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Si piensas que, a veces, la suerte y las casualidades son importantes, espera a leer esta historia porque vas a alucinar.

Efectivamente, esta historia va de alucinar y de alunizar.

Te pongo en antecedentes

Ken Mattingly es un piloto de las fuerzas armadas norteamericanas que en 1966 se convirtió en astronauta. Actualmente tiene 85 años.

No es un don nadie. No

Se retiró en 1985, después de acumular más de 509 horas en el espacio a bordo de tres vuelos espaciales.

Pero lo que me interesa de su vida es la historia que te voy a contar.

Escucha con atención y abre bien los ojos.

Ken estuvo en la misión del Apolo 11 y fue a la Luna. Es una de las pocas personas que ha caminado sobre la superficie lunar.

Como sabrás, los astronautas están entrenados para enfrentarse a casi cualquier contratiempo. Pero el segundo día del viaje pasó algo inesperado para lo que ningún astronauta está entrenado:

¡Houston, tenemos un problema!

Ken ha perdido…su anillo de bodas.

Como explicó después su compañero Duke: “simplemente flotó en algún lugar y ninguno de nosotros pudo encontrarlo”.

Ken Mattingly, quizás preocupado de que su esposa lo acusara de alguna irregularidad extraterrestre, pasó todo su tiempo libre buscando desesperadamente el dichoso anillo.

Después de todo un día de búsqueda, el anillo aún no había aparecido.

No me cabe la menor duda de que de haberse encontrado alguna madre en el cohete se hubiera oído esta frase…

…¡A que voy yo y lo encuentro!

Y estoy seguro de que lo hubiera encontrado.

Pero no. Desafortunadamente no había mamás a bordo.

Los astronautas siguieron orbitando alrededor de la Luna, hasta que alunizaron.

Pasaron 3 días en la Luna (en la de verdad).

Y luego iniciaron el regreso.

Octavo día de misión y Mattingly continuaba buscando su anillo. En los libros a esto lo llaman perseverancia. En mi tierra, cabezonería.

Imagina: tres de los científicos más brillantes de la nación, avanzando a toda velocidad por el espacio, desesperados por la búsqueda de un pequeño anillo de boda.

Eso sí, de gran valor sentimental. La vida misma.

 

En el noveno día, el equipo salió a dar una caminata espacial.

La escotilla estaba abierta y Mattingly flotaba junto a la nave. Tenía que hacer un experimento en el exterior solo anclado en un poste.

Su compañero Duke se vistió y salió flotando para ver cómo iba.

El propio Duke narra su visión espacial:

«Era espectacular. La luna estaba sobre mi hombro izquierdo a unas 50.000 millas de distancia y era enorme. En la parte inferior derecha estaba la tierra, solo una fina franja de azul y blanco, estaba hipnotizado».

Cuando se dio la vuelta para volver a entrar, algo llamó su atención.

Era algo pequeño, brillando bajo el sol, flotando lentamente fuera de la puerta.

Era…¡el anillo!

 

Extendió su mano enguantada para agarrar el anillo, pero no lo pudo coger.

«Bueno», pensó: anillo perdido en el espacio. No hay que darle más vueltas.
 

De esta forma, Duke, Mattingly, la nave y el anillo volaban juntos a gran velocidad.

En el espacio a gran velocidad, por ausencia de resistencia al viento, como diría mas tarde Duke, las cosas simplemente «avanzan juntas».

Así que, ahí estaban, flotando mientras realmente avanzaban a toda velocidad.

Y observando cómo el anillo que, sin prisa, pero sin pausa, se dirigía a su destino en la vasta oscuridad.

Mientras observaba, Duke se dio cuenta de que el anillo se dirigía directamente a la parte posterior de la cabeza de Mattingly.

El astronauta, que no era consciente de la presencia de su anillo, estaba absorto en su experimento cuando el anillo lo golpeó justo en la parte posterior del casco.

Atención, que lo que viene a continuación podría ser el guion de una comedia barata:

Porque el anillo, tras golpear el casco de Ken, giró 180 grados y se dirigió nuevamente hacia la escotilla.

Aproximadamente tres minutos después, Charlie lo atrapó con sus recios guantes.

Increíble. El anillo regresaba a casa.

 

Es tentador atribuir el regreso del anillo al poder del amor o a la lectura del libro “El secreto”.

O a algún poder superior o inaccesible.

O a complicadas leyes físicas.

¿A la suerte?

Estarás de acuerdo conmigo en que hay que tener mucha suerte. Una flor en el culo, vamos.

No lo sé.

El caso es que Charlie Duke, que lo vio todo asombrado, se convirtió en un devoto cristiano en cuanto regresó a la Tierra.

Lo que resulta evidente es que la “suerte” o como quieras llamarlo juega un papel importante en aspectos relevantes de tu vida.

Pero la “suerte” llega solo si tú estás preparado.

Como decía Dalí:

“Trabajo constantemente para que cuando lleguen las musas me encuentren trabajando”

La clave de esta historia es que los astronautas tenían el foco puesto en encontrar el anillo de bodas de Ken.

Sus mentes estaban alerta a cualquier señal.

Y eso fue lo que pasó. Duke vio algo reluciente y como estaba alerta su cerebro le avisó.

Y esto pasa más a menudo de lo que piensas. Por eso, la suerte solo se le aparece a los que la buscan, los que se la merecen.

No se puede planificar, ni prever.

Solo tienes que estar preparado por si aparece algún día.

Y créeme, lo hará si te enfocas en ello.

 

*(EMILIO SÁNCHEZ LOZANO es Arquitecto. Coach Personal, Ejecutivo y Empresarial).

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