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Vaya por delante que acabo de firmar a favor de una reclamación ciudadana, en una de estas páginas web dedicadas a recoger apoyos digitales para la causa de tal o cual persona o colectivo. Y al hacerlo he recordado un artículo que leí sobre la indignación de sofá, es decir, la expresión de nuestro legítimo enfado ante cualquier hecho merecedor del mismo, pero…desde la placidez del salón, o a cubierto en la oficina, a golpe de click, a través de la maraña de redes sociales.

El alcance todopoderoso que tienen las redes sociales resulta muy efectivo para trasladar mensajes y consignas. Su carácter inmediato proporciona una vía de expresión rápida para alzar la voz contra tal o cual tropelía, y en poco tiempo miles de personas pueden hacerse eco de nuestra demanda. La furia, el enfado, la indignación circulan como torrentes indómitos entre muros y perfiles, entre tuiter, instagranes y feisbuk.

¿Y después?

Nada. Después nada. No ocurre nada en la inmensa mayoría de las ocasiones, y por el camino se ha utilizado la difamación, la maledicencia, el prejuicio o la valoración parcial, las medias verdades y las medias mentiras. Nuestra indignación se ha canalizado, sin repercutir fuera de la red, en la vida real, como los cursos de agua que se domestican con diques y escolleras para evitar inundaciones. Psicológicamente nos sentimos revolucionarios por alzar consignas grandilocuentes en el mundo virtual, en el mundo de mentira, y después, como quien queda satisfecho después de masturbarse, no pasa nada a posibilidades reales, de acciones reales, en el mundo real.

Y esta podría ser la trampa de las recogidas digitales de firmas, que aparte de contabilizar un número de personas descontentas con algo o alguien, después no se hace nada. La trampa consiste en neutralizar nuestra capacidad de acción real, ante el placebo de haber actuado ya, pero en el mundo de mentira. Es uno de los grandes logros de los amos de la caverna. Domesticar el enfado, neutralizar el berrinche y apagar el sonido de la voz.

Se firma contra una injusticia o a favor de una causa noble, pero ¿realmente pensamos que un impulso electromagnético, unos pocos bits en el universo virtual, pueden sustituir la acción verdadera? Sinceramente ¿creemos que cliquear una firma digital tiene el mismo poder que las acciones reales? Después de firmar ¿quién acude a reuniones informativas y reivindicativas? ¿Quién participa en protestas reales? ¿Quién pone pancartas? ¿Quién ayuda en casos reales de necesidad? ¿Quién asume compromisos verdaderos? ¿Quién ofrece generosamente su tiempo, su energía, su ingenio, en beneficio de los demás, a favor de una causa común? ¿Nadie?

Pues eso, después no pasa nada. Estamos neutralizados por aquellos a quienes conviene el silencio colectivo (vociferante a nivel digital, eso si).

La idea de la fraternidad, en la que creo, descansa sobre una doble realidad: es más fuerte lo que nos une que lo que nos separa, porque lo que nos une es atemporal y lo que nos separa se ve afectado por el paso del tiempo, y todos, por el hecho de ser seres humanos, somos potencialmente excelentes. Pero para desarrollar estas ideas de igualdad, justicia y libertad sobre las que se apoya la propia fraternidad, es imprescindible recuperar los valores individuales que hacen posible una sociedad mejor para todos.

No vivimos en una sociedad. Somos la sociedad. Y es primordial volverlo a tener presente para recuperar la iniciativa, la capacidad de acción…en el mundo real.

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