día, todos seremos eso, recuerdos…

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