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Algunos expertos especulan con que el proceso económico globalizador tiene su origen en los movimientos comerciales de otras etapas más remotas de la historia económica del mundo, si bien, el mayor consenso relaciona su expansión con la progresiva movilidad de los capitales tras la superación de la  etapa en que transcurrieron las dos guerras mundiales  y la Gran Depresión de 1929.

Tras los episodios bélicos  que supusieron la consecución de un orden político mundial, la globalización económica ha superado todas las dificultades impulsada por los siguientes apoyos fundamentales. De una parte, la ya mencionada movilidad de los capitales y medios de transporte,  de otro lado por la aparición de grandes organismos mundiales y enormes bloques comerciales, por la mayor interdependencia empresarial y por  la pujanza del desarrollo tecnológico, todo ello basado en la aceptación general del libre cambio, salpicado por pactos y acuerdos comerciales entre diversas áreas económicas naturales o bilateralmente entre dos o más países.

En el fondo subyace el convencimiento de que el comercio exterior se expande cuando la producción interna, base de la actividad económica de cualquier país, no puede ser totalmente absorbida por la demanda interna.

Sin embargo, el avance del libre comercio, que es la antítesis del proteccionismo y que, básicamente, consiste en la desaparición de barreras comerciales y aranceles, a la vez que abre enormes posibilidades para los países, también implica una amenaza para sus economías por los efectos competitivos que se generan, que pueden atentar el desarrollo del crecimiento económico interno, lo que en muchos casos es contestado mediante la adopción de medidas proteccionistas generales o concretas por medio del incremento de aranceles, limitaciones y facilidades de otro tipo.

Generalmente ambos posicionamientos forman parte del juego económico y político mundial, siempre que se eviten posturas unilaterales en beneficio propio y en detrimento claro del resto, y son defendidos por los estados en función de su situación particular. Sin embargo, en ocasiones, algunos grandes países o áreas económicas, abusando de su situación de preeminencia, pueden caer en la tentación de implementar medidas en beneficio propio, rompiendo el consenso general establecido e, incluso, con sus socios o incrementando el nivel proteccionista para los productos de su país. Tal es el caso de las primeras decisiones que, en esta materia, está tomando el nuevo Presidente de los EEUU en su afán por trastocar los equilibrios conseguidos durante los últimos 80 años de compromiso con el crecimiento del comercio mundial, medidas que han sembrado las dudas y la incertidumbre en todo el espectro económico mundial. 

Una de las consecuencias más temidas que puede provocar esta acción unilateral de EEUU es generar una crisis  política y económica exterior para este país con efectos indeseados para el resto del mundo, por lo que no ha tardado en encontrar respuesta, tanto de los países más directamente afectados como México, Australia, la Unión Europea y China. Por lo que respecta a la UE, en la última reunión de Presidentes acordaron cerrar filas contra la amenaza manifiesta de estas decisiones, aceptando que el grupo ha perdido uno de sus más destacados aliados. La cuestión a plantear es si la UE está en disposición de plantar cara a un reto tan trascendental como el que supone la postura americana.  En mi opinión una contestación adecuada requiere una estrecha fortaleza entre los países miembros, que en este momento no se advierte, porque, a pesar de ese manifiesto de repulsa, todos somos conscientes de  que todavía quedan muchos pasos que dar para lograr una UE lo suficientemente articulada y consolidada para plantar cara al reto americano y evitar que el Sr. Trump nos siga considerando con la displicencia actual porque, en el fondo,  considera que la debilidad que subyace en el grupo, terminará con el fracaso del proyecto europeo.

 

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