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Nunca he sentido especial predilección por hospitales y cementerios. Pero al regresar a Jaén y por circunstancias de la vida he tenido que visitar unos y otros con demasiada frecuencia. Hasta tal punto que hace unos años, cuando todavía estaba abierto, me encontré una mañana gris de primavera paseando por el viejo cementerio de San Eufrasio. Ya había nichos vacíos, como ojos ciegos en la pared; calles cortadas con vallas por peligro de derrumbamientos, lápidas hechas pedazos y panteones que mostraban su deterioro por la ausencia de mantenimiento. Pero el síntoma inequívoco del abandono fue aquella familia con su hija que estudiaba Medicina en Granada reclamando huesos a un operario; el mismo operario que al dirigirse a uno de los nichos vacíos y extraer del hueco un saco con huesos no pudo evitar que algunos de esos huesos abandonaran el saco en caída libre hasta el suelo. Creo que mi presencia pasó desapercibida y no me cobraron por el macabro espectáculo, pero imagino que medió entre ambas partes la correspondiente transacción, huesos a cambio de una propina.

El cementerio de San Eufrasio, declarado Bien de Interés Cultural (BIC) por la Junta de Andalucía en 2011, es un claro ejemplo de cómo se hacen las cosas en esta ciudad. O de cómo no se hacen. Hay para nuestra desgracia muchos más ejemplos. Y no es una cuestión de ideologías, aunque no falten los voceros, los pesebristas e incluso los ignorantes, que los hay, dispuestos a defender una postura o la contraria en función del color político de los gobernantes de las instituciones, llámense Ayuntamiento, Diputación provincial o Junta de Andalucía.

Había un proyecto de Patmos e IUVENTA para transformar el viejo camposanto en un parque, un jardín al estilo del que existe en muchas ciudades europeas, que permitiría disfrutar de su patrimonio arquitectónico e histórico y sin duda, lo convertiría en un lugar a frecuentar por los jiennenses y por los visitantes de nuestra ciudad. Su destino ha sido el mismo que el de otros muchos proyectos, el extravío en el camino.

Dicen que no hay dinero. Siempre la misma justificación. Pero es una verdad a medias. Es cierto que hay menos dinero y sobre todo muchas carencias y por tanto, mucha demanda. Y también es seguro que mucho de ese dinero ha ido a parar a los bolsillos de nuestros representantes políticos y sus “amiguetes” a cambio de favores, adjudicación de proyectos y en concepto de sobresueldos, indemnizaciones por imaginarios expedientes reguladores… y siempre con la financiación de los partidos políticos de fondo.

Hay dinero. Y malos gestores. Muy malos gestores. Incapaces de tomar decisiones o responsables de tomar la decisión equivocada. No siempre, por supuesto, pero en demasiadas ocasiones y habitualmente causando un perjuicio a la ciudad y a sus habitantes. Y también hay ciudadanos acomodados, una sociedad apática y conformista incapaz de reclamar sus derechos y defender sus demandas, que en algunos casos, cuando lo hace, asume los roles de los políticos y convierte su reivindicación en imposición. Inflexibles, hablamos y no escuchamos. Desdeñamos el diálogo y el acuerdo y contribuimos a la parálisis de la ciudad. Con menos culpa que nuestros gobernantes, obviamente, pero no exentos de responsabilidad. No podemos contentarnos con votar cada equis tiempo y pensar que con depositar un papelito en una caja de cristal o de plástico ya hemos cumplido.

Muchos coincidimos en el diagnóstico sobre las patologías de esta ciudad. Discreparemos en las soluciones, pero no tiene sentido empecinarse en acabar en las manos del forense cuando el sanador es el cirujano.

Jaén no se mueve. Es una ciudad dormida con habitantes que no quieren despertar. Hasta tal punto que parecemos cadáveres, como esos que ya ni descansan en San Eufrasio. Frente a aquella ciudad sin sueño de Federico García Lorca donde “No hay olvido, ni sueño: carne viva” es Jaén una ciudad sin memoria, dormida, carne muerta.

 

 

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