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Si Pablo Iglesias es Stalin con greñas, Pedro Sánchez es Franco con hormonas. Franco tiene menos muertos en su haber que Stalin, pero a mí Rusia me queda más lejos que España y por eso centro la crítica en el presidente, que comparte con el generalísimo ese su tono de voz a medio hacer, de flauta dulce, y un autoritarismo tal que, a su lado, el Rey Sol es De Gaulle y Enrique VIII, Toni Blair. De aquí a nada ordenará que acuñen en el euro su bella cara.

Nuestro dictador es guapo, a qué negarlo. No hace falta residir en Chueca para entender de hombres. Gasta el andar chuleta del seductor de piscina pública, cierto, pero tiene envergadura de cóndor y facciones regulares. Da el perfil idóneo para dependiente de Zara y aunque su simpatía es la del arsénico supera en saber estar a sus homólogos de Venezuela y Corea y no desentona con el de Cuba ahora que el tirano caribeño no lleva guayabera. 

Sus buenas formas engañan a los cándidos, pero con Sánchez el país se encamina a la dictadura, que será del proletariado dada la maña que se da en acabar con la clase media. Para sustituir la carta magna por el fuero de los españoles le falta, tras tomar Madrid, domeñar a la prensa que no come de su mano, derrocar al monarca y convertirse en juez y parte en asuntos de constitucionalidad. Poca cosa. Ya mismo se instala en el palacio de Oriente.

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