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En estos momentos de engaño y frustración la dignidad surge desnuda a los ojos de todos. Para Kant la dignidad está en relación a lo que no puede comprarse e intercambiarse, a lo que no tiene precio. Así, cuando se disipan las esperanzas de nuestro Jaén, de todo un pueblo tras la burla del poderoso, a la ciudadanía nos debe quedar la dignidad que oriente nuestras futuras decisiones en lo político y nuestros representantes locales también deben tomar serias y rotundas determinaciones movidos, no sólo por su propia dignidad personal, sino por la de todo un pueblo al que representan.

La dignidad suele quedar oscurecida con el trajín del día a día, sin reparar en ella, sin casi hacer uso de ella (gran error) porque al fin y al cabo con “la dignidad no se come” (otro gran error). Sin embargo, la dignidad es aquello inefable, muy difícil de definir, que constituye la columna de nuestro ser. La dignidad es lo que nos impulsa a levantarnos tras la caída, lo que permite reconocer la injusticia aunque no se sea jurista, lo que levanta nuestros derechos fundamentales sin necesidad de que lo diga ninguna ley.

Ya es hora de que los jiennenses hagamos valer nuestra dignidad, sin violencia ni tumulto, sin afrentas ni hiel en la sangre, pero con determinación, claridad y memoria, sin olvidar donde estuvo cada cual en estos años de saqueo y engaño, no vayamos a volver a confundir a los lobos con piel de cordero. Ningún bien particular ni partidista puede quedar por encima del bien común. Esto dicta la dignidad.

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