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Como no soy teólogo desconozco si Judas, al ahorcarse, pidió perdón a su manera. Como soy católico sé que ETA, al lamentar el daño causado sólo a una parte de sus víctimas, es infame a su manera, que es, le guste o no al socialismo, la manera de Rodríguez Zapatero, según la cual el perdón es un principio no tanto ético como politico que obliga al hombre que pone las dos mejillas a reconocer a la serpiente como animal doméstico, al hacha como podadora manual y al tiro en la nuca como bala de fogueo.

Los pecadores sabemos que para extirpar la culpa es preceptivo el dolor de los pecados, que no es el reflejo psicosomático de la mala conciencia en el nudo en la garganta, sino, por cuanto acaba con la causa desde dentro, la presencia de Dios en el ámbito de la cirugía invasiva. Y puesto que en el comunicado de la banda hay de todo menos dolor de los pecados habrá que colegir que, más que la purificación, persigue que se excarcele a etarras sin que se arrepientan, lo que viene a ser como si usted pide al cura que le absuelva por ir contra el cuarto mandamiento y después mete a sus padres en el asilo.

ETA sabe que, radioyentes de la COPE aparte, la sociedad española le compra la mercancía porque España considera que el asesinato es la discusión por otros métodos. Y más en las Vascongadas, donde la eliminación del disidente forma parte de unas reglas del juego aceptadas por la clase política. Al fin y al cabo, nadie obligó a Miguel Ángel Blanco a afiliarse al PP. Como nadie obligó a los dos guardias civiles apaleados en un bar de Alsasua a entrar en una taberna de invidentes sobrevenidos. Hay quien achaca el astigmatismo de la clientela a la cobardía, pero en realidad se deriva del sentido de pertenencia. El problema de Euskal Herria es el amancebamiento entre el folklore y la violencia, esto es, entre la sardinera de Santurce y el carnicero de Mondragón.

 

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