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Quiero ser positiva y reflexionar en este artículo sobre las lecciones que estamos aprendiendo, a partir de la crisis sanitaria provocada por la pandemia de COVID-19, y que van a suponer un antes y un después en nuestras vidas. Reconozco que es difícil ser optimista ante la situación en la que nos encontramos y con las perspectivas socioeconómicas que se vislumbran a corto plazo, pero me niego a admitir que todo haya sido negativo y que el estar confinados estos meses no nos haya enseñado nada.

Lo primero que hemos aprendido de la crisis creo que ya lo sabíamos, pero no éramos suficientemente conscientes de ello: Lo más importante de todo es la salud. De hecho, todo se ha paralizado para salvaguardar la vida. Todos nuestros problemas han pasado a un segundo plano y todo aquello que pensábamos que no podíamos aplazar lo hemos aplazado, porque lo primero era lo primero, la salud. Esto también nos ha enseñado lo necesario que es contar con un sistema de salud público de calidad y lo importante que es mantenerlo con los recursos suficientes. En los últimos años habíamos asistido a recortes en materia de sanidad que, en momentos de crisis, se ha puesto de manifiesto que no se pueden volver a repetir.

Esta crisis nos ha enseñado también, sobre todo a las personas que tenemos hijos e hijas en edad escolar, la importante labor del colectivo de docentes. ¿Cómo lo harán para mantener atentas, motivadas y con ganas de aprender a 25 criaturas, o más, cinco horas seguidas? Sin duda, es encomiable su labor y más difícil de lo que podíamos pensar.

Otra lección es que no podemos resistirnos a la digitalización. Hasta las personas que más se negaban a emplear las nuevas tecnologías han tenido que sucumbir y utilizarlas ante la nueva situación. Abuelas y abuelos conectándose por videollamada con sus familias, docentes utilizando herramientas digitales a las que nunca habían prestado atención, empresas trabajando en la nube, etc. También la crisis nos ha mostrado, en este sentido, que no estábamos suficientemente preparados. Lo que debíamos haber aprendido en los últimos años lo hemos tenido que aprender en semanas, e incluso en días, pero nos estamos adaptando, no era imposible.

Otra enseñanza, en este caso para las empresas y comercios que solo trabajaban de cara al público, son las posibilidades del e-comerce. En estas semanas hemos visto desde monjas vendiendo sus productos a través de un “Teleconvento”, cafeterías que te llevan los churros con chocolate o a los puestos de los mercados de abastos y a pequeños comercios organizarse para llevarte la compra a casa.

La crisis nos ha enseñado a valorar profesiones esenciales, algunas de las cuales no estaban muy prestigiadas. Qué importante ha sido la labor del personal sanitario y el de las fuerzas y cuerpos de seguridad, pero también de quienes se dedican a la limpieza, a los cuidados, al transporte y a la distribución, a la agricultura o de quienes nos han atendido en las tiendas de alimentación, en los supermercados, en las farmacias o en las oficinas bancarias. Creo que, a partir de ahora, valoraremos y respetaremos más su trabajo, si es que hemos aprendido bien esta lección.

El COVID-19 también nos ha enseñado que en las grandes ciudades no se vive mejor. Ya sabíamos que vivir en una gran ciudad implicaba mayor contaminación, vivienda mucho más cara, inseguridad, deshumanización o perder parte de tu vida para ir o volver del trabajo todos los días, pero en estos momentos también supone mayores probabilidades de contagio ante cualquier pandemia. El mundo rural debe de ponerse en valor, porque lo tiene y mucho.

Otra lección aprendida son las posibilidades que nos ofrece el teletrabajo y el poder realizar reuniones a distancia. Esta forma de trabajar, sin duda, ha venido para quedarse. En 2019 el 90,7% de la población ocupada en España no había teletrabajado ni un solo día del año. Esto va a cambiar, de hecho ya ha cambiado por necesidad, pero lo hará para reducir probabilidades de contagios, por conciliación, para ahorrar desplazamientos o reducir costes de infraestructuras en el futuro.

Esta crisis también nos ha hecho valorar las pequeñas cosas. Ir a comer con la familia, quedar con las amistades o a tomar un café para hablar, celebrar los cumpleaños, poder ir a nuestro trabajo con normalidad, ver a nuestros mayores, los besos, los abrazos, el contacto físico para sentir el apoyo de otra persona y todas aquellas cosas a las que apenas dábamos importancia y que tanto la tienen.

La última lección que me gustaría señalar es que esta crisis nos ha demostrado que el medio ambiente mejora cuando no estamos. La reclusión y la minimización de las actividades comerciales y de transporte debidos al estado de alarma han supuesto una disminución considerable de las emisiones de gases de efecto invernadero y los ecosistemas han aprovechado para recuperarse en nuestra ausencia.

Debemos de tomar conciencia de que el desarrollo debe ser sostenible desde el punto de vista económico y social, pero también ambiental, por lo que cuando afrontemos la reconstrucción de la maltrecha economía de Jaén debemos trabajar para que el crecimiento sea sostenible en estas tres vertientes, aprovechando las tecnologías, apostando por la I+D+i, por las energías renovables, por la economía circular, por nuestros espacios naturales, por nuestros más de 60 millones de olivos y, al mismo tiempo, creyendo en nuestra industria, en nuestras empresas tecnológicas –que cada día son más-, en el potencial de nuestro Paraíso Interior –un destino no masificado y de turismo nacional- y en el talento de las personas que la habitan y sin dejar a nadie atrás.

Foto: Cláritas Turismo

 

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